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El resentimiento de las familias se manifiesta mientras los supervivientes cuentan sus experiencias en casa // Ante el ruido, el armador procura no hablar de más TEXTO Ana Martínez

Manejar la angustia tras el siniestro del ‘Pitanxo’: una misión complicada

Manejar la angustia tras una tragedia de la magnitud del naufragio del congelador Villa de Pitanxo es delicado. El resentimiento de las familias se manifiesta en todos los escenarios. Los tres supervivientes hablan de sus experiencias en casa. Y el armador procura, por ahora, no asomar demasiado la nariz.

Samuel Kwesi, el marinero ghanés que sobrevivió al infortunio en el mar de Canadá, descansa en su casa de Marín (Pontevedra). No está preparado para entrevistas. Tiene un tratamiento para poder dormir y sigue todas las pautas del equipo de psicólogos, entre otras, sosiego.

Juan Padín, el capitán, no hace ruido. No quiere hablar con los periodistas apostados en su casa. Si este martes resultó imposible verle, tanto a él como a su sobrino, Eduardo Rial, enrolado en ese mismo barco y la otra persona viva, ayer ya no ocurrió eso. Pero de lo sucedido en Terranova, ni una sola palabra, pese a las repetidas preguntas.

El Grupo Nores, propietario del arrastrero, guarda silencio desde el día 21, cuando esa casa emitió un comunicado en el que relacionaban el accidente, según lo trasladado por el patrón, con una parada repentina del motor principal que habría dejado al barco sin propulsión ni gobierno, expuesto al viento y al oleaje.

Esto habría ocurrido en plena maniobra de virada del aparejo y Juan Padín no estaría en condiciones de controlar la situación posterior, la de los embates que escoraron y hundieron al pesquero de 50 metros de eslora de una forma muy rápida.

Hay personas como Kevin González, hijo de Fernando, el engrasador, que es uno de los doce desaparecidos, que han cuestionado públicamente esa argumentación al apuntar que en la única reunión mantenida por Pesquería Nores con los parientes de todos los tripulantes, en esa misma jornada, la del lunes pasado, no se les dijo tal cosa y se indicó que si no se habían producido contactos previos entre unos y otros, entre las partes interesadas, era por la necesidad de esperar hasta disponer de una información fiable.

Es difícil contrastar este último extremo si no hay más pronunciamientos. Con todo, las indagaciones, las pesquisas, serán laboriosas. Eso nadie lo discute. La Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos (CIAIM) dependiente del Ministerio de Fomento tiene por delante un año, como máximo, para poder aportar luz y conocer qué desencadenó el siniestro del 15 de febrero, con un saldo de nueve muertos y una docena de desaparecidos.

De una dotación de 24 personas a bordo, solamente tres están en pie. Y contestar, por el momento, a las preguntas solo en apariencia sencillas de los directamente damnificados es muy, pero que muy difícil...

A Cristopher, el hermano de Kevin, hay un tema que le atormenta y es el siguiente: por qué ese día de mala mar su padre y el resto de compañeros se encontraban trabajando en lugar de capear el temporal. No quiere calentarse e ir más allá.

Carolina, esposa de Jonathan Calderón, marinero peruano cuyo cadáver no ha sido recuperado, contó a los medios de comunicación el día del luto oficial que en la embarcación había WiFi y hablaban con los suyos a menudo, por lo que sabían cómo era su día a día. Un comentario, de nuevo, sin más concreción.

Difícil papeleta. La papeleta que tienen por delante Kevin, Cristopher, o Carolina, y como ellos, los otros, es compleja: atemperar los ánimos, más, porque el ser humano ajusta las cuentas constantemente. Y la del Grupo Nores, que se ha comprometido ante ellos a seguir averiguando, no es desde luego más halagüeña: la empresa debe procurar que las certezas ganen terreno y demostrar que se cumplió el protocolo de prevención de riesgos.

En este sentido, como no hay pecio, porque el Villa de Pitanxo literalmente fue engullido, es más embarazoso determinar qué es lo que desencadenó su sumergimiento.

María José de Pazo, una de las hijas del jefe de máquinas, Francisco de Pazo, el mayor en edad, alza la voz una jornada tras otra para que el trágico caso, tras las repatriaciones, no quede ahora sepultado por el olvido. Ejerciendo de portavoz del sentir común, exige que la búsqueda de los que les faltan continúe (en este momento hay barcos españoles y portugueses que están buscando por su cuenta) y, solventado eso, para ellos la urgencia mayor; poder saber, que asomen las certidumbres.

Por un lado, para tener esas evidencias de un contratiempo fortuito. Por otro, para que nunca más haya una desgracia sobrevenida como esta con la que les ha tocado lidiar.

24 feb 2022 / 01:00
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