Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Matar en nombre de Dios en vano

Comentaba una conocida que en una ocasión los testigos de Jehová la habían visitado en su casa, y los despachó con la siguiente aseveración: “si yo no creo en mi religión, que es la verdadera, cómo voy a creer en la vuestra”. Tenía razón, porque en la verdad ni se cree ni se deja de creer, sencillamente se la conoce o se está en el error. Cada cual es libre de creer, pero solo hasta cierto punto, porque nuestras creencias están muy vinculadas a nuestros sentimientos y a nuestras emociones más profundas, como el amor y el odio, el miedo y la angustia o la alegría y la pena. Sin creer en algo no podríamos vivir, por muchas verdades que supiésemos, porque nuestras creencias son las que nos sirven para enfrentarnos al dolor y a la enfermedad, por ejemplo, y a intentar comprender lo que no se puede comprender: la muerte.

Todas las religiones han intentado ofrecer amparo y protección y dar seguridad a las comunidades que creen en ellas, y por eso en todas ellas hay dioses que protegen del enemigo en la guerra, de la enfermedad, de los peligros de la naturaleza en los viajes y las circunstancias más adversas, y que dan consuelo y ayuda, por ejemplo, a las madres en el parto, o en sus inacabables esfuerzos por alimentar y criar sanos a sus hijos.

El mundo de la guerra es el mundo de la violencia en su estado más puro. En las guerras se ha matado, saqueado, violado a las mujeres y asesinado a los niños siglo tras siglo. Y no es verdad que las guerras de ahora sean más civilizadas que las de antes. La dureza del combate cuerpo a cuerpo en Vietnam, las torturas organizadas en Irak y los bombardeos masivos de las poblaciones civiles no solo han batido récords por el número de sus víctimas, sino por su crueldad indiscriminada. En las guerras la humanidad ha sacado a relucir quizás lo peor de su naturaleza, pero también a veces lo mejor, porque existen innegables virtudes militares, como el valor para enfrentarse al enemigo, la defensa del más débil, la solidaridad, el compañerismo y la fidelidad a las personas, las ideas y las causas justas.

Ha habido guerras justas e injustas, pero todas las guerras justas han sido respuestas a una agresión injusta. Y no solo eso, sino además muchas veces el único medio de frenarla. Disponemos de un sistema de derecho internacional que intenta regular la guerra, con poquísimo éxito, pero hasta hace muy poco la guerra solo estaba regulada por leyes no escritas en el papel, pero grabadas en las mentes de los pueblos y las gentes. Y junto a ellas en la guerra siempre se buscó la ayuda y protección de dioses, héroes y santos, como san Jorge, san Andrés, Santiago Apóstol y tantos otros.

Se daba culto en Roma a una divinidad que tenía un nombre secreto. Como nadie podía conocer ese nombre los romanos consideraron que su ciudad estaba destinada a ser eterna. ¿Por qué? Pues porque no podía ser llamada o evocada mediante un ritual mágico que conocemos por uno de los textos más antiguos de la lengua latina, el Carmen de euocatio, que recitaban los sacerdotes al sitiar una ciudad. En él se le ofrecía a la divinidad que la protegía, para lo que era indispensable recitar su nombre, que se fuese con los sitiadores, quienes tras llevarla en un carro en una larga procesión acabarían por acogerla en un nuevo templo en el foro de la ciudad, en el que sería mejor venerada que en su ciudad de origen.

Los dioses y las diosas, como Atenea, Hera o Artemis, protegen a los ejércitos en la guerra, o los marineros en el mar, como es el caso de Isis, las Nereidas, o Poseidón y Neptuno, porque en el campo de batalla o en el medio de la tempestad se enfrentan solos a la muerte y a todo tipo de heridas. Ellos, como Yahvé, Alá, y todos los dioses de las diferentes religiones, dan seguridad a sus fieles creyentes. Pero no solo los protegen, sino que les animan muchas veces a defenderse y a atacar, justa o injustamente.

Los dioses nos protegen, nos defienden y nos dicen que nos defendamos, pero el problema es que nunca podemos verlos, salvo en circunstancias extraordinarias. Y además los dioses más elevados, como Yahvé, Alá o el Dios padre del cristianismo son invisibles por su propia esencia. No hablan directamente, lo hacen a través de intermediarios, ya sean su hijo, en el caso concreto de Jesús, que habría vivido en el mundo muy pocos años, o de sus mensajeros sobrenaturales. Pero esos mensajeros sobrenaturales no pueden estar presentes en cualquier lugar y ocasión a demanda del necesitado o la persona en peligro. Y por eso en su nombre hablan solo hombres, a los que cada religión da autoridad para hacerlo, y a los que creen sus fieles únicamente.

Las grandes religiones del libro, judaísmo, cristianismo e islam, tienen sus libros sagrados: la Biblia, los Evangelios y el Corán, pero es muy curioso comprobar que cuando se hacen llamadas a la guerra casi nunca se citan los libros primigenios: el Génesis, por ejemplo, los Evangelios, o el Corán, sino textos posteriores. Solo hay una religión en el mundo que quiere seguir siendo un sistema político, jurídico y social: el islamismo. El cristianismo dejó de serlo tras el fin de la Edad Media, en la que además convivió con poderes seculares, debido a la separación entre el poder del Papa y el de los emperadores del Sacro Imperio o los reyes; y el judaísmo, tras la destrucción del templo de Jerusalén, fue la religión de un pueblo sin estado, sin tierra y sin patria, que malamente podría declarar ninguna guerra. Pero cuando se predica la yihad, o guerra santa, nunca se hace citando el Corán, porque leyéndolo también se podría pedir la paz, sino los textos posteriores.

Las suras, o versículos, del Corán están interpretadas primero por la sunna, conjunto de comentarios que provienen de los primeros seguidores de Mahoma, que junto con las esposas del profeta, tenían la autoridad de haber convivido con él, o de los sucesores inmediatos de esos seguidores. Todo el derecho musulmán deriva de esas fuentes y de los comentarios interpretaciones, notas y glosas que se fueron desarrollando a lo largo de los siglos. Entre ellas se fueron consagrando usos y costumbres de los diferentes países musulmanes en relación con la familia, el sexo, la riqueza, la guerra y la paz. Y además esas tradiciones fueron diferentes en La Meca y Medina, en Arabia, que en Irak y luego en Irán. Por eso cuando un ayatola, o un ulema predica el odio y pide la guerra, o lanza una fatwa, pidiendo que se asesine a un escritor como Salman Rushdie, por considerarlo blasfemo, lo hace él, no lo hace el Dios de su religión.

Todas las creencias son verdaderas, como lo son los sentimientos. Yo amo u odio de verdad, como verdadero es mi miedo o mi alegría. Lo que no siempre es verdad son las ideas. Las ideas pueden ser discutidas o indiscutibles. La ley de la gravedad es verdadera, da igual que yo crea en ella si me tiro desde un décimo piso, porque mi opinión o militancia anti-newtoniana no van a mejorar mi encuentro con el duro suelo. Pero las ideas, escritas y orales, resumidas o explicadas y comentadas en largos y a veces retorcidos textos, son las que mueven lo peor y lo mejor de nuestros sentimientos.

Las ideas pueden ser creadas, transformadas y deformadas. Sin embargo no todo el mundo puede crear ideas. Descubrir una idea original es muy difícil, pero a veces es mucho más difícil hacer que la compartan los demás. Y solo muy pocos tienen la capacidad de imponer sus ideas, originales o heredadas, a los demás. Para imponer las ideas es necesario tener autoridad, y para imponer las ideas religiosas es necesario tener autoridad religiosa. Es la que tienen los clérigos musulmanes, los rabinos judíos y los sacerdotes de cientos de religiones. Todos ellos son personas como las demás, y como tales tienen las misma ideas y sentimientos: viles o sublimes, generosos o miserables, unos sentimientos que muchas veces consiguen inducir en los demás, cuando hablando en el nombre de unos dioses que nunca están presentes predican la guerra, el odio o la violencia contra las mujeres. ¿Cómo pueden conseguirlo?

(Continuará)

25 oct 2020 / 00:10
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.