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Pensares y pesares ante
múltiples tareas y frentes

Profesora de la USC

Es 25 de julio de este doble Año Santo Compostelano. Para quienes estamos vinculados a esta ciudad, es fecha por antonomasia de Santiago, como lugar que es meta de peregrinaje y como urbe primigenia donde se venera al apóstol «hijo del trueno».

En el crucero de la catedral, una escultura sedente y muda, pienso que bien podría portar cetro y corona. Representa a Salomé, la mujer que le engendró y le vio crecer. Tiene aire de grandeza, de poderío y semblante complacido.

Trato de averiguar qué hay tras esa fachada, pero poco más veo que a la madre de aquel pescador que se puso en camino y por quien, desde hace siglos, como amigo del verdadero patrón y señor de este templo, obra callados o altisonantes milagros.

Hace un año no llegaron a este santuario tantos peregrinos, pero sí sus intenciones en continuo goteo, con llenos y momentos de «overbooking». Era un tiempo en que mirábamos a lo alto, buscando remedio para hacer frente a un adversario invasivo, perjudicial, destructivo.

Ahora contemplamos aquello como un mal sueño, en cierto modo, ya lejano. ¿No será que tendemos a tener bajo cuerda lo que nos oprime, pensando que así aliviamos penas? ¿Realmente creemos que podemos someter a raya todos los males, sean vitales, ambientales, sociales o de otra índole?

La experiencia muestra lo contrario. Ofrece más garantía intentar enmendar errores, dar gracias y suplicar favores que nos sirvan para crecer como personas, como sociedad, como miembros de un mundo solidario, optimista y vitalista, en pro de la vida misma como mejor regalo.

Pienso de nuevo en Salomé. ¿Qué sentiría al ver cómo su hijo, llevado por un misterioso anhelo, se alejaba de los mares de Palestina? ¿Le entendería? ¿Permanecería tranquila? Difícil sería. Era mujer ambiciosa, madre soñadora, pero no cándida alma. Un inefable desasosiego le embargaría.

Como mujer y madre, con singular instinto femenino y afanada en múltiples tareas, le habría dado consejos, advertido de los peligros y equipado de provisiones, al tiempo que cargaba en su propia mochila y albergaba en su seno temores y recelos.

Hasta este confín de la tierra llegó aquella barca. Aquí recalaron sus tripulantes y pudieron, tras intrincadas situaciones, llevar su misión a cabo.

Es lo que rememoramos en la fiesta del apóstol Santiago y, de modo más especial, en cada solemnidad jacobea. El 25 de julio -debemos pregonarlo- es día grande «de y para» Compostela, «de y para» esta tierra, más allá de cualquier frontera que levantarse quiera.

En este «Xacobeo 21-22», lejos de vivir una situación favorable, vemos cómo surgen nuevos problemas y cómo otros persisten. Observamos cómo el planeta languidece. Constatamos abundantes precariedades en grandes familias y pequeños hogares. Palpamos cuántos sobreviven con lo poco que tienen y que otros, ni eso. Sabemos cómo muchos huyen del hambre, de las contiendas, de toda trinchera e injustificada violencia. ¿Qué hacemos ante ello? ¿Claudicamos, relegamos, miramos con indiferencia a otro lado? Sería lo más fácil.

Quienes sufren también tienen nombre y apellido, sentimientos y legítimos afanes. Poseen usos y costumbres que no son banales, si no fuente de riqueza, de unidad, de identidad y vitalidad de todo pueblo. Son prácticas que, si bien se entienden y comprenden, cobran sentido. Son «tradiciones», eslabones de una cadena, tesoros vivos que hay que preservar, no bajo llave si no como un valioso «legado» y «garantía del mañana». Para nadie hay futuro sin pasado, ni porvenir seguro asentado en frágiles o falsos cimientos.

En Compostela, el 25 de julio se realiza la «Ofrenda». Puede parecer un acto trasnochado. Quizás si lo viviéramos en nuestro fuero interno, con palabras, rezos o cánticos o en respetuoso silencio, cobraría otro significado. Auguro que posiblemente nos incitaría a seguir bregando y a surcar más mares con menos miedo.

Nos movemos bajo esa mirada atenta y ávida de Salomé, mujer resuelta y de materno celo. Su hijo Santiago también nos observa, vigilante, solícito, expectante.

Como anfitriones nos reciben en su casa, ofreciéndonos un canto con el que ambos, con diferentes andares y sensibilidades, nos convidan a un constante «júbilo», aunque haya notas y silencios que puedan exasperarnos algo.

Nada nuevo, o casi, pero todo diferente. El tiempo no pasa en balde.

Me consta que no todo se soluciona de repente y que hay tareas en espera que no son de vida o muerte. Pongo por caso, como anecdótico ejemplo, lo que decía hace un año: ¿no sería hora de relevar el himno de 1920, el de Soler y Barcia? No le resto mérito, pero con la de corcheas que bien combinan ¿no podría reposar, sin romper eslabón alguno, ni ralentizar el ajetreado ritmo del templo?

¡Salomé, hay «multitasking» para rato! Como mujer lo percibes y sé que sabrás gestionarlo.

25 jul 2022 / 01:00
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