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Una investigación llevada a cabo desde la Asociación A Rente do Chan demuestra la efectividad del trabajo común y desinteresado para mitigar el impacto negativo de la ola de incendios forestales de 2017 que asoló Ponte Caldelas TEXTO E. Camacho

Voluntarios: pieza clave para reducir los daños de un fuego

En octubre de 2017, una gran ola de 146 fuegos provocados desató la tormenta perfecta en Galicia: esos incendios, sumados a las altas temperaturas, la sequía y a las fuertes rachas de viento del huracán Ofelia arrasaron decenas de miles de hectáreas boscosas y acabaron con la vida de cuatro personas. Y eso solo en la comunidad gallega. En Portugal hubo más de 40 muertos.

Como en otros desastres, como el del Prestige, la sociedad gallega se volcó para intentar minimizar los daños ocasionados por el fuego. De ahí surgió la asociación ‘A Rente do Chan’, conformada por ciudadanos, científicos y ambientalistas del concello de Ponte Caldelas (Pontevedra) con el objetivo de recuperar el entorno perdido cuanto antes.

Tras un incendio, el mantillo y la cobertura vegetal se acaban perdiendo, lo que deja al suelo desprotegido y expuesto a la erosión de las gotas de lluvia y la escorrentía de las precipitaciones, especialmente en lugares como Galicia. Así pues, que la tierra se recupere después de un incendio lleva años pero es una labor urgente, no solo para recuperar el ecosistema, sino también para prevenir futuros fuegos.

Con ese objetivo, el especialista en erosión del suelo de la Universidad de Évora (Portugal) Sergio Prats y el ayuntamiento de Ponte Caldelas pusieron en marcha una iniciativa para cubrir la superficie quemada con material orgánico, una técnica conocida como mulching que consiste en distribuir paja o cualquier otra clase de residuo orgánico fibroso sobre el suelo que se había calcinado.

La asociación A Rente do Chan no solo coordinó la acción con cientos de voluntarios que repartieron la cobertura en las zonas más sensibles, también hizo un seguimiento científico de la estrategia para evaluar hasta qué punto el plan era efectivo para proteger el suelo del bosque.

Ahora, cuatro año después del desastre, Sergio Prats, junto al ingeniero forestal del CSIC Rafael Zas y varios integrantes de la asociación A Rente do Chan publican los resultados de esa iniciativa en la revista Science of the Total Environment.

Las conclusiones no dan lugar a duda: el mulching aplicado por los voluntarios en las zonas sensibles redujo la erosión del suelo hasta en un 90% respecto a las no tratadas.

En los lugares en los que no se hizo nada, los autores midieron pérdidas de suelo de hasta 27 toneladas por hectárea. “Si multiplicamos esta cifra por la superficie sensible en el concello de Ponte Caldelas, la cantidad que sale es para echarse a temblar” manifiesta al respecto Sergio Prats, autor principal del estudio.

“Sólo hay que pensar que un tráiler de los grandes normalmente carga sobre 20 o 25 toneladas”, añade Zas, por su parte, indicando que “esto quiere decir que, si no se aplican medidas de protección de forma urgente, las pérdidas de suelo equivaldrían a miles de tráilers cargando suelo en el ayuntamiento y llevándoselo aguas abajo. Da vértigo”.

Pero para los investigadores, el resultado más relevante del estudio es que ha demostrado que la ayuda de los voluntarios puede ser crucial para mitigar el devastador impacto de fuego forestal, y eso es importante porque, por lo general, la Administración suele ser “reacia” a fomentar la colaboración de la ciudadanía en aspectos técnicos como éste.

“Bien sea por recelo técnico, o bien por dudas sobre el balance entre el beneficio y los daños de actuaciones masivas de voluntariado en zonas sensibles, en general se percibe cierta reticencia por parte de la Administración a las acciones de voluntariado”, comenta Prats.

Sin embargo, los resultados de este estudio demuestran el gran potencial que tienen las actividades de voluntariado para mitigar la degradación ambiental después de un incendio forestal, y “para nosotros esa es la mejor forma de agradecer tanta ayuda altruista”, destacan igualmente los autores del trabajo.

En este contexto, cabe recordar que también analizaron la siembra de bellotas de carballos: un método para acelerar la recuperación de cubierta vegetal nativa que no suele emplearse por su baja tasa de éxito y porque, al menos de forma inmediata, no ayuda a regenerar el suelo.

El estudio concluye que la tasa de supervivencia de las bellotas sembradas al final del período de estudio (dos años tras el incendio) fue muy baja, tan sólo del 2% y que las pérdidas se debieron mayoritariamente a la predación de bellotas por parte de pequeños roedores.

En cualquier caso, el éxito de la siembra fue mejor en las zonas tratadas con mulching y “ aunque la tasa de éxito sea baja, la siembra de bellotas no debería desaconsejarse de forma tan tajante, al menos en zonas donde se prevean dificultades para la regeneración natural de la vegetación autóctona”, concluye finalmente Rafael Zas.

18 dic 2021 / 00:00
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