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Leña al mono, que es de goma

Agobiantes paisajes de antenas y cables

    ATENCIÓN, pregunta: ¿Cuántos de ustedes han oído hablar de un lugar llamado Foncebadón? ¿Saben dónde está? ¿Conocen algo su historia? Si andan algo o bastante empanaos con este tema, lo mejor es que miren el Libro Gordo de Petete o pregunten a la Asociación de Municipios del Camino de Santiago, cuyos directivos ponen este pequeño pueblecito maragato como un ejemplo clave de cómo la Ruta Jacobea puede cambiar por completo la vida y la economía de numerosas localidades pertenecientes a la España vaciada. Es decir, esas zonas del país que han sufrido un despoblamiento feroz debido a que residir allí significa quedar prácticamente aislado de todas las supuestas ventajas que ofrecen las ciudades pujantes, bien comunicadas y metidas de lleno en el mundo digital.

    En efecto, hablamos de cientos de aldeas en las que ya no queda ni el Tato porque los jóvenes no tienen de qué vivir si no es de criar gallinas, los viejos no quieren morir solos, los mediopensionistas se aburren como ostras y los papás con apego a sus raíces tienen la escuela más cercana a cincuenta kilómetros de su casa con chimenea de leña y conexión a Internet a pedales.

    Ya, vale, pero ¿qué ocurre en Foncebadón? ¿Qué hace diferente a esta pequeña localidad leonesa? Pues bien, la diferencia fundamental estriba en que está situada en un punto estratégico del Camino Francés, justo al lado de la emblemática Cruz de Ferro, y que por lo tanto recibe cada año, sobre todo desde abril a octubre, a verdaderas riadas de peregrinos.

    Pero eso es ahora, porque apenas hace veinte años no era más que un poblaco abandonado en medio de la nada y solo empezó a resurgir de sus cenizas a partir del bum que vivió la Ruta Jacobea, gracias al empeño de Manuel Fraga, desde la celebración del Xacobeo de 1993. El tránsito constante de caminantes de numerosos países animó a algunos antiguos habitantes del pueblo fantasma a rehabilitar sus casas y pronto también atrajo el interés de varios emprendedores con visión de futuro.

    El caso es que hoy aquella aldea ruinosa y vacía cuenta con tres bares-restaurantes, cuatro albergues, un bar-tienda de ultramarinos y una pensión, lo cual demuestra que puede haber vida más allá de las ciudades y que es posible sobrevivir tan ricamente en zonas rurales.

    Precisamente sobre este asunto gira un interesante proyecto de la Xunta que lleva por nombre Un camiño de historias, dirigido a analizar el lado humano de la Ruta Jacobea. Y a dar a conocer el caso de enclaves gallegos que, como Foncebadón, se han librado de entrar en el álbum de los pueblos fantasmas gracias al empuje de la Ruta Jacobea. Un ejemplo típico es O Cebreiro, que recibe cada año a muchos miles de mochileros exhaustos, pero hay muchos más que han logrado mantenerse vivos y atraen cada vez a más pequeños empresarios jóvenes que huyen de las grandes ciudades en busca de una vida más digna, más plena y más feliz.

    Debemos ser optimistas. La Galicia vaciada volverá a bullir algún día por la simple razón de que las megalópolis al estilo de Madrid y Barcelona, faro de atracción para tanta gente, no son, muchas veces, más que trampas que ahogan y alienan. Superpoblados paisajes de antenas y de cables -Sabina dixit- que ni siquiera tienen la gentileza de avisar antes de asfixiarte y deglutirte.

    Anduriña aún existe, pero los pueblos no son como antes

    SOBRE DESPOBLACIÓN sabemos también bastante en Santiago, aunque aquí afecta casi únicamente y de una forma muy especial a un área que en teoría, por su belleza, debería ser la más atractiva de la ciudad para residir. A pesar de que la zona monumental compostelana dista mucho de parecerse al mundo rural del interior peninsular, muchos problemas son similares a la hora de explicar por qué la gente elige otros barrios para vivir. Entre ellos, la ausencia de conexiones digitales decentes, la escasez de servicios adecuados a una población envejecida -falta de ambulatorios, ascensores, viviendas que no se pueden remodelar, etc...- y el ruido nocturno, sin duda mucho más molesto que el constante -y a veces, seguro, perturbador- silencio que cubre toda la España despoblada. Todo indica que la Xunta y el Ayuntamiento se han tomado en serio, esta vez sí, el arreglo de la brecha digital en el casco histórico, pero aún queda muchísimo trabajo que hacer para frenar nuevas fugas y atraer el interés de familias jóvenes mediante la puesta en marcha de medidas atractivas e inteligentes. De todas formas, el problema de la España vaciada no es nuevo, ni mucho menos, y las oleadas de exiliados del rural han sido constantes desde el mismo inicio de la revolución industrial. También las décadas de los 50, 60 y 70 del siglo pasado fueron muy duras para el campo español debido al ansia de los más jóvenes de huir de unos trabajos tan duros y de un ambiente tan asfixiante de historias en el café y de abuelos junto al hogar. Las anduriñas siempre existieron y existirán, pero lo pueblos, hoy, ya no son lo que eran. Por mucho que la cobertura digital sea una caca de la vaca y el hospital o la escuela más cercana queden a tomar viento.

    CAMPANAS PARA VENCER A LA NIEBLA

    •••Foncebadón fue también un ejemplo de dignidad y de resistencia frente a los poderosos cuando el pueblo quedó, a principios de la década de 1990, prácticamente abandonado. Entonces, una de las últimas vecinas se subió al tejado de la iglesia parroquial y, armada con un palo, logró evitar que las campanas fuesen trasladadas a un templo con más vida.

    •••A pesar que de aquella los peregrinos se contaban con los dedos de una mano, la resolutiva maragata aportó razones más que contundentes para frenar el 'expolio', entre ellas que el tañir de las campanas resultaba imprescindible para guiar a los caminantes que se perdían en la niebla. Al final, se salió con la suya.

    EL AUTOR ES PERIODISTA

    16 nov 2019 / 23:43
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