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LOS REYES DEL MANDO

Alerta naranja

    DOS días después de las elecciones, la resaca es inevitable. Sobre todo, la que provoca el fortísimo oleaje de nuestra política. Salvo Vox, y algunos partidos que han logrado representación por primera vez, no parece haber líderes realmente satisfechos, nadie salió al balcón con una alegría desbordante, aunque, en algunos casos, el resultado se consideró aceptable. Todo quedó empañado por el descalabro de Ciudadanos, que había preparado uno de esos decorados blancos y minimalistas, de diseño pulcro y milimétrico, por si se producía el milagro. No ocurrió: más bien lo contrario. La contundencia de la derrota se llevó por delante casi todos los discursos, como si fuera la gran ola de la noche. Como si fuera declarada la alerta naranja. Ni siquiera se profundizó mucho en la dificultad (otra vez) para formar gobierno, ni en la enorme diversidad del nuevo Parlamento, que ahora estará poblado por múltiples partidos, demostrando gran fragmentación, con un colorido, eso sí, espectacular. Toda la noche televisiva se volcó en la soledad de Ciudadanos.

    Sólo unas horas separaron esa sensación televisiva de catástrofe de la dimisión de Rivera, ayer. Todas las matinées aguardaron a que saliera a contar lo que ya se esperaba. Hubo largo aplauso, como la noche anterior hubo lágrimas. Nadie vio nunca, en proporción, un hundimiento tan profundo. El líder de Ciudadanos salió para decir que lo dejaba. Que lo dejaba todo. No fue solemne en exceso, pero sí habló de su lado más íntimo, vino a decir que la política y la familia no son compatibles, o casi. Había razones para el adiós. Muchos, a buen seguro, se sintieron extraños al verlo rendirse ante la evidencia. Rivera ha sido casi omnipresente entre los suyos durante trece años: no han tenido otro líder en todo este tiempo. Y por eso resultaba explicable esa cierta orfandad que flotaba en el ambiente. No por esperada (aunque no con tanta dureza), la derrota dejó de provocar una profunda herida. Rivera se marchó a casa dejándolo todo. Apenas hubo autocrítica, también es cierto, pero sí frases cargadas de razón: “La política no es la vida: la vida sigue y yo quiero ser feliz”, dijo. Muchos consideraron que hizo lo único posible, dadas las circunstancias. Otros valoraron la dimisión como un gesto noble en medio del naufragio. La mayoría se preguntó cómo el buque había hecho agua tan rápidamente, cómo se había levantado tan mala mar cuando aún hace unas pocas fechas bogaban en aguas tranquilas y con viento favorable.

    Rivera deja en duelo a su partido, como cuando se va un padre joven. A partir de ahora todo es incógnita. Consumado el desastre, los analistas no han dejado de buscar las causas. Se habló, por ejemplo, de la peligrosidad de los bandazos, de la dificultad para mantener el rumbo, de la deriva que llegó tras la negativa total a acercarse al socialismo. Se habló de que esta elección del 10-N ha sido muy emocional, y Ciudadanos, a pesar de la pasión del líder, parecía a veces demasiado frío y pragmático, sin llegar a crear la empatía necesaria con una base electoral más amplia. Dicen que el centro es el lugar más difícil en política: sobre todo, mantenerse en él cuando el viento sopla.

    11 nov 2019 / 23:04
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