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Ana Pérez Ventura: la pintura como cofre musical

Sus creaciones cristalizan gestos corporales, físicos, mentales en torno a su experiencia al piano, buscando la perfección material, técnica y ética

    La idea de tiempo perdido es una premisa central en las creaciones plásticas de la artista compostelana, residente en París, Ana Pérez Ventura (1981). Como en la novela prousiana anhela su fluir, por ello lo intenta atrapar. Su vocabulario artístico se relaciona con cuestiones derivadas del arte concreto. Como punto de partida toma la construcción a través de pequeños signos gráficos que quedan impresos minuciosamente. Son tramas de líneas, puntos dispuestos en una función estética que salen de una manera de trabajar que es en sí un concepto en su obra.

    Las elecciones de Pérez Ventura son directas y afectivas porque responden a su faceta profesional de reconocida pianista. Sus creaciones cristalizan gestos corporales, físicos, mentales en torno a su experiencia al piano, buscando la perfección material, técnica y ética. A pesar de que su discurso es conceptual, no reflejando el mundo ni testimoniando la realidad social, si impulsa la visualización y comprensión del proceso musical ofreciendo una posibilidad cognoscitiva para el contemplador.

    Toda su propuesta artística deriva de la acción de inmortalizar las machaconas sesiones como virtuosa instrumentista al plano pictórico. El ensayo, a través siempre de sutiles gestos minimalistas, queda impreso en duraderos proyectos que llevan el común denominador del hilo musical. Consigue hacer vibrar el hilo de Ariadna en el sentido de que las melodías o notas musicales casi las sentimos sonar porque son las que hilvana intensas series de reiterados ritmos, registros y pulsiones elaboradas como letanías de paciencia y religiosidad monacal. La técnica instrumental no sólo corre paralela a su faceta artística sino que camina al unísono. Ana traduce esa persistente y tenaz acción diaria que, no siendo tangible para el espectador, se empeña en ensalzar y atesorar como leitmotiv.


    Responde su serie Notages al conocido ejercicio del compositor Hanon relativo a sus prácticas para piano en aras de mejorar la velocidad, precisión y agilidad del pianista. La autora traduce las formas musicales a lenguaje pictórico, en este caso a base de deslizar en líneas melódicas filas de agujeros escalonados. Todo el esfuerzo físico de la práctica musical repetitiva queda retenido. El discurso expositivo en la compostelana galería Metro encadena los cuadros como si fuesen hojas de partituras. El resultado lo conforma una instalación minimalista que emula más que a la emoción que la música producía en la obra de Kandinsky, la tediosa labor de dilatadas sesiones de práctica del pianista virtuoso en 60 ejercicios.

    En esta serie se sirve del punzón con el que ondula ordenados agujeros sobre el soporte escueto de la madera, pero que en su contacto y ordenación semejan vibrar como impulsados por la brisa musical. Sutilmente nos deja adivinar un pulso constante, giros acompasados y melódicos. El uso sintético de las formas nos encandila.

    La práctica musical, con la repetición de patrones como medio de aprendizaje, inspira la serie Ètudes. Secuencia rítmica giratoria que sale de esa misma precisión y monotonía en este caso resultado de pintar un mismo giro que generan infinitas capas de profundidad espacial. El resultado emana respuestas emocionales placenteras. Cada lienzo nos embriaga como partícipes de un totum revolutum muy espiritual. Ana Pérez desafiando la inmaterialidad de la música la ha conseguido atrapar vía forma plástica. Supone un reto intentar perseguir la inmaterialidad musical. Como desafío, no sólo le ha dado caza sino que se la apodera a modo de escritura. Esta serie, que engulle círculos y círculos de pintura blanca sobre fondo azul, es una de las respuestas emocionales de la creadora hacia el pathos musical vuelto en secuencia plástica muy voluptuosa, sutil y sugerente.

    Sus referentes artísticos remiten a la experiencia minimalista de Agnes Martin u otros creadores como Ignacio Uriarte, y no menos asume las sensaciones y los efectos que los colores, líneas o puntos producen en la psicología humana, como observó KandinsKy o Paul Klee intentando plasmar el movimiento musical vía color o superponiendo formas.


    La artista resuelve sus dudas, miedos, inseguridades en atractivos vaivenes ya de registros lineales ascendentes o descendentes o espirales en tránsito. Ha quedado inmortalizado en acompasadas, sugeridas y aleatorias acciones dibujísticas en el espacio.

    La serie Neumas se viste de gracilidad y belleza, si cabe más al tener como soporte el ligero papel, con capas y capas de círculos blancos y negros a modo de teclas del piano dispuestas en regladas variaciones, que nos sugieren una especie de tapiz que consigue hacer casi bailar y vibrar las partituras de Chopin. Puntuales gestos mínimos se suceden intransferibles suspirando o aspirando ritmos y arritmias como si fuesen soplos vitales. Nos hablan de latidos interiores, de azar, pero no menos de fantasía y de juego lúdico. Signos muy gráficos y enigmáticos que precisamente en su discreta esencialidad encierran altas dosis de poesía, porque ascienden a la ilusión y giran o caen como lágrimas de evasión. Magnetizan y hacen pensar.

    Cualquiera de sus ya conocidos y valorados trabajos resueltos vía procesual, semejan sugerentes partituras en una suerte de lienzos conectados y activados en base a ocupaciones espaciales, atrapan la calma, las largas horas, la duración espacial y el discurrir de la música. Los fondos de sus series se abren infinitos y homogéneos para acoger sólo abstracciones. A nosotros nos corresponde leer estas piezas utópicas.

    Ana Pérez aspira a que la música nunca se borre de la memoria, a sabiendas de que se crea desde lo inmaterial y lo impalpable. Nos invita no sólo a compartir sino a no escatimar horas en las tareas diarias, ese bien cada día más escaso y que ella nos invita a que lo atesoremos para una vida más plena.

    28 sep 2019 / 23:42
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