Me apetece quemar unos cuantos contenedores
{Molestas balsas de agua}
Atolondrado sobrino, ya sabes que no me gusta circular con mi carruaje de caballos por viales de alta velocidad y que siempre exijo a mi cochero, el caraja O´Leary, que me lleve por calles céntricas, pero a veces le resulta imposible, o eso afirma, cumplir mi mandato y se mete por zonas muy desagradables que acaban alterando de forma notable el bienestar que deseo cada vez que debo hacer un desplazamiento. Especialmente molesto me resulta transitar por ese corredor que denominan periférico, sobre todo cuando llueve de forma copiosa y el agua se embalsa hasta conformar auténticas piscinas, como ocurre en varios tramos del Hórreo y de la Avenida de Lugo en las cercanías del entronque con la SC-20, fruto sin duda de la torpeza y de la desgana con la que el Ministerio de Fomento mantiene las vías que son de su responsabilidad. Esta semana, sin ir más lejos, el agua llegó a entrar varias veces en mi habitáculo debido a las notables olas que provocan los coches desaprensivos que no aminoran su marcha al atravesar las citadas balsas, con el consiguiente deterioro de mis botines de piel de cocodrilo y de la propia moqueta de mi calesa dieciochesca, que huele de una forma muy desagradable a humedad durante todo el invierno. Voy a telegrafiar de inmediato a don Javier Fernández, responsable consistorial de obras y derivados, para que meta más presión al encargado de estas lides en el Gobierno central, don José Luis Ábalos, y ponga fin de una vez a tanto desaguisado. De lo contrario, amenazo con quemar algún contenedor de basura en señal de protesta, deporte que, por lo que veo, está muy de moda en Cataluña.
{Traje de buzo militar}
Mientras la solución a las balsas de agua no llega, he decidido meter en mi carruaje el traje de buzo militar que heredé de mi abuelo paterno, el legendario comandante de submarinos Friedminch Snacker, que luchó con gran valentía en numerosas batallas navales. Como buen marino de guerra, siempre tuvo el deseo de morir al pie del cañón, pero al final no falleció como un héroe en las profundidades del océano más indómito, sino al sufrir un fatal colapso multiorgánico mientras se duchaba en su casa de recreo del cabo de Horn. Aunque ya sabes, Damián, que el tiempo lluvioso me gusta mucho más que el ordinario sol veraniego, estimo que este otoño ha comenzado más bravo de lo normal y tampoco me agradaría pasarme los próximos meses asido de forma permanente a mi chistera impermeable o al paraguas de varillas de plata que compré hace unos años en el West End, antes de que tu tía se fugase con el cansino poeta hindú del que a veces te hablo. Voy a telegrafiar de inmediato a mi buen amigo José Ángel Docobo, director del Observatorio Astronómico de la USC, para que tenga a bien informarme de sus previsiones meteorológicas de cara a las próximas semanas. Te mantendré informado de lo que me comente, más que nada por si el exceso de lluvia pone en peligro los horrendos tatuajes de tu pesada novia vegana.
{Ya no me gusta el cine}
Lamento mucho, sobrino, que José Luis Losa no vaya a estar este año al frente de Cineuropa, festival que llevo siguiendo con agrado desde hace al menos tres décadas pese a que ya no soporto casi ninguna película. No sé, Damián, antes el cine era más amable, más sencillo, más agradable, menos abrupto, mientras que ahora abundan los filmes oscuros, tortuosos y demenciales. Además, a la mayoría de los directores se les nota a la legua su pelaje jipi, infiel o republicano. Yo me quedo con los héroes tradicionales de John Ford, con las mujeres elegantes de Alfred Hitchcock, con la genialidad de Billy Wilder y con el glamur de Marilyn o Grace Kelly. Te dejo, voy a escribir a Steven Spielberg para ver si me da un papel en su próxima película. Creo que quedaría bien como predicador en el antiguo Far West. ¿Qué te parece?
Me apetece quemar unos cuantos contenedores