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La Cataluña de Orwell

    EN el plazo de pocos días el Tribunal Supremo ha dictado unos autos y una sentencia que se pueden calificar de históricos aunque el adjetivo esté muy manoseado y devaluado. La primera decisión da vía libre para exhumar los restos del dictador y trasladarlos a un domicilio diferente, alejado del boato que lo rodeaba en la basílica del Valle de los Caídos. La segunda, condena por sedición a los líderes independentistas que se alzaron contra la legalidad. Lo más significativo es la reacción social que se produce, tranquila o indiferente en un caso y revolucionaria en el otro.

    Las imágenes del cierre del recinto donde todavía está la sepultura de Franco muestran a un grupo reducido de nostálgicos que no fueron más allá de algunos gritos. Hubo discrepancias previas sobre la decisión del Gobierno socialista, pero los magistrados zanjaron el asunto y no pasó nada. Una vez que el poder judicial terció en el tema, la política se dejó de lado y sólo voces pintorescas siguen alimentando la polémica. Hay en todo ello una muestra clara de respeto al Estado de Derecho y la división de poderes. Aunque el dictador sea exhumado próximamente, el franquismo está enterrado a mucha profundidad no sólo en lo que se refiere a la figura del autócrata, sino sobre todo a la visión maniquea de España en la que se apoyaba, con una estricta separación entre "buenos" y "malos" españoles.

    En Cataluña, sin embargo, se ha instalado un divorcio entre "buenos" y "malos" catalanes fomentado por el independentismo. El nacionalismo además inculca en una parte de la sociedad el desprecio a cualquier legalidad democrática, algo comprensible si se tratase de un movimiento guerrillero al estilo castrista pero inconcebible en políticos que ostentan cargos en el mismo Estado al que atacan y al que acusan de oprimirlos. Por eso la reacción que se produjo ayer es coherente con la regresión que experimenta una parte de la política catalana hacia etapas negras de su historia.

    George Orwell retrató en libros y artículos lo que fue una guerra civil catalana dentro de la guerra civil española. Sus páginas reflejan el caos provocado por las innumerables milicias republicanas que se disputaban el poder en aquellos tiempos convulsos. Eran catalanes contra catalanes. Y han sido catalanas las víctimas de los innumerables atropellos causados por grupos incontrolados alentados por políticos con coche oficial. No es una lucha de Cataluña contra España, sino de una Cataluña que parece abandonar la cultura democrática, contra la que quiere autogobernarse en paz. Lo ocurrido ayer es un avance de lo que sería la república sin ley que predica el independentismo. Una república orwelliana. Sus líderes no atacan al Estado por ser poco democrático, sino por ser un ejemplo de democracia, legalidad y separación de poderes. El llamado guerracivilismo se enterró con el dictador, pero resucita lejos del Valle de los Caídos en un territorio al que algunos líderes están sumiendo en el caos. La sentencia del Tribunal Supremo da brillo a la España democrática. Las algaradas sitúan a Cataluña en el más triste pasado.

    Periodista

    14 oct 2019 / 22:11
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