Coger un taxi resulta a veces baratísimo

EN SANTIAGO, hace apenas dos décadas, raro era el fin de semana en el que no había que informar de alguna desgracia ocurrida durante la madrugada anterior. Los universitarios, de aquella, tenían por costumbre hacer rutas por las discotecas de las afueras y no pocos perdieron la vida o quedaron gravemente heridos en accidentes de carretera que casi siempre respondían al mismo patrón. Es decir, los conductores se habían pasado con las copas y sus acompañantes, fueran o no serenos, habían cometido la terrible irresponsabilidad de meterse en coches que eran auténticas bombas rodantes. Por fortuna, los cambios en los hábitos de ocio -los jóvenes residentes en Compostela suelen salir de marcha por el centro histórico o el Ensanche- y la mayor concienciación en torno al consumo de alcohol cuando toca coger el volante, que empuja a muchos noctámbulos a no compartir coche si quien va a los mandos ha bebido, han reducido de una forma muy notable aquella sangrienta estadística. Lamentablemente, este fin de semana las carreteras de la comarca compostelana volvieron a ser escenario, en una curva de O Pino, de un grave siniestro que costó la vida a una chica de solo 20 años. ¿Qué ocurrio? Lo que ya contábamos. Tres amigos iban de fiesta, el conductor del automóvil en el que se desplazaban de un lado a otro tomó unas copas y la juerga acabó en drama con el coche volcado bajo los árboles de cualquier cuneta. Controlar a los jóvenes de un modo absoluto es una labor imposible y este tipo de sucesos, por muchos esfuerzos que hagan sus padres y educadores, seguirán ocurriendo. Lo que sí debemos es alertar aún mucho más, a golpe de campañas machaconas, sobre el cóctel mortal que supone la combinación de volante y alcohol. Y también sobre lo baratísimo que resulta coger un taxi cuando, si no lo hacemos, corremos el riesgo de matarnos o de segar vidas ajenas. La DGT, que suele hacer unos anuncios excelentes, tiene aún mucho trabajo por delante.