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HACIENDO GALICIA

Conservas Albo, 150 años de historia con unos mismos valores

A lo largo de siglo y medio, la conservera gallega ha conseguido transmitir su legado entre generaciones // Han modernizado su imagen de marca y afrontan el futuro con una grandísima ilusión

    Cuando Carlos Albo Kay fundó las Conservas Albo en 1869 en un pequeño local en Santoña, donde trabajaba con la anchoa en salmuera, seguro que no podría imaginar la magnitud que tendría su obra.Lo que arrancó como un centro experimental, enmarcado en un contexto muy particular de transformación de la villa cántabra, se ha convertido con el paso del tiempo en una referencia nacional, en la que por encima de todo se han conseguido preservar los valores de la marca.

    Este territorio, después del aterrizaje de Albo, se centró como actividad principal en la pesca y la fabricación de escabeches, por lo que tras probar diferentes ramas a pequeña escala, la empresa daría un gran cambio en 1887. Junto al abogado santoñés Manuel Arredondo Quintana, Carlos fundó Albo y Arredondo, la cual en un periodo corto de tiempo se destacó como un fabricante dentro de la provincia y en sus envíos al mercado madrileño.

    Uno de los factores claves que permitieron su acceso a la capital de España fue la comunicación ferroviaria y la proximidad de una planta de litografiado de envases, por lo que en los años 1890 sus precios eran imbatibles en Madrid.

    EXPANSIón. El crecimiento del negocio hizo que la empresa instalase una segunda fábrica, en 1895, en la localidad asturiana de Candás. Hacia 1901, esta factoría ya contaba con cuarenta trabajadores y elaboraba un millón de latas de sardinas y anchoas, exportando a países como Egipto o Italia y al continente americano.

    Su estrategia de expansión se basó en abrir nuevos puntos de producción, lo que los llevó a inaugurar en 1898 una nueva fábrica en Pravia (Asturias) y en 1900 en la vecina San Juan de la Arena.

    Con todo, en 1902, la sociedad Albo y Arredondo se disolvería, repartiéndose los activos, arrancando Carlos Albo su carrera industrial en solitario con las dos fábricas asturianas. En esta experiencia, le acompañaban sus dos hijos mayores, José y Alfonso, así como Agustín García de Medina. Pese a ello, al no querer abandonar Santoña, construyó una nueva fábrica, la tercera de la familia.

    Y por otra parte, con vistas al mercado exterior, en 1906 decide establecerse por primera vez en Galicia, concretamente en A Coruña.

    Traslado a Vigo. Con la muerte del fundador, la compañía atravesó un periodo de consolidación, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial abrió una oportunidad para el suministro de ambos bandos, lo que hizo crecer las exportaciones hasta en un 75 % en el segundo curso de la contienda.

    Con el objetivo de afrontar esta demanda creciente, en el 1917 abren dos nuevas plantas, en Vigo y en Bermeo. Estos puntos productivos tienen para la compañía el carácter de permanentes, por lo que reciben importantes inversiones.

    En ese mismo periodo, Albo se instala en otros puertos del litoral cantábrico, pero no en todos consigue consolidarse. Es el caso de Fuenterrabía (1911-1917), Lastres (1916-1929) o Cudillero (1918-1926). Además, la villa asturiana de Ribadesella o el puerto gallego de Celeiro son otros enclaves en los que Albo se asienta.

    En el momento de transformación en sociedad anónima Hijos de C.Albo, contaba ya con siete plantas activas, entre las que destacaban, por la capacidad de producción, Vigo y Candás. En la fábrica viguesa, el principal producto era la sardina, pero también se producía bonito, mejillones y berberechos. Así, en los años 30, Albo producía 350.000 latas diarias, y la plantilla rondaba los 1.500 trabajadores, siendo un 75 % de ellas mujeres.

    Esta enorme producción, le permitía abastecer tanto el mercado nacional como el internacional. En España, su amplia red comercial le llevaba a situar sus productos con facilidad en más de dos mil pequeños clientes en ciudades de todo el territorio como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Cartagena, Alicante o Canarias. Por su parte, en el exterior, sus ventas se centraron en tres grandes áreas: Latinoamérica, especialmente en Buenos Aires (Argentina) y La Habana (Cuba); norte de África, desde El Cairo (Egipto) hasta Tánger (Marruecos); y Europa, con Bélgica, Italia, Grecia y Suiza. También otras áreas de Estados Unidos, como Nueva York o Pittsburgh, recibían algunas cantidades de anchoas.

    Esta buena sintonía, llevó a la empresa, a principios de los años treinta, a una de sus inversiones más importantes, creando una gran fábrica de 6.300 metros cuadrados en pleno puerto de Vigo, en la que se introdujeron modernos sistemas de producción de la época, llegados de Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. Una vez terminado el complejo, en 1934, la compañía traslada su sede central a la ciudad olívica, cerrándose así el primer periodo cántabro.

    La Guerra Civil y postguerra. Cuando estalló la Guerra Civil española, las plantas gallegas de Vigo y Celeiro multiplican su actividad para atender la Intendencia Militar y los mercados bajo el control del bando sublevado, mientras que en el periodo de postguerra, durante la Segunda Guerra Mundial y tras la finalización de esta, la empresa, gracias a su gran número de plantas y a una estructura de ventas equilibrada, consiguió suavizar el impacto de estos hechos históricos. De este modo, hacia finales de los años cuarenta, la exportación suponía la mitad de las ventas. En 1947, la producción anual era de 20 millones de latas.

    La concentración de fábricas. Hasta los años sesenta, Hijos de Carlos Albo presentó una estrategia de producción basada en varias ubicaciones para sus plantas, sin embargo, a finales de los años sesenta, con la mecanización de las plantas, y el consiguiente aumento de la producción, decidieron apostar por un proceso de reestructuración, con el cierre de algunas fábricas.
    Este plan se extendió hasta la actualidad, y hoy en día la compañía cuenta con tres fábricas. La de Celeiro, especializada en túnidos; la de Tapia de Casariego, que mantiene en sus líneas platos elaborados, principalmente fabada; y Vigo, la central, donde la versatilidad de producción es una de sus señas de identidad.

    Con todo ello, en la actualidad, elaboran alrededor de 100 referencias (Bonito, Atún Claro, Sardina y Sardinilla, Anchoa, Caballa, Pulpo, Calamar, Mejillón, Zamburiña… y un largo etcétera), que completan incluyendo también las más representativas de la gama de platos preparados, siguiendo en todas ellas los más exigentes controles de calidad y con las mejores materias primas y condimentos naturales, alcanzando unos productos de altísima calidad.

    CARLOS ALBO KAY

    Carlos Albo Kay fue el fundador de Conservas Albo. Nació en 1848 en Burdeos. Su padre, Venancio Albo Bernales, originario de la localidad cántabra de Limpias, trabajó durante varios años en la banca londinense. Allí conoció a la que sería su esposa, la irlandesa Mary Kay Hudden. Ambos, debido a la quiebra de la institución en la que Venancio trabajaba, se mudaron a Burdeos, donde nació su hijo Carlos. A los pocos meses decidieron regresar a España, para establecerse en Santoña.

    Fue en esa villa cántabra donde Carlos pasó su infancia, hasta que en 1866 decidió viajar a Ceilán, antigua colonia del Imperio Británico, para perfeccionar su inglés. Pasó un par de años allí antes de regresar a Santoña, para ingresar en el Cuerpo de Telégrafos como jefe de estación local. Su dominio de los idiomas le permitió acceder posteriormente al Colegio de Segunda Enseñanza de la Institución de Manzanedo, como profesor de inglés y francés.

    Durante ese espacio de tiempo, Carlos Albo se había casado, a la edad de 22 años, con Juliana Abascal Lavín, natural de Santoña. Fruto del matrimonio nacieron cuatro hijos, de los cuales sobrevivieron tres: José (1876-1962), María (1874-1936) y Juliana (1879-1964).

    Sin embargo, Juliana Abascal murió prematuramente en 1879. Dos años después, Carlos Albo se casó con su cuñada Manuela. Junto a ella tuvo otros siete hijos, aunque solo seis alcanzaron la adolescencia: Alfonso (1882-1957), Carlos (1884-1959), Francisco (1888-1958), Manuela (1883-1953), Josefa (1890-1920) y Laura (1894-1965).

    Con poco más de sesenta años, y una gran trayectoria empresarial a sus espaldas, Carlos Albo Kay fallecería en marzo de 1909. Tras de sí dejaba una empresa consolidada, con fábricas en Santoña, Candás, San Juan de la Arena y Coruña, y una amplia familia. Viuda y nueve hijos que debían repartirse la empresa familiar.

    Galardones y la esencia del proceso

    En estos 150 años de historia, la esencia de las conservas ALBO se ha mantenido prácticamente inalterada. Pese a los avances tecnológicos, muchos procesos se siguen haciendo de manera manual y para los que son semi-automáticos se siguen empleando las mejores materias primas.
    Así, por ejemplo, para la elaboración del atún, en ALBO reciben el atún completo directamente desde alta mar, lo limpian y lo preparan ellos mismos. Con este procedimiento, esta solo tiene una congelación, lo que consigue que el sabor sea mucho mejor, ya que la carne no pasa por varias congelaciones.
    Otro de los puntos clave es que categorizan los atunes por tamaños, por lo que así pueden adecuar las cocciones y los puntos de sal a los tamaños del pescado en cuestión. De esta forma, logran que el sabor y la calidad y textura siempre sean las mejores. La limpieza a mano es otra de sus virtudes, llevada a cabo por expertas manos que llevan haciéndolo de manera artesanal durante décadas.
    Por otro lado, en las sardinas, la clave es que se elaboran directamente frescas desde la lonja, no se congelan en ningún momento, consiguiendo así tener el mejor sabor.
    Respecto a los mejillones, son de las rías gallegas. Se envasan a mano uno a uno, retirando el biso de forma manual (las barbas que tiene).
    Todo este saber hacer, que se ha conservado desde su creación en Santoña, convierten a ALBO en un producto realmente único y fruto de ello han recibido, a lo largo de su trayectoria, diversas condecoraciones: en 1906 alcanzó el título de proveedor de la Casa Real; en 1922 se distinguió como proveedor oficial de la Santa Sede; y en 1930 recibió el Gran Premio de las Exposiciones Internacionales celebradas en Barcelona y Lieja.

    13 jul 2019 / 21:57
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