Constanza de Castilla, una peregrina atípica, una reina sin trono
"Para redondear el inicio de la expedición, la pareja de peregrinos se dirigió a la sede compostelana para hacer su entrada en la Catedral aprovechando la festividad del Apóstol"
La llegada a la Catedral compostelana de Constanza de Castilla es la historia de una peregrina atípica, del reencuentro con su reino de una reina sin trono. Hija del rey Pedro I de Castilla y de la que fuera su amante, María de Padilla, doña Constanza se convertiría después en esposa del duque de Lancaster, Juan de Gante, uno de los principales nobles de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIV.
Nacida en el verano de 1354, la infancia de doña Constanza no fue lo fácil que cabría esperar para la hija de un rey. No tanto porque fuera fruto de una relación extramarital, sino por el enrarecimiento que iba experimentando el territorio castellano debido a la cada vez más tensa relación entre la aristocracia y Pedro I. Entre las principales críticas, el cronista López de Ayala insistiría en dibujar la imagen de un mal gobernante, capaz de rechazar a la princesa Blanca de Borbón inmediatamente después de su matrimonio, deshonrando a la joven reina en contra de las tradiciones del reino y faltando a su palabra con la casa real francesa. Ya entonces sobresalía como posible candidato al trono el conde de Trastámara, uno de los hijos naturales que Alfonso XI había engendrado con su poderosa amante, Leonor de Guzmán. No obstante, las críticas nobiliarias y urbanas no fueron suficiente razón para que don Pedro abandonara a María de Padilla y su descendencia. Por el contrario, Blanca de Borbón moriría tras haber vivido encerrada buena parte de los años que pasó en la Corona de Castilla, mientras el rey Pedro procuró revestir de legitimidad al hijo e hijas habidas en el seno de su relación con María de Padilla. Doña Constanza contaba con siete años cuando fue testigo de que su hermano Alfonso, el único hijo varón del rey, era reconocido como sucesor de su padre y, en consecuencia, heredero del reino, aunque su temprana muerte truncó esas expectativas, en favor de la hija mayor y primogénita de don Pedro, la infanta Beatriz.
Entretanto, su padre trataría de encontrar apoyos externos que aseguraran su Gobierno en Castilla, como el reino de Portugal o Inglaterra, de la mano del conocido como el Príncipe Negro, el heredero inglés Eduardo de Woodstock. Como garantía de la alianza, sus hijas, las infantas Beatriz, Constanza e Isabel pasaban a ser rehenes, siendo confinadas en Bayona en 1366 conforme al contenido del acuerdo de Libourne, por el que los ingleses ofrecían su apoyo a la causa de su padre a cambio de hacerse con el control del Golfo de Vizcaya a través de la posesión del territorio señorial homónimo. Tras la sonora derrota en el campo de Nájera de las tropas del conde Enrique de Trastámara en 1367, ante las de Pedro I y el Príncipe Negro, las infantas pudieron regresar a Castilla, instalándose en Carmona, donde habrían de vivir asediadas, mientras continuaba la guerra. Dos años más tarde se producía el fratricidio de Montiel, que pondría fin a la vida de Pedro I a manos de don Enrique, al mismo tiempo que se oscurecía el destino final de la infanta Beatriz. Por su parte, las infantas Constanza e Isabel se convertían en fugitivas, al igual que al resto de los petristas, los partidarios de don Pedro, que encontraron en la corte inglesa un lugar en el que refugiarse y mantener sus aspiraciones de reinstaurar la legitimidad de la Casa de Borgoña en el trono castellano.
El hermano menor del Príncipe Negro, Juan de Gante, duque de Lancaster, pasaría a encabezar dichas aspiraciones y así quedaba demostrado tras sellar su acuerdo matrimonial con Constanza de Castilla en 1371. A tal efecto se celebraron las bodas en Roquefort en septiembre de ese mismo año. Ya en 1372, tras dar a luz a su primogénita, doña Catalina, tuvo lugar su entrada solemne en la ciudad de Londres, en la que se le presentaría como reina legítima de Castilla. Se iniciaba así más de una década de búsqueda de apoyos que ayudaran al duque y a su esposa a desembarcar en la península bajo el título de Reyes de Castilla frente a la nueva casa real instalada en el trono: los Trastámara.
Tras explorar sin gran éxito la vía diplomática, varios navíos llegaron a las costas gallegas, aprovechando también el momento de mayor debilidad vivido por los Trastámara. El entonces rey, Juan I, había visto truncadas sus expectativas de hacerse con el trono de Portugal, gracias a los derechos de su esposa, Beatriz de Avís. El 14 de agosto de 1385, se había enfrentado en campo abierto en Aljubarrota a las tropas lusas, en una campaña fallida que sería relatada por algunos de los cronistas más célebres de su tiempo. Juan de Gante buscó aprovechar la ocasión e hizo su entrada en el puerto de A Coruña en los primeros meses de 1386 y con él, lo haría su esposa, doña Constanza.
La misma ruta de peregrinación que emprenderían años más tarde otras conocidas peregrinas como Margery Kempe hacía las veces de ruta de invasión militar. El Camino Inglés ofrecía la posibilidad de levantar las menores sospechas posibles de una expedición, por lo demás, demasiado elocuente en sus propósitos. Poco a poco fueron tomando las diferentes villas y ciudades gallegas que encontraron a su paso hacia Santiago, además de establecer contactos con las autoridades locales. Se buscaba apelar al recuerdo de la legitimidad petrista, a través de Constanza de Castilla, y como tal se presentaban sus heraldos en la corte del rey de Castilla. La propia Constanza viajaría hasta la corte de Juan I de Portugal para procurar el matrimonio de la hija del duque, Felipa de Lancaster.
Para redondear el inicio de la expedición que tenía como objetivo en última instancia terminar sentados en el trono de Castilla, la pareja de peregrinos se dirigió a la sede compostelana para hacer su entrada en la Catedral aprovechando la festividad del Apóstol. Más allá de los intereses políticos y bélicos que se entrecruzaban, es fácil imaginar la solemnidad del momento para el duque de Lancaster y, en especial, para su esposa. Dado su origen regio, Santiago Apóstol era una de las principales devociones a las que debía encomendarse y reverenciar, así como uno de los santos cuyo favor buscaría en su propósito por reivindicar la legitimidad petrista. No en vano debía conocer también la tradición de reyes castellanos que habían hecho del escenario compostelano el lugar escogido para su coronación, aunque ya en el siglo XIV su abuelo, el rey Alfonso XI, hubiera preferido el marco del monasterio burgalés de Las Huelgas Reales. Al fin y al cabo ese mismo soberano había mostrado la trascendencia simbólica que poseía Santiago de Compostela y las reliquias que se albergaban en su catedral al ponerse en marcha antes de ser coronado e ir en romería hasta la tumba del Apóstol para allí velar sus armas y ser armado caballero, como reza su crónica: "Et fue por sus jornadas en romería á visitar el cuerpo sancto del apóstol Santiago. Et ante que llegase á la ciubdat, fue de pie desde un logar que dicen la Monjoya: et entró asi de pie á la ciubdat, et en la Iglesia de Sanctiago, et veló y toda esa noche teniendo sus armas encima del altar". Para completar su romería, antes de regresar a Burgos habría pasado por Padrón "porque en aquel logar aportó el cuerpo de Sanctiago". También las tropas inglesas pasarían por la localidad coruñesa, lo que habría permitido a doña Constanza revivir los pasos dados por su abuelo El Onceno cincuenta años antes.
El periplo de doña Constanza y su esposo todavía les permitió asentar su corte en la ciudad de Ourense durante unos meses, desde la cual escucharon a los embajadores que Juan I les hizo llegar. Galicia sería testigo del acuerdo entre ambas partes y que culminaría en las paces de Bayona (1388), por las que se unirían en matrimonio el heredero al trono castellano de la rama trastámara, don Enrique, y la hija de doña Constanza y el duque de Lancaster, la infanta Catalina. Constanza se convertía en señora de varias villas de relevancia, como Medina del Campo o Guadalajara, pudiendo visitar con libertad el territorio que había aspirado a gobernar desde hacía décadas. Posteriormente, emprendió rumbo a tierras inglesas, donde moriría en 1394, recibiendo sepultura en la Iglesia de la Anunciación de Leicester, bajo una marmórea efigie de reina en recuerdo de la mayestática peregrina que el pasado ya dejara atrás.