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La escultura de Daniel González en la Galería José Lorenzo

En colaboración con la Fundación Escultor Daniel, de reciente creación, muestra una docena de piezas de bronce fundido y patinado, significativas de un artista fundamental en el devenir plástico de la vanguardia internacional

Hace años que la galería José Lorenzo se vuelca en la escultura sobre todo de los vanguardistas gallegos, pero no menos en la renovación plástica vallecana o en las obras de Coderch y Malavia. En estas fechas lo hace con una selección de piezas emblemáticas del riojano Daniel González (1893-1969), con obras a caballo entre la tradición renovadora y la vanguardia más radical.

En colaboración con la Fundación Escultor Daniel, de reciente creación, muestra una docena de piezas de bronce fundido y patinado, significativas de un artista fundamental en el devenir plástico de la vanguardia internacional, quien asimila las aportaciones recibidas y desarrolladas en París, epicentro del arte, donde triunfó en los años 20, tras pasar por los talleres de los grandes maestros franceses.

Una carrera drásticamente truncada por la enfermedad de Parkinson, que paralizó las manos de un gran escultor, justo al iniciarse su madurez profesional en los años 30. Su estilo, manifestado en monumentos, retratos, dibujos y proyectos, se opone totalmente a la innovadora línea abierta por Rodin y sus formas expandidas por el espacio. Apuesta, contrariamente, por la configuración centrípeta al lograr que las formas fluyan hacia dentro, con la finalidad primordial de recuperar el peso, estructurar la plástica y la ordenación de los volúmenes para dar claridad a la figura. 

Por ello, sus piezas se revisten de fuerte sentido volumétrico y sin ninguna concesión al detalle anecdótico. En la galería se pueden contemplar alguna de sus conocidas cabezas y grandes retratos en los que se aprecia sentido de modernidad para el momento en que fueron realizados, a base de simplificar las formas. Daniel, a secas, como firmaba su obra, consideraba que la técnica no era sólo lo importante, ahí está la fuerza emotiva que transmiten sus bustos cuya base es la simplicidad de ejecución.

Ideó, entre otros, los de “Gonzalo de Berceo”, “Marqués de la Ensenada” o “Campagnola” en los que valora lo escueto y seco de la forma reproducida con la misma sinceridad de una mascarilla. Característicos en su producción fueron, además de los bustos, las parejas de niños en los que se inclina más por lo táctil y la idealización sin olvidar la configuración clásica de la escultura. Espléndido en su concepción es la “Niña con pelo a lo garçon” donde el riojano asimila formas de la escultura primitiva, tanto en el corte de su sonrisa arcaica como en la frontalidad y las formas geométricas. 

Conviene destacar los avances estatuarios con respecto a formas totalmente simplificadas y puras. Otros retratos emblemáticos realizados en torno a 1925 son su “Autorretrato” o “La italiana”, en los que adivinamos una temática potente y obsesiva con un sello totalmente personal, resuelto a base de diseños sencillos y esquemáticos. El artista apuesta por la contundencia del material, esa rotundidad que hasta se adivina en sus dibujos presentados casi como si de esculturas en toda su pesantez se tratase.

Son piezas frías, calculadas, con mucho oficio. Muy apreciable es su “Maternidad”, resuelta en potente bloque casi de ordenación arquitectónica, en la que se presenta una madre sentada con las piernas en desnivel que amamanta a un bebé, mientras sostiene de pie a otro, aludiendo a la generosidad y previsión de la madre. El grupo iba destinado al monumento del “Ahorro”, una pieza alegórica resuelta con sobriedad formal, totalmente vanguardista, cuya descomposición volumétrica a base de planos lo vinculan a planteamientos cubistas y futuristas de grandes de la plástica internacional como Archipenko y guiños a los volúmenes y planos geométricos del croata Mestrovic.

En otras esculturas, como “Arrogancia”, apreciamos más las derivas hacia los logros de un Bourdelle. La grácil pose encarna a una figura femenina imbuida de fuerte inspiración vital contrapuesta a la línea neoclásica. Se presenta en actitud de un movimiento derivado del dominio de la masa que desordena y diluye las formas abiertas a los efectos lumínicos. Su canon deja sentir la huella de Renoir y la tendencia más naturalista de captar los reflejos de luz y expandir la expresión más en conexión con la expresividad novedosa de Rodin.

Muchos autores estamos convencidos de que si la enfermedad no truncase la carrera de Daniel antes de tiempo, hubiese continuado en la misma línea de síntesis compositiva, Es la que desecha cualquier adorno, escapista al exceso de oficio y conectada con lo más radical de las novedades del momento. En su obra las formas arcaicas aparecen desvinculadas de lo académico, pero sin llegar nunca a la abstracción total porque, según sus propias declaraciones, las nuevas tendencias no debían desconectarse de los grandes dogmas del arte. Su creación no deja de contener viveza aunque las piezas luzcan fuertemente estilizados y sintetizados, y cobran vida por el espíritu del singular artista capaz de insuflar a la materia inerte energía palpitante.

11 ene 2020 / 21:52
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