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LOS REYES DEL MANDO

Sin Forges

    LA MUERTE de un humorista es siempre una noticia terrible, pero si este humorista ha sido nuestro proveedor principal de felicidad en el último medio siglo, entonces la tristeza es inconsolable. Forges ha muerto ayer después de haber luchado sin descanso contra los numerosos motivos del ser humano para el desánimo. Una lucha persistente, porque esa chispa de alegría demanda un trabajo cotidiano, una tarea constante, en busca del ingenio, de la frase surreal, de las palabras que nos descubren lugares insospechados donde habita la risa. Aquí siempre hemos defendido el humor como uno de los motivos esenciales para vivir. Como uno de los asuntos que más contribuyen a curar las heridas de la realidad. Y como una de las manifestaciones más claras de la inteligencia. Creo que nunca me he equivocado cuando he apostado por la gente con sentido del humor: en el peor de los casos, te alegran el día. En el mejor, te alegran la vida.

    Forges (gallego por parte de padre) no sólo nos regaló su extraordinaria vis cómica, su manera especial de interpretar las cosas que nos pasan. Hizo que nos sintiéramos libres. Un ser que desdramatiza, que es capaz de pisar la luz del día con una ironía, con una mirada socarrona, regala cada mañana una dosis extra de libertad. Un viñetista tan grandioso como Forges debería ser una obligación ciudadana, un servicio de urgencia. Deberían recetarnos humoristas. Deberíamos tener siempre alguno de cabecera, y la verdad es que Forges lo era. Dispuesto a hacernos sonreír con un temple extraordinario, siendo él mismo el reverso de sus propios miedos y de su propia digestión del agobio, como algunos han escrito, volviendo del revés el calcetín de la tristeza para hacernos ver la vida, que siempre acaba mal, como una colección de momentos hilarantes, como una sucesión de juegos verbales magistrales. Nunca le agradeceremos bastante lo que ha hecho por nosotros cada uno de los días de nuestra vida.

    Pero, al fin, él es el mejor espejo del humorismo brillante que otros (Tono, Mihura) inventaron. Heredero de ‘Hermano Lobo’, donde publicó, Forges ofrecía una versión cercana al pueblo más llano (escribía sobre la cotidianidad de las tabernas, sobre la vida doméstica de clase media, por no hablar de sus hilarantes mostradores y ventanillas de negociado). Una ironía constante, un desparrame verbal que lo hacía intransferible e intraducible. Heredero, sí, del absurdo, nuestra mejor tradición. Dicen que dibujó su primera viñeta estando de guardia en Televisión Española, donde empezó, y de allí pasó a todos los grandes periódicos y revistas. También hizo cine y televisión (su último trabajo para la pantalla fue en 2014, cuando presentó ‘Pecadores impequeibols’, una tertulia humorística sobre los pecados capitales). Pero el Forges que quedará con nosotros es el de los dibujos, el de las frases imposibles. Quedarán sus criaturas, casi siempre desvalidas ante la inmensidad de los poderosos, que explican el ser español. Y ese resabio de tristeza, que a veces acompañaba de una lágrima. Fue hermosamente humano. Fue compasivo. Y encontraba en la oscuridad una luz encendida. Como los grandes hombres, sabía que hay que ser comprensivos con la imperfección: porque hay de todo en la viñeta del Señor.

    22 feb 2018 / 20:45
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