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todos los hombres del presidente

Importancia del cuarto poder. La primera libertad

Ejemplo de cine comprometido, ‘Todos los hombres del presidente’ repasa un hecho histórico decisivo en el que el ejercicio de la libertad de prensa fue capaz de hacer dimitir al hombre más poderoso del planeta

El sistema democrático liberal está basado en la desconfianza. La separación de los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, no es arbitraria, sino que responde a la necesidad de que la triada se vigile y controle entre sí, debido a la natural corruptibilidad del poder. Por ello, hasta cierto punto, es lógica y legítima una sistemática aunque razonable cautela con respecto a las instituciones democráticas, pues es justamente esa falta de confianza la esencia misma de la democracia. Pero esa suspicacia ha de tener cauces por los que expresarse y en los que sostenerse. Fueron los liberales los que por vez primera introdujeron y defendieron el concepto de libertad de prensa y fue un liberal, Sir Edmund Burke, el que pronunció la famosa frase: "Hay tres poderes en el Parlamento. Pero allí, en la galería de los periodistas está el Cuarto Poder, el más importante de todos ellos".

Aunque la locución Cuarto Poder es entendida frecuentemente de manera despectiva, lo cierto es que es otro poder más, en tanto en cuanto es absolutamente imprescindible a la hora de controlar y denunciar los excesos de los otros tres, completando el juego de contrapesos y balanzas. La libertad de expresión, la libertad de prensa, es de tal importancia que los americanos en un juego de palabras, la llaman La Primera Libertad por estar contenida en la Primera Enmienda de su Constitución, modelo de muchas otras constituciones democráticas. En Todos los hombres del presidente, se narra uno de los hechos cruciales, no sólo de la historia del periodismo, sino de la defensa del sistema democrático a través de la libertad de expresión y de prensa: el caso Watergate. Basado en el libro escrito por los míticos periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, narra el proceso de investigación periodística que les llevó a descubrir la implicación de la Administración Nixon en el caso de espionaje en el cuartel de la campaña presidencial de los demócratas.

Si bien es cierto que las instituciones hicieron su parte con respecto a este delito, no lo es menos que las implicaciones políticas que tuvo, con dimisión presidencial incluida, fueron gracias a la insistencia del Washington Post, de sus dos reporteros, y a la valentía de su editora, Katherine Graham, que a pesar de la presión recibida (conviene recordar que durante esta epopeya el "Washington Post" se encontró solo en no pocos momentos) siguieron adelante en un asunto en el que estaba en juego la "higiene democrática" del país. Porque un sistema sano no es aquel que no falla, sino aquel que es capaz de detectar sus errores y enfrentarlos abiertamente hasta que la mácula desaparece, depurando las consiguientes responsabilidades, como aconteció en este episodio de la historia americana. De ahí la necesidad de una prensa comprometida, no con el interés partidista, sino con el fair play institucional. Y todo ello en unas sociedades cada vez menos preocupadas por la salud de sus democracias, pues ya en este filme se avisa que en aquel momento candente, la mitad del país ni siquiera había oído hablar del Watergate.

Solía enseñarse en las facultades de periodismo que "la mejor ley de prensa es aquella que no existe", en referencia a que la libertad de prensa ha de verse sometida a las mínimas restricciones posibles. En el caso español, el Código Penal recoge los delitos contra la seguridad del estado, contra la propiedad intelectual e industrial, y contra el honor, en los que se incluyen los delitos de injuria y de calumnia. De esta manera tan sólo los tribunales de Justicia tienen la facultad de enjuiciar a los medios, y no las administraciones, lo que daría lugar a un grave retroceso democrático. Si un periódico, una radio, una televisión, calumnia o injuria, en democracia hay que recurrir a los tribunales. Y esto queda perfectamente reflejado en Todos los hombres del presidente, cuando los periodistas del filme señalan las difamaciones y acusaciones de tendenciosidad y desprestigio con que la Administración Nixon respondía a sus investigaciones, pero sin atreverse en ningún momento a denunciar ante los tribunales la posible falsedad de sus reportajes.

En ‘Todos los hombres del presidente’ se repasan los grandes items del periodismo: la independencia, el contraste de las fuentes, el respeto al polémico secreto profesional, el descrédito de las elucubraciones y lo sagrado de los hechos. Quizás el Watergate no hubiera tenido las dimensiones que alcanzó de no haber sido por la obstrucción flagrante con la que el presidente Nixon intentó entorpecer las investigaciones. Y es que un gobierno democrático, equivocado o no, ha de ser siempre transparente, pues no responde ante sí mismo, sino ante el pueblo a quien representa. Para evidenciar esa transparencia las sociedades democráticas cuentan con el Cuarto Poder. En palabras del director del Washington Post en este filme: "Nos acosan por todas partes, pero nosotros aguantamos y respondemos porque está en juego la libertad de prensa, y quizás el futuro del país".

30 sep 2006 / 14:13
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