La injusticia con Scorsese
VARIOS días después he vuelto a pensar en la injusticia cinematográfica cometida con Martin Scorsese. Está claro que los Oscar no son la medida exacta de nada, como prácticamente ningún premio, pero esa soledad de primera fila del gran cineasta, contemplando cómo desaparecían las estatuillas por aquí y por allá, me dejó mal cuerpo, y me habla de los caprichos de estas galas, y de estas cosas. Bueno: de nuevas no le habrá pillado. Ya lo perdió todo en su día por Gangs de Nueva York.
Scorsese se pasó gran parte de los Oscar riéndose y divirtiéndose de lo lindo, con buen talante, y con imaginación, supongo, porque el espectáculo fue más bien malo, o muy malo, y la gracia prácticamente nula. Casi nadie se atreve a hacer humor, dadas las circunstancias. De esto ya hemos hablado, pero hay que reconocer que Scorsese lleva mucho en el negocio, es un clásico, un enorme director también, y no va a llamarse a engaño a estas alturas. Ganó sus Oscar por El infiltrado, de nuevo en esos territorios argumentales que él conoce bien, esos intrincados laberintos de los bajos fondos y de los no tan bajos. Llegó a decir que era su única película con guión: vamos, Marty, vamos La historia, paradójicamente bebía de antecedentes asiáticos, así que no le habrá parecido mal a Martin, no lo creo, el éxito también justo y necesario de Parásitos en esta edición de los Oscar (aunque tampoco falta quien lo cuestione, por su efectismo visual y por su lado comercial, tan coreano por otra parte: es comercial, pero es muy buena, qué diantres).
El caso es que la construcción de lo irlandés en Estados Unidos ha estado siempre en la base del cine de Scorsese, que mueve muy bien la cámara en busca de los personajes, y no viceversa. Ha creado una movilidad de espacios y perspectivas que le permiten descubrir los lados oscuros del corazón humano y la potencialidad de las habitaciones y las casas, que modelan nuestra vida e incluso nuestra muerte. Gangs de Nueva York es la gran expresión de ese interés por lo irlandés, que ha llevado a Scorsese a buscar una perfección extraordinaria, siempre en torno a personajes con un fondo histórico y social muy semejante. Ahora, con El irlandés, no ha venido a hacer otra cosa que a pulir su gran diamante, su diamante temático favorito.
Los Oscar no han querido saber nada de esta cinta prodigiosa que no consiste en homenajear a Al Pacino, a De Niro, a Joe Pesci, a Keitel No solamente. Scorsese se une a un equipo de actores fundamentales de la historia del cine y compone una sinfonía coral, con demostraciones extraordinarias que van desde el movimiento de cámaras a la construcción del diálogo, pasando por la excelencia narrativa en off y el dominio del flashback. Es difícil que Scorsese pueda superarse ya, tras esta cinta sobre la desaparición del sindicalista Hoffa: es un ejercicio de virtuosismo. Más allá de que Spielberg no quiera el streaming, como se dice, que en el castigo a El irlandés se vea una forma de mostrar a Netflix que no están de acuerdo sobre sus políticas, la película (por cierto, con el mismo guionista de La lista de Schindler) es una genialidad que no merecía este injusto trato de la academia.