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Integrar, no consensuar

    HACE mucho tiempo que hemos perdido la cultura de la integración. Para unos prima la palabra consenso, consensuar, para otros, contrariamente, destruir este último vocablo. España, pese a sus jinetes políticos, no sé si apocalípticos o no, ha cambiado y basculado mucho. La cultura de la transición solo fue posible en una época y con unos protagonistas distintos. El país es otro, como lo es su sociedad, probablemente más vaporosa y vacía que nunca antes. La palabra servicio y compromiso no existe. El egocentrismo forma parte de entender el yo, la circunstancia y cuanto lo rodea. Eso explica la actitud que no aptitud de quiénes están al frente. Son gestores, no líderes. España prepara y forma, de aquel modo, gestores, pero no líderes. Así no se consigue el compromiso, menos el discernimiento. Ni ejemplaridad ni credibilidad. Falta en la clase política, pero también en otras, credibilidad y esta solo se consigue desde la coherencia, la congruencia y la consistencia. Y la volatilidad en este campo es el emblema. Sin equipos no hay liderazgo, y sin ellos madurez. Sin cooperación no llegamos a ningún lado.

    Mucho se habla del momento actual, de la situación. Pero pocos quieran analizarla en su verdadera y honda dimensión. Todo es pasajero, fluye, aunque también salen las visiones más pesimistas casi apocalípticas de este país. No es nuevo, es algo recurrente, periódico en nuestra historia y reiterativo. Miedo al cambio del status quo. Pero esta vez, con la generación política menos preparada intelectualmente, no es para menos. Dejémoslo ahí. Junten en una habitación o en una sala a los cinco candidatos a presidente del pasado mes de noviembre sin asesores ni móviles, y verán el resultado. Lejos de estereotipos y clichés de márquetin, poco donde rascar. Pero ¿y la sociedad española? ¿cómo es verdaderamente? Usted me ha leído muchas veces que no es ni mejor ni peor que sus políticos, que sus empresarios, que sus profesionales o que sus desempleados, funcionarios o jubilados. Es el espejo y reflejo de lo que uno quiere ver cuando se mira al cristal.

    Ni nos devuelve una imagen distorsionada ni convexa, sino real. Verdaderamente real. Sociedad abúlica, anestesiada y ensimismada sobre sí misma, en su lado más hedonista y sumamente indolente. Indiferente. Despreocupada y desgarbada, recostada sobre una galbana intelectual asfixiante. Y si esto es así, todo lo demás va en réplica. El éxito es efímero porque se busca sin labrar el aspecto humano, sí humano, humanismo, han leído bien, a esta sociedad le falta valores humanistas y conocimiento humanístico, sobra el dios algorítmico y el mega dato y olvidamos a la persona que ya no es referente sino cosa a ser usada meramente.

    Y aun así, y siendo resilentes en esa sociedad líquida del viejo profesor Bauman, huimos de buscar la felicidad, lo que nos hace humanos. Hemos creado una sociedad sin líderes y sin equipos, sin equipazgo, donde predomina el yo aislado, comunicado solo por redes sociales, pero individualizado hasta el extremo. Que no se atreve a pensar por sí mismo, que rehúye de la lógica y se deja abrazar por la moda del momento, delgadez, esbeltez, estética y gimnasio, pero que no se cultiva ni lee. Y donde nadie quiere integrar al que piensa distinto, siente diferente, sea en política, en fútbol o en religión. Buscamos consensos imposibles, porque ya no es tiempo de ellos, sino de integrar. Con mayúsculas. También en los temas espinosos. Entiéndase también Cataluña y otras realidades.

    Profesor universitario

    08 dic 2019 / 21:20
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