Intelectuales en su papel

UN SELECTO GRUPO de escritores y filósofos franceses publicaron en Le Monde del ocho de febrero pasado un manifiesto con este esclarecedor título: "Renunciando a las humanidades clásicas, Francia renuncia a su influencia". Oportuno y exportable.

Denunciaban allí cierta reforma en la enseñanza de las lenguas clásicas que, bajo capa de modernización, de hecho las relegan a un papel decorativo. Consecuencia de la visión pragmática que viene viciando los planes de estudios en los últimos decenios, y cuya aspiración confesada consiste en preparar mano de obra para el sector productivo. El ideal democrático de la educación para la libertad y el progreso compensado pide otra cosa distinta: formar primero ciudadanos ilustrados y luego especialistas.

Se equivocan los políticos si creen que un saludo optativo al griego y al latín en Bachillerato basta para conseguir lo que ellos llaman educación de excelencia. Quien no conozca de primera mano las grandes aportaciones de Grecia y Roma a la cultura occidental no puede decirse que hayan recibido tal cosa, ya que no sabe dónde están sus raíces. Para evitar esta carencia hay que aprender bien las lenguas en que nos transmitieron su sabiduría.

Un sistema educativo de calidad escupe el disparatado artificio burocrático de la división entre letras y ciencias: los saberes humanos forman un bloque indivisible y solidario. No será casualidad que los países que cortan el bacalao en el mundo evitaran caer en esta trampa de la falacia economicista. Gran acierto el suyo.

El estudio obligatorio de las lenguas clásicas aceleraría el desarrollo de una conciencia de identidad política europea. La UE tendría algo que decir en esto.

Profesor titular de Latín