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Julia Roberts no publicita el juego

    EN 1990 se estrenó Pretty woman, película que lanzó al estrellato a Julia Roberts y donde encarnaba a una prostituta. En cierto modo su guion blanqueaba ese negocio, con un argumento que recordaba también a My fair lady de Cukor, pero en nada a la cruda Belle de jour de Buñuel. Ni por asomo se ha visto a Julia Roberts protagonizar campañas publicitarias sobre esa actividad, legal a veces, pero éticamente más que cuestionable.

    No pasa lo mismo en este país con respecto al juego. Actores como Coronado y deportistas como Rafa Nadal, Cristiano Ronaldo o Gerard Piqué, todos inmensamente retribuidos, prestan su imagen a las empresas de apuestas deportivas o de juego on-line, por no hablar de conocidos periodistas deportivos.

    Deberían saber que en 2018 el número de jugadores activos asciende a un millón y medio y lo jugado supera los 17.300 millones de euros, lo que triplica la cifra anotada tan solo cinco años antes. Una gran proporción de jugadores son jóvenes y muchos de ellos ya adictos y con serios problemas financieros por su ludopatía. Ni ética, ni económicamente, es comprensible la complicidad de esos famosos con la publicidad del juego.

    Pero no solo debemos cuestionar a esos protagonistas. El sector público también es acólito. Una de las últimas decisiones de Montoro, en los presupuestos para 2018, fue reducir el tipo aplicable al Impuesto sobre Actividades del Juego del 25 % al 20 %, con la excusa de fomentar la legalidad en el desarrollo de esta actividad. Pero el verdadero efecto fue fomentar el juego, con la contrapartida de mayores ingresos para el erario, gracias a las mayores recaudaciones. Sinceramente me parece una hipócrita aplicación de la Curva de Laffer, la que refleja las variaciones de la recaudación fiscal al modificar los tipos impositivos, a una actividad improductiva y adictiva.

    Si grave es la tolerancia con la publicidad del juego, no menos lo es la facilidad para la apertura de centros de juego y apuestas en cualquier esquina. De un tiempo a esta parte se han multiplicado y parecen haber sustituido en el hinterland urbano a las oficinas bancarias o inmobiliarias. Las administraciones locales consienten, incluso, su presencia al lado de colegios o la existencia de varios locales en la misma calle. No todo vale a cambio de la recaudación.

    Aún reconociendo que es una actividad legal y una libre decisión de la persona su práctica, las administraciones deben profundizar en la regulación de la actividad. El libre mercado no lo ha logrado. Se debe limitar el número de establecimientos, su proximidad a centros educativos y, por supuesto, restringir la publicidad y pedir a los famosos que la protagonizan, que sigan el ejemplo de Julia Roberts.

    Economista

    07 nov 2019 / 21:48
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