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AL OTRO LADO

Languidez política

    NO hay novedad. Todo sigue igual. El debate televisivo, pese a la expectación que había despertado, no despejó la incógnita de quién va a ser el próximo presidente del Gobierno. Todo fue muy plano, desde la poca luz del plató hasta la pobre intervención de los moderadores, pasando, claro es, por unas intervenciones de los protagonistas que no pasarán a la historia de la dialéctica política española, salvo algún chispazo de ingenio por parte de Rajoy, algún encontronazo –un tanto agrio– entre Rivera e Iglesias y la actitud desabrida de Sánchez con Rajoy, que aguantó las embestidas con filosófico estoicismo, dando así testimonio de su solvencia, su serenidad y su dominio de la escena.

    O sea, seguimos donde nos dejó el 20-D, aunque el debate sí nos ilustró sobre dos cosas: la poca entidad política de Sánchez, que no es más que fachada, y la camaleónica imagen de Iglesias, que un día se viste de comunista enragé y otra de socialdemócrata europeo, y en esta sí que ha sido clarificador el debate. Conclusión: no ha habido un triunfo rotundo de ninguno de los contendientes y ninguno de ellos ofreció un programa político ilusionante para el futuro, ese futuro que llega a galope a lomos de internet y cuya eclosión en la vida económica, social, cultural y política de la humanidad se señala para el año 2050, como quien dice, a la vuelta de la esquina, visto desde las grandes etapas que vivió el homo sapiens desde que bajó de los árboles y se refugió en las cavernas. Aunque lo inmediato sea lo que apremia.

    Es triste tener que decirlo, pero da la sensación de que padecemos de languidez política, que nos sobran políticos mediocres y estamos huérfanos de auténticos hombres de Estado. “Quod natura non dat, Salamantica non praestat”. Solamente Rajoy, con su conocimiento en profundidad del servicio público, ha sabido poner un punto de equilibrio, de moderación y de esperanza en que lo que construyeron –con gran generosidad– nuestros políticos de 1978 no se vaya al garete y –una vez más– a la papelera de los desastres nacionales.

    Y no hay más cera que la que arde. El próximo día 26 cada español podrá votar –aun podremos hacerlo– y otorgar su confianza a quien le pete. Pero reflexionemos bien nuestra decisión. El dilema –pese a la maraña de siglas– está muy claro: o reforma o ruptura; o estabilidad, con las reformas que necesita el sistema, o un periodo de confusión y la consiguiente ruptura del orden constitucional. Que nadie se engañe. Pablo Iglesias y su corte de podemitas son como una de las diez plagas de Egipto, pero el mesías de ahora –que se viste de mariposa multicolor para deslumbrarnos y oculta su aguijón de avispa– no viene para redimirnos de una esclavitud que no existe, sino para someternos a la que quieren establecer. Estos días hemos podido oír a Iglesias como gritaba a los suyos: “¡Adelante, que podemos ganar!”, y, por su tono, era como si nos quisiera situar en el París de 1789. Reflexionemos, repito, y votemos, que nos jugamos mucho en el envite: la paz, la concordia, el orden y la libertad, y no interrumpamos la buena marcha del país –a trancas y barrancas, cierto es– hacia la meta del Estado del bienestar social.

    Abogado

    19 jun 2016 / 21:56
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