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los reyes del mando

Malas calles

    HUBO un día lejano en el que los periodistas se empotraron (este era el término) en los ejércitos y transmitieron las guerras desde el vientre de las batallas. Muchos se jugaron la piel, incluso perecieron, pero los espectadores empezamos a recibir en casa las imágenes y los sonidos de todo aquello, tan atroz, ante lo que, sin embargo, nos deteníamos con curiosidad, quizás malsana. La guerra en directo ya no es una novedad mediática, en un mundo en el que las cámaras pueden estar en cualquier parte, lo que no asegura la libertad. Quizás fue Julio César, periodista y militar en el frente, el que intentó en los tiempos de Roma hacer algo parecido: siempre bajo su punto de vista, naturalmente. No había cámaras, pero su escritura, con aquellos latines enjutos y castrenses, hizo que muchos vieran lo que pasaba en los confines del imperio.

    Pocas cosas atraen más que la narración desde el interior de los acontecimientos. Aunque sea desde el interior del mismísimo infierno. En Cataluña también se han vivido los disturbios (o se están viviendo) en riguroso directo, con imagen y sonido desde dentro. Como habrán leído, algunos comparan la retransmisión con la telerrealidad, pues muchos manifestantes (y quizás turistas o gente que pasa por allí) se fotografían con los restos de la batalla, con el largo cuerno de las hogueras, o con los movimientos de unos y de otros en el fondo de la imagen, así sea en medio de una carga o de un lanzamiento de objetos por parte de la masa que protagoniza la revuelta. Fotos que en muchos casos habrán ido a parar a las redes, y a ese capítulo de nuestro ego personal cuya carpeta merecería llevar el título de "yo estuve allí". Algunas fotos se hicieron virales y, como Fortes y su equipo demostraron ayer, fueron rigurosamente manipuladas.

    Hay un componente de trivialización de los hechos más duros en nuestra vida contemporánea. No creo que esto se parezca a eso que se ha dado en llamar 'turismo de desastres', sino que responde, claro, a la estupefacción que produce en quien lo contempla desde los márgenes. Lo cierto es que hemos visto fotos, vídeos, algunos grabados en plena refriega, y hemos visto muchas horas de directo en las malas calles. Los propios protagonistas acudían de vez en cuando al primer plano, lanzado proclamas o interrumpiendo el directo de algún reportero, conscientes de que hoy lo que no sale en pantalla prácticamente no existe. Los móviles se alzaban también para buscar el ángulo desde el que mejor se podía retratar la noche en llamas. Había una extraña mezcla de actores y espectadores, una composición entre tinieblas que arrojaba una estética apocalíptica.

    Luego está, claro, la fascinación por la acción grupal, que no sólo corresponde a los manuales de lo que algunos llaman guerrilla urbana, sino a otros acontecimientos masivos. Esa fascinación por romper las reglas e incendiar el orden siempre ha existido, y no pocas veces suele tener un efecto bola de nieve. El decorado dantesco de esas noches nos informa de que todo es inflamable, hasta en el progreso, hasta en la paz dorada de la vieja civilización, y que es demasiado fácil volver al ruido y la furia, y a las calles de fuego.

    22 oct 2019 / 20:52
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