Observación impopular

COMO cierre de las descali- ficaciones personales a los políticos que disgustan a sus amos recurren los comentaristas al sobado tópico de que esos no nos los merecemos. Afirmación que descubre nula estima por la capacidad analítica del destinatario del mensaje.

Para sostenerla hay que prescindir de un hecho: la clase política que tantos motivos da para que los despellejemos sin compasión, está en el machito porque la hemos puesto allí entre todos, y lo demás son milongas. Solo pueden proclamar con verdad que no se sienten representados por ellos quienes votan en blanco o no participan en la ceremonia del engaño bautizada como la fiesta de la democracia, nombrecito que se la trae.

Es menester aceptarlo: tenemos los gobernantes que merecemos, y los seguiremos teniendo mientras el ciudadano no se decida a castigar los continuos incumplimientos de promesas electorales y las fechorizadas del partido de sus desengañados amores. Para hacerlo hay que rechazar la disculpa para renovarles la confianza: evitar que gobiernen los de la cuerda ideológica opuesta, tomados por enemigos y no por simples adversarios políticos.

Con todo, el que los políticos sean reflejo las carencias del paisanaje que los produce y luego sufre no justifica las propias, ya que siendo la esencia de su oficio el servicio desinteresado a la comunidad se supone en los que a esa función se dedican un nivel de exigencia superior. No basta con que la tengan, han de demostrar que la tienen: la política sin soporte ético se degrada en ejercicio de trapacería con daño de la república.

No exigimos que nos gobiernen ángeles, sí personas a prueba de las tentaciones del poder y dotadas de buen juicio. Los actuales incumplen las dos condiciones: doblan fácilmente ante aquellas y andan ayunos de este, lo que es gran maravilla.

Profesor titular de Latín