Esos peces luminosos y extraños

YA NOS VAMOS acostumbrando a que el editor Enrique Murillo nos sorprenda con pequeñas piezas geniales, con joyas que él encuentra en alguna parte donde, sin duda, sabe mirar. Ahora, por ejemplo, agita nuestra excesivamente acomodaticia alma estética con este libro de relatos de Marina Perezagua, Criaturas abisales. Se trata de su opera prima, y, como ya nos ha ocurrido en algún que otro caso, se trata también de una obra sorprendente. La escritora es, ya digo, Marina Perezagua (¡que gran nombre acuático, un nombre que incluso invita a ver peces en él, aunque sólo sea por el delirio de los adorables juegos fonéticos!). Marina Perezagua logra construir pequeñas cápsulas de ficción absolutamente nutritivas. Cápsulas cuyo sabor y textura no se parecen a nada de lo conocido. Con ella todo es inesperado, todo es mágico, extraño, formidable, tierno, onírico, delirante. He aquí, sin duda, una voz que construye poderosos edificios de palabras en los que late un vértigo bellísimo. Todos son peces raros, iluminados, luminosos, luminiscentes. Seguramente así es el mundo, si tuviéramos la oportunidad de mirarlo como Marina Perezagua lo mira. Pero vaya, no es fácil mirar así. No necesita la autora demasiadas palabras para componer sus extrañas cápsulas literarias. Son historias cortas. Le basta un poderoso ingrediente de magia o de locura, una evidente perversión de las reglas que gobiernan la realidad y una delicadísima elegancia narrativa. La primera historia, en la que una lengua solitaria que aparece en el exterior de un avión en vuelo, y luego en el interior de la cabina, se aventura en lugares insondables, no necesariamente abisales, basta ya para poner al lector en su sitio. Por no hablar de la mujer que encarcela a su amado. Hermosa locura literaria. Y, como dice la autora, "como cualquier virus, la locura se contagia".