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mujeres en la ruta jacobea (XI)

La peregrinación a Santiago de la rainha santa de Portugal

Tras la muerte de don Dinís, doña Isabel se retiró en Santa Clara de Coimbra, vistiendo los hábitos de las clarisas, pero sin hacer voto de pobreza // Ese mismo año, con 55 cumplidos, decidió peregrinar a Santiago por devoción al apóstol

La peregrinación a Compostela en la primera mitad del siglo XIV tiene como principal protagonista a doña Isabel de Aragón (ca. 1270-1336), reina viuda de Portugal. Nieta de Jaime I El Conquistador, hija de Pedro III de Aragón y de Contanza de Nápoles, doña Isabel fue reina de Portugal por su matrimonio con don Dinís, con quien tuvo dos hijos, Afonso, futuro soberano lusitano, y Contanza, que sería reina de Castilla. La vida de la reina Isabel se caracterizó por la búsqueda de la paz en su vida y su reino, la práctica de la caridad y su servicio a la Iglesia y al pueblo. A su patrocinio se debe la fundación de hospicios, albergues, leproserías, hospitales y conventos, como el de Santa Clara de Coimbra, su última residencia, donde se encuentra su sepulcro (hoy en Santa Clara-a-Nova).

Su servicio al pueblo residía en su capacidad negociadora. Evitó la guerra entre el príncipe Alfonso, su primogénito, y su padre el rey, motivada por los celos que Afonso tenía de los hijos bastardos de don Dinís, en especial de su hermanastro Alfonso Sánchez, a quienes el rey parecía preferir. Ante el peligro de no verse coronado, el primogénito y sus fieles tomaron la vía guerrera entre 1320-24. Tomó parte la rainha con ánimo mediador, y sin duda el momento más sonado fue su presencia en el campo de batalla de Alvalade, cerca de Lisboa, logrando la paz entre padre e hijo. Esta labor ya la había practicado años antes, en la guerra entre Castilla y Portugal, logrando la paz en 1296; e incluso pudo reconciliar Portugal con el Papado, con la firma de un Concordato y la fundación de la Universidad de Coimbra.

Tras la muerte de don Dinís, el 7 de enero de 1325, doña Isabel se retiró en Santa Clara de Coimbra, vistiendo los hábitos de las clarisas, pero sin hacer voto de pobreza, pues quiso mantener su patrimonio para continuar sus obras de caridad. Ese mismo año, con 55 cumplidos, decidió peregrinar a Santiago por devoción al apóstol, para orar por el bien de su alma y de la de su marido. Inició el viaje en junio, con la intención de llegar el 25 de julio. Don Dinís no había sido peregrino, pero demostró su devoción donando al Cabildo compostelano 300 maravedíes para conmemoración de su aniversario. Su esposa bien sabía, por ser persona de vida espiritual, que mayor sería el beneficio para el alma del rey si lo que entregaba al apóstol era un sacrificio personal, acompañado de una generosa donación, por eso se puso en camino pocos meses después del sepelio regio.

Se desconoce el itinerario de la reina, quizá más pausado que rápido dada la edad y condición de la peregrina y el valor de los presentes que llevaba a Santiago. Se sabe que pasó por Padrón para visitar los lugares vinculados con la predicación del apóstol en Galicia -el "Santiaguiño do Monte"- y con el traslado de sus restos desde Tierra Santa. Así, veneraría el "pedrón" que se custodia en la iglesia de Santiago de Padrón, en aquel momento en su versión románica, construida por Gelmírez, y también se recogería ante la "piedra reblandecida", roca que mostraba la huella del cuerpo del Zebedeo y que estaba asociada al momento en el que los discípulos depositaron en tierra firme en cuerpo de su maestro. Esta piedra, que había adoptado la forma del cuerpo de Santiago, fue venerada por los peregrinos durante siglos, hasta la que la piedad popular amenazó con destruirla, pues muchos rascaban la reliquia para llevarse un trozo; los padroneses optaron por depositarla en el Sar -convertido en relicario- y protegerla, permitiendo que los peregrinos viesen la piedra con la huella del apóstol sobre el lecho fluvial desde un embarcadero. De ese modo pudo verla en 1467 el noble bohemio León de Rosmithal, en 1494 Hyeronimus Münzer y en 1550 el licenciado Molina. Después se perdió su memoria.

Al llegar a Milladoiro y ver por fin las torres de la catedral, doña Isabel descendió de su cabalgadura y continuó su peregrinación a pie. Una vez en Compostela asistió a la celebración del 25 de julio y donó al apóstol su corona de reina, su regio manto bordado con hilos de oro y plata, tapicerías con las armas de Aragón y Portugal, una vajilla que gustaba usar el rey y otros presentes, recibiendo del arzobispo Berenguel de Landoria una escarcela adornada con una concha de vieira y un báculo o bordón ornado con pequeñas vieiras grabadas sobre planchas de plata, y con remate en tau, realizado en piedra y adornado con leones de plata en los extremos; un báculo inspirado en el que empuña Santiago en el parteluz del Pórtico de la Gloria. Con estos objetos que demostraban su condición de peregrina jacobea se enterró la reina en Santa Clara-a-Velha de Coimbra, pues ambos aparecieron en 1612 en el interior del sepulcro, cuando se reconoció su cuerpo como parte del proceso de canonización. La reina había fallecido en el castillo Estremoz (Alentejo) el 4 de julio de 1336, tras unos años de sosiego transcurridos en su mayoría en Coimbra.

En el siglo XVI Rui de Pina (1440-1522), en su Crónica de El Rey Dom Afonso o Quarto (publicada por primera vez en Lisboa en la tardía fecha de 1853), afirmó que en 1335 doña Isabel regresó a Compostela como peregrina, en un viaje piadoso en favor de su alma. Según la Crónica de Rui de Pina lo hizo a pie, sin ser reconocida, y con un séquito reducido. Sobre esta supuesta segunda peregrinación no se tienen más datos, y lo más probable es que sea fruto de la hagiografía popular de la reina.

De su primer y posiblemente único viaje a Santiago no se conoce con certeza la ruta empleada. Dos eran las posibilidades para peregrinar a Santiago desde Coimbra, explicadas a mediados del siglo XII en la geografía que Al-Idrisi describe desde la corte de Palermo. El primero era el viaje a pie, una ruta como la emprendida en 1494 por Hyeronimus Münzer o en 1502 por el del rey Manuel I. Es decir, tras cruzar el río Mondego se continuaba por tierra hacia el norte, pasando por Porto, Barcelos, Ponte de Lima, Paredes de Coura y Valença do Minho; después de Tui se pasaba a Redondela, Pontevedra, Caldas y Padrón, antes de entrar en Santiago. Este fue el camino de Münzer en 1494. En 1502 el rey Manuel I había partido de Lisboa, navegó el Tajo hasta Tancos y continuó por tierra hasta Tomar, para después seguir hasta Coimbra. La ruta hasta Porto la hizo por la costa, pasando por el castillo de Montemor-o-Velho y la villa de Aveiro. Después de Porto el monarca fue a Dumio (Braga), en lugar de tomar una ruta más corta hacia el norte. El motivo era visitar los sepulcros de san Martín de Dumio y san Fructuoso de Montélius. De Braga salió hacia Ponte de Lima y continuó hacia Valença, Tui, Pontevedra y Santiago.

La otra ruta que describe Al-Idrisi es el camino del mar, la peregrinación en barco desde Montemor-o-Velho hasta la ría de Arousa, continuando por el Ulla (el río de Santiago, para el geógrafo musulmán) hasta más allá de Torres de Oeste, desembarcando en Padrón. Es posible que en 1325 doña Isabel y su séquito viajasen de Coimbra hasta el cercano puerto de Montemor-o-Velho y allí tomasen un barco con destino a Porto, o directamente a Padrón, para después seguir a caballo o en mula, como era habitual entre los nobles y reyes medievales, poco dados a largas caminatas, pues viajar sobre montura ya les parecía bastante sacrificio; la rainha santa en 1325 contaba con una edad media-alta para su época. Otra posibilidad, claro está, es que el cortejo realizase a caballo todo el trayecto desde Coimbra, entrando en Galicia por Tui. Pero hay que tener en cuenta la gran cantidad de objetos preciosos ofrecidos en el altar de Santiago, más seguros si viajaban por mar.

La estatua yacente que adorna el sepulcro de la reina Isabel, obra maestra de la escultura gótica portuguesa, muestra los rasgos finos del rostro -posible retrato idealizado de la soberana- enmarcado en la toca del hábito de las clarisas. Aunque el maestro Pêro de Coimbra, el escultor que labró el conjunto en 1330, en un único bloque de piedra de pedra de Ançâ, ciñó las sienes de la reina con su corona, no se olvidó de poner en su cintura la escarcela con la concha y en sus manos el bordón en tau que había recibido en Compostela de manos del arzobispo. Quedó así para la Historia, como soberana, devota franciscana y peregrina jacobea, la imagen de doña Isabel de Aragón, viviendo en el recuerdo de las generaciones la memoria de la única reina santa de Portugal.

27 ago 2019 / 21:47
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