Planeta
He aquí, ya, el Planeta, el Premio del Año. Lo hemos repetido cientos de veces: es el más prestigioso de Europa. Sus seiscientos mil euros actuales (cien millones de las antiguas pesetas) lo convierten en lo más deseado, lo más soñado, el complemento directo a una carrera literaria, el sostén del creador de fondo, o, si me apuran, y en tono gramatical, la conjunción copulativa del escritor de culto. O dicho de otra manera: una forma como otra cualquiera de salir de un posible anonimato, hacerte rico y, de paso, ligar como un bellaco.
Hace unos cuantos años, el periódico Libération editaba uno de aquellos especiales editados con tan buen gusto y con tanto lujo y dispendio de medios. Se llamaba Porquoi écrivez-vous? Era una encuesta hecha a escala universal. En ella participaba todo bicho viviente, de Borges a Paul Auster, pasando por Nabokov o Marguérite Yourcenar.
Uno de los encuestados era Manuel Vázquez Montalbán (por cierto, jurado del Planeta durante un buen número de años, hasta que lo sorprendió la muerte, a traición, en el aeropuerto de Bangkok). Su respuesta, una de las mejores, fue totalmente contundente: "Para ser más alto y más guapo".
Él se había llevado el ovni, como se le llama entre bastidores, gracias a una novela magnífica, Los mares del sur. Era la rampa de lanzamiento del Detective Carvalho, que, en cine o televisión, habría de ser interpretado por Eusebio Poncela o por la cavernosa voz hispana de Clint Eastwood, Darth Vader o Roger Moore como James Bond. Hablamos, claro, de Constantino Romero. Y recordemos al inigualable primer Biscúter: ni más ni menos que Ovidi Montllor, miembro esencial de los Setze Jutges, núcleo de la Nova Cançó Catalana.
Montalbán iniciaba, pues, la novela negra hispana en su vertiente más cachonda, más vital. Por cierto: sus apuntes gastronómicos eran esenciales, y nos remitían a sus fogones favoritos. Como el tan celebrado de Casa Leopoldo, la flor y nata del buen hacer tradicional en lo que a cocina catalana se refiere. Y regentado por Rosa Gil, que nació allí mismo, en el Raval, hija de gallegos. Y viuda de un torero portugués, con el que viviría una historia única:
"Le había conocido con 14 años, cuando acompañaba a mi padre. Fue entonces, aquel mes de julio (del 69), cuando José Falcón, el torero, me dijo: 'Rosa, no te quiero, pero te necesito...'. El 29 de noviembre de 1973 nos casábamos. Ocho meses después lo mató un toro en la Plaza de Barcelona, y dos meses más tarde nació nuestra única hija...".
Allí he comido con frecuencia, y cada vez mejor. Fui, la primera vez, de mano de Montalbán y del amigo Terenci Moix -miembro, asimismo, del jurado del premio, hasta que se le atragantó fumar a escondidas con enfisema pulmonar; ¡ay!, si yo les contara...-.
ESTE AÑO
Pues ya lo saben: Eduardo Mendoza y Carmen Amoraga se llevaron los ovnis. Pero ya les contaré con tino, calma y algo de tiempo. ¡Viva la literatura...!