Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

Poesía y crimen. De por qué estos conceptos no son antagónicos

Un breve análisis de los dos términos, demostrando que pueden muy bien asociarse, y citando dos ejemplos: William Blake y William Shakespeare

    Pues sí. Aunque, a priori, algo tan puramente etéreo como la poesía parece no tener que ver en modo alguno con el oscuro y proceloso mar del universo criminal, hay motivos de sobra para relacionarlos muy directamente. En principio, por cuestiones históricas y/o biográficas. Quiero decir con esto que ha habido, en el curso del tiempo, grandes poetas que fueron asesinos confesos. ¿Qué no se lo creen? Pues les cito dos como ejemplo perfecto. Además, ambos autores mayúsculos, enormísimos y, lo mejor, considerablemente influyentes y recordados hoy, como siempre, entre los más significativos de cualquier época. Uno es François Villon, a quien don Álvaro Cunqueiro homenajeaba en aquél Rondeau das señoras donas pintadas no ouso do Vilar, no século XIV, cheirando una frol, donde cita un verso relevante del galo: "Le temps s'en va. Le temps s'en va, mes dames...". Otro más reciente, y que pertenece, junto a Kerouac, Ginsberg, Dylan o nuestro Oroza, a la Generación Beat, es William Burroughs, que tuvo a bien descerrajarle un tiro de escopeta en la cabeza a la buena de su mujer.

    Pero lo más importante es comprobar cómo la poesía ha estado interrelacionada con el crimen real y, por supuesto, ha inspirado a una inmejorable pandilla de grandes creadores. Y aquí habría que notariar lo que nos ocuparía no un volumen, sino toda una enciclopedia. Por eso he decidido citarles sólo dos casos importantes. Y ciñéndome sólo a lo puramente literario. De lo contrario, nos dispersaríamos hasta el infinito (y más allá). La realidad ya nos tiene bastante informados de algunos sucesos casi paradigmáticos, como el de aquél nefasto Chapman que, influído por fuentes literarias (El guardián entre el centeno, de Salinger) y poético/musicales (la obra de su víctima) acabó, también a tiros, con John Lennon, en el portal del Edificio Dakota, de Nueva York.

    WILLIAM BLAKE

    Y EL MENTALISTA

    Una de las series más inteligentes, y más perfectas, de paso, de los últimos años es, sin lugar a dudas, El Mentalista. Diferente a cualquier otra, ha aportado tanta frescura al mundo de la televisión, que ha sido definitiva, junto a The Wire o Bron, a la hora de hacer evolucionar universalmente el status creativo destinado al consumo masivo y directo. Protagonizada por el carismático Simon Baker, que hoy mismo es la cabeza visible de las campañas más selectas de Longines, su creador fue el brillante Bruno Heller. Y, en efecto, el artesonado de las seis temporadas funciona, como suele decirse, como la maquinaria de un reloj suizo. Tuve ocasión de comprobarlo recientemente. Me hice con la obra completa, y puedo jurarles que se convirtió en obsesión, hasta acabar viéndola en bucle varias veces seguidas, sin descanso. En esencia (los aficionados lo saben bien) hay dos fantasmas muy corpóreos de fondo y, para puntualizar cada capítulo, un sinfín de casos la mar de curiosos, que nos demuestran que el criminal de a pie es la mar de normal. Un tipo que se confunde con el panorama que lo rodea: amas de casa, deportistas, músicos, la hermosísima novia de un narco, funcionarios, abogados o... una encargada de un servicio que se ocupa de buscar a tu pareja ideal... Pero esos fantasmas que atraviesan prácticamente todo el metraje (excepto el de la sexta y última temporada) no son nada comunes. Es más: dan el cante de una forma operística. Uno es un asesino en serie inteligente y cruel. Cada vez que se marca un tanto, firma con una cara sonriente, un emoticono que expresa simpatía. El segundo fantasma es una asociación secreta de policías, jueces, políticos y gente, en general, muy influyente, que se intercambian favores nefandos. Todos y cada uno de ellos tienen algo que esconder. Un cadáver en el armario, que diríamos. Pues bien. A esos dos fantasmas les une la inspiración de aquél que fue no sólo un inmenso poeta, sino además un pintor y grabador que se adelantó más de un siglo en cuestiones de estilo, de formas e ideas. Era William Blake (1757/1827). El asesino en serie se hace llamar John el Rojo. La pandilla de malévolos, Asociación Blake. Los dos tienen en mente un poema del inglés del cual D.W. Harding diría que era, simplemente, profético. Todos ellos manejan un santo y seña: "Tigre, tigre...", las dos primeras palabras de unos versos famosos:

    Tyger! Tyger! Burning bright

    In the forests of the night,

    What inmortal hand or eye

    Could frame thy fearful symmetry?

    En la traducción de José Luis Caramés y Santiago González Corugedo y editada en el volumen de Cátedra Canciones de inocencia y de experiencia, en 1987:

    ¡Tigre! ¡Tigre! Ardiente resplandor/

    en las selvas de la noche;/

    ¿qué inmortal mano o qué ojo/

    pudo enmarcar tu temida simetría?

    Luz. Oscuridad. Hermoso, ¿no?. Y terrible, desde luego...

    SHAKESPEARE Y BORGES

    No, por Dios. Ni uno ni otro tienen en sí mismos ningún acto criminal en sus respectivas vidas. Pero sí en su obra. Don Jorge Luis Borges ha hecho del bardo inglés una de sus obsesiones y una cita recurrente a lo largo de toda su obra. Así, en Deutsches Requiem, del glorioso volumen El Aleph, el protagonista, Otto Dietrich zur Linde, relata su extraña evolución vital mientras dura su juicio, que sabe que acabará en ejecución, y en un momento determinado cita: "No puedo mencionar a todos mis bienhechores, pero hay dos nombres que no me resigno a omitir: el de Brahms y el de Schopenhauer. También frecuenté la poesía; a esos nombres quiero juntar otro vasto nombre germánico, William Shakespeare..."

    Pero lo mejor de todo, que nos lo cuente él mismo en su relato Tema del traidor y del héroe, que pertenece a su obra maestra Ficciones (atentos al final: la célebre frase no tiene desperdicio):

    "De esos laberintos circulares lo salva una curiosa comprobación, una comprobación que luego lo abisma en otros laberintos más inextricables y heterogéneos: ciertas palabras de un mendigo que conversó con Fergus Kilpatrick el día de su muerte, fueron prefiguradas por Shakespeare, en la tragedia de Macbeth. Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible..."

    simon baker vs. red john

    Enemigos naturales estos dos personajes. John el Rojo asesinó a la mujer y la hija del que acabará siendo asesor de la Brigada Criminal de California. A lo largo de diez años, Patrick Jane perseguirá, saltándose todas las normas de su institución, al asesino. La conclusión es realmente espectacular, y nos hace ver que el sentimiento más fuerte que perdura en el Género Humano es no el Amor, sino la Venganza...

    22 mar 2020 / 12:17
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    Tema marcado como favorito