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La poetización sucia del dolor: barbarie interior

La muerte ya no está en nuestras casas sino desviada a los tanatorios y los nuevos cementerios, de diseño, urbanismo y arquitectura asépticos, se encuentran en la periferia de la población

    Este mundo, que en sí mismo parece carecer en la actualidad de proyecto, obtiene sentido al traducirse en cultura del espectáculo. Estamos tan insensibilizados a la muerte y a la tragedia que, primero la banalizamos para después poder estetizarla. Desde luego, algo tiene que suceder, porque, como dice Vicente Verdú, nunca en la conciencia social existió tan fuerte rechazo a la posibilidad de estar muerto.Aquí aparece, entonces, un necesario interrogante: ¿por qué?

    Rechazamos la muerte porque molesta a nuestra filosofía hedonista. Tan solo hay que echar una hojeada a nuestros cementerios para encontrar una prueba de esta negación.

    La muerte ya no está en nuestras casas sino desviada a los tanatorios y los nuevos cementerios, de diseño, urbanismo y arquitectura asépticos, se encuentran en la periferia de la población. Su diseño, a merced de que pueda ser baladí, es elocuentemente significante. Aquí uno podría preguntarse a razón de qué seguimos consumiendo lo trágico si en verdad existe un fuerte rechazo en nuestra conciencia. Lo cierto es que estamos dispuestos a seguir viéndolo en las pantallas porque no los percibimos como real; todo es espectáculo, una retahíla deimágenes en las que se desarrolla todo el contenido simbólico. El espectador ya no está dispuesto a enfrentarse al suceso través de la experiencia vicaria. Influyen de manera sublime y mortal en esta banalización del dolor o poetización sucia de la barbarie, la forma en la que nos son presentadas las imágenes pues nos conducen a la insensibilidad.

    La irrupción del soporte digital completa el discurso sobre la cultura del simulacro ya que, frente a los soportes tradicionales, lo digital es inmaterial. Para Jean Baudrillard, la sociedad se desvanece hasta el punto de difuminar los límites entre realidad e hiperrealidad. Con los atentados del 11-S, que comportan un punto de inflexión pues ponen fin a la posmodernidad, el tratamiento mediático de un suceso cambiará por completo: desde TheFallingMan (El hombre que cae), las lecturas de la barbarie ya no se volvieron a leer de la misma manera. Definitivamente, la muerte real no parece corresponder a nuestro tiempo. Hemos adoptado una preocupación superficial ante las noticias; esa inquietud por estar informados nos inhibe de la participación activa, nos distancia y nos crea una barrera frívola.

    Sin duda alguna hay una poetización sucia del dolor cuando nos encontramos, por ejemplo, los amasados planos en los que los judíos son conducidos a las cámaras de gas bajo el melodrama del piano. Al respecto, basta con citar a Jacques Rivette pues ve en los travelling niuna cuestión de moral como pensaba Godard, ni el colmo del formalismo,sino en verdad el colmo del exceso terrorista.

    Estamos asistiendo a la banalización del desastre.ShahakShapira, un cómico y escritor israelí, rastreó Twitter, Instagram y Facebook buscando esos selfieskitsch de turistas en lugares sagrados (como el Monumento a los judíos de Europa asesinados) y haciendo uso del Photoshop, les dio la vuelta. El resultado es crudo, irónico y una crítica mordaz a la vulgarización del daño.

    El polaco Libeskind, cuyos diseños recuerdan a violentos accidentes ferroviarios, se inspiraba en uno cuando hizo el FelixNussbaumHaus (Alemania, 1995-1998). Y Rem Koolhaas, se inspiraba en un F 117 Stealth, un caza invisible de ataque estadounidense que estuvo de misión en Panamá, fue a la Guerra del Golfo, a la de Kosovo e invadió Irak, para el diseño de la Casa de la Música de Oporto y de la Biblioteca Central de Seattle.

    Más que cerrar heridas, parece que celebramos el desastre y ni el arte es capaz de escapar a su vulgarización. No le falta razón a Ignacio Delama Zaragoza cuando dice que la banalización de la muerte es un grave síntoma de enfermedad moral.

    14 jul 2019 / 12:42
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