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El precio de ser mujer

La obra de Lessing es amplia y toca una temática variada, desde la cuestión de la identidad en culturas ajenas hasta el umbral de la locura

Algo tenían en común. Murió Doris Lessing, nacida Doris May Tayler, el 17 de noviembre. Tenía 94 años, casi la misma edad con la que se fue Nelson Mandela, fallecido el pasado 5 de diciembre. A los dos les unió un profundo amor por sus tierras del sur de África y, cada uno a su manera, se empeñaron en acabar con la segregación racial. Ambos ya son libres para siempre.

Hoy quiero hablar de ella. La imagen de Doris Lessing me ha llegado de cuando era ya mayor (algunos aseguran que en sus años jóvenes hasta fue guapa o, por lo menos, atractiva, pero la decrepitud no perdona) y no sé muy bien sI, precisamente por eso, siempre la he percibido, a través de las fotos que he podido ver, como muy campechana, como poco preocupada de sí misma, como poco atildada en el vestir, ajena a todas las modas. Añádase a lo anterior la repentina sensación que tuve, para mí bastante más importante que la trivialidad de su aspecto, de encontrarme con una mirada inteligente, una mirada capaz de afrontarlo todo, sin miedo.

Algunos han dicho que en su casa triunfaba el desorden, atestada hasta lo indecible de libros por todas partes y de pequeños objetos y recuerdos, además de un sofá rojo que utilizaba como cama y le servía para aplacar en alguna medida los dolores derivados de su osteoporosis. Las más que evidentes dificultades de espacio no fueron, sin embargo, suficientes para desalentar a un gato, de nombre Yum Yum, muy viejo en edad y cargado de experiencias, el cual fue capaz de encontrar por allí un sitio hasta cierto punto privilegiado y digno de sus merecimientos. A Lessing su también larga vida, esa escuela de los años que tanto desengaña, le concedió cotejar que precisamente los animales brindaban un comportamiento más leal que los hombres. De estos llegó a conocer bastantes y muy distintos.

Algunos representaron poco más que un sueño, no faltaron los que alcanzaron la categoría de amantes temporales y hasta llegó a presumir de haberse encontrado con más de un loco enamorado ni siquiera correspondido. Pero, si hemos de revelar lo que pensamos con franqueza, creemos que suerte con los hombres, lo que se dice suerte de verdad, pues no tuvo mucha. También es cierto que, estamos seguros, ella se enfrentaría con rotundidad a tan descarnada conclusión emanada de nuestro personal análisis, no la admitiría. Además, ¿qué importancia puede tener eso para llegar a ser alguien en el mundo literario? ¿O sí la tiene? Veamos. Es cierto que los genes juegan un indudable papel pero es obvio que las circunstancias también, para bien o para mal dependiendo de como se hayan comportado los avatares que el destino depara. Y éstos, en el caso de esta mujer, nadie se atrevería a catalogarlos de muy convencionales ni de muy felices, por lo que debieron marcarla y mucho. Se nace y los problemas de la vida te hacen o te destruyen.

Lessing fue una luchadora, una trabajadora, una mujer decidida, testaruda, que enseguida se emancipó del yugo familiar (casi huyó de su madre y hasta de sus dos primeros hijos), y a la que le irritaba que le preguntaran por la inspiración, cuando, en su parecer, la experiencia creativa era sobre todo dedicación, pasión y empeño. Fue una superviviente: de la familia, del colonialismo británico, del racismo, de la guerra, de la ilusión comunista (tan de aquella época), del ateísmo, de la condición femenina, del amor y hasta de la fama.

Por su independencia, fue una de las autoras más molestas para los convencionales, siendo estos siempre la mayoría. Impertinente con el mundo, la literatura y la industria editorial, ha dejado escrito un incómodo legado que cuestiona la identidad de tantos amoldados con su forma de vida.

Nacida en Persia (actual Irán) de padres ingleses, el 22 de octubre de 1919, a los cinco años se instaló con sus progenitores en Rodesia, hoy Zimbabue, en una granja que no prosperó. En aquel medio tan poco propicio, su madre se esforzó por vivir como una dama georgiana, lo que tuvo un impacto pernicioso en su hija, quien en la primera parte de su autobiografía (Bajo mi piel, 1994) la describió como dominante y frustrada. Nunca se llevó bien con ella, quizás hasta se odiaban.

Estudió en un estricto colegio de monjas, interna. Abandonó la educación formal con 14 años. Para salir adelante por sí misma, se vio obligada a ejercer diferentes empleos. En 1939, con 19 años se casó con el funcionario Frank Charles Wisdom, con quien tuvo dos hijos y del que se divorció en 1943. Dos años después contrajo matrimonio con Gottfried Lessing, un exiliado judío-alemán a quien había conocido en un grupo literario marxista, con quien tuvo otro hijo, Peter.

Tras divorciarse de nuevo, en 1949 se trasladó al Reino Unido con su hijo menor. Sus dos primeros niños, John de 10 años y Jean de 6 años, se quedaron con su padre en Sudáfrica (“No habría podido cuidarlos como era debido”).

Andaba entonces por los 30 años, una buena edad para empezar una nueva vida. En su bolsillo llevaba bastante menos de 150 libras y bajo el brazo el manuscrito de su primera novela, Canta la hierba, que se publica con éxito en 1950.

Lessing militó en el Partido Comunista británico entre 1952 y 1956, del que acabó huyendo decepcionada, y participó en campañas contra las armas nucleares. Sus críticas al régimen sudafricano y también al de Rodesia le supusieron que durante un tiempo le vetaran la entrada a dichos países.

Durante las últimas décadas de su vida vivió en la misma calle del londinense barrio de West Hampstead, sin abandonar nunca la actividad literaria y, durante los últimos años, cuidando también de su hijo Peter, afectado de diabetes. Avatares del destino, éste murió sólo unas semanas antes que su madre, con 66 años.

Pese a que rechazó erigirse en portavoz del feminismo de la época, que consideraba una simplificación de la relación entre hombres y mujeres, su obra más famosa, El cuaderno dorado (1962), de marcado cariz autobiográfico, se acabó convirtiendo en un clásico de la literatura feminista por su estilo experimental y su análisis de la creatividad y la personalidad femeninas.

Autora de más de 50 novelas, durante su carrera fue distinguida con numerosos premios, entre ellos el Nobel de Literatura en 2007 (el escritor que lo ganó con más edad y la undécima mujer) y el Príncipe de Asturias en 2001. Renunció a aceptar el título de Dama del Imperio Británico porque, entre otras cosas, adujo que tal imperio ya no existía.

Doris Lessing, ya lo dijimos, pasaba de modas, y fue moderna. No tuvo reparos en creer y descreer. Fue rebelde, auténtica y comprometida. Fue libre, absolutamente. Fue toda una mujer, por méritos propios. Ah, eso sí, creo que no fue una buena hija y dudo que una buena madre (“nadie puede escribir con un hijo alrededor”). Pagó un alto precio por ser, como les ha sucedido a tantas mujeres. Con ella se cumple, una vez más, eso de que la realidad de la vida puede marcarte para siempre.

04 ago 2014 / 12:56
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