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CONTRARIEDADES

El pueblo iluso

    Con respecto a Felipe González, hay una leyenda negra que le persigue en Galicia desde los tiempos ásperos del desmantelamiento de los astilleros de Vigo y Ferrol, a principios de la década de los 80, que su primer ministro de Industria, Carlos Solchaga, inaugurando la era de los eufemismos en política que más tarde bordaría el Gabinete al completo de Mariano Rajoy, tuvo el detalle estético de llamar reconversión. Corrían los primeros años del PSOE en La Moncloa y aquella pareja feliz que despuntó en Suresnes había decidido –si es que Alfonso Guerra tenía capacidad de decidir algo ante Boyer– primar otras regiones peninsulares en la negociación para la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, condenando a una larga crisis a los principales sectores productivos gallegos: el naval, el agroganadero y la pesca.

    Esto en el ámbito económico, donde las propiedades terapéuticas de las recetas socialistas, que pudieron resultar
    beneficiosas para las enfermedades genéricas que padecía el conjunto de España, fracasaron ante las especificidades propias que presentaba el paciente gallego. Pero la mayor afrenta que la izquierda galaica, mayormente la nacionalista, le imputa a Felipe González es política, al acusarlo de facilitar en el año 89 el desembarco de Manuel Fraga Iribarne en San Caetano.

    González lo negó siempre, pero le interesaba quitarse al líder conservador de Vilalba de en medio, descabezando de paso al PP, y que ganara contundentemente en Galicia para poder agitar cuando lo necesitase la amenza de la vuelta de la derecha, igual que ahora, treinta años después, Pedro Sánchez sacude el fantasma de la ultraderecha con la aparición psicofónica de Santiago Abascal. Lo cierto es que Felipe siempre ninguneó al primer presidente socialista de la Xunta, Fernando González Laxe, que tumbara en la primera moción de censura que se cerró con éxito en España a Xerardo Fernández Albor –con Rajoy de vicepresidente (semeja abonado a sufrirlas)–, y tampoco se implicó como era de esperar en la campaña donde el PSdeG aspiraba a reeditar su Gobierno.

    Aquello pudo ser, de modo informal, el primer capítulo de la “coalición incómoda” a la que González y Rajoy hicieron referencia en A Toxa. El segundo esperan que lo protagonicen Sánchez y Casado tras las elecciones del 10-N. Si no se equivocan, que como buenos ex presidentes suelen hacerlo, estaríamos ante un nuevo fraude de ley que vaciaría de contenido la democracia y hundiría, además, todas las expectativas de Gonzalo Caballero de acabar con el reinado de Feijóo en los siguientes comicios que tocan tras las generales. PSOE y PP representan a la inmensa mayoría de los españoles, pero se da la circunstancia de que, salvo una minoría, sus votantes rechazan de plano esa gran coalición. Para que ésta estuviese justificada habría que tener arrestos de proponerla en el programa electoral, ¿los hay?

    ¿Qué posibilidades tendría de presidir la Xunta Gonzalo Caballero si anunciase en campaña que su plan es pactar con Feijóo? De hecho, el líder del PSdeG empezó a perder opciones de llegar a San Caetano el día que Sánchez se negó a un gobierno de izquierdas. O, para ser más exactos, comenzó a perder oportunidades para ser presidente a costa de la fama y los logros de Sánchez y ahora estará obligado a poner más méritos de su parte si quiere conseguirlo.

    Entre González y Sánchez, debe emerger Caballero para que su futuro no lo decidan en Madrid. Si se anula la oposición derecha/izquierda, arrasará Feijóo y lo hará sin disgusto alguno para Felipe. Al fin y al cabo, el presidente gallego le votó en el 82.

    10 oct 2019 / 22:10
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