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¿A quién amonesta Barreiro?

    Aún respetando el criterio de quienes ven en las palabras del presidente de la RAG una reprimenda a Feijóo, uno observa sin embargo en esas críticas otra cosa. En el acto de Celanova, el señor Barreiro Fernández se refirió, en efecto, a los que fomentan la crispación lingüística, y a decretos que se hacen sin el debido consenso. ¿Pero de dónde se deduce un académico ataque a la Xunta del Partido Popular?

    El decreto en cuestión no puede ser el del PP porque todavía no está aprobado, ni se conoce siquiera un borrador. Por fuerza, el presidente de la Academia debe estar aludiendo al que aprobó el Gobierno bipartito, que en efecto se elaboró prescindiendo del acuerdo con la primera fuerza política del país, y desatendiendo el dictamen del Consello Consultivo, muy claro en relación con aspectos esenciales.

    Esa primera pista obliga a pensar en una censura parabólica que se dirige al Ejecutivo anterior, pero las posibles dudas se disipan cuando nos centramos en los causantes de la crispación. ¿En qué consiste la crispación? No puede considerarse crispador a quien aplica su programa electoral, o al que consulta a los padres sobre el idioma preferido en la enseñanza.

    Si eso fuese crispación, la democracia entera sería crispadora. Si hubiese políticas intocables, al margen de la libre elección de los votantes, la soberanía popular sería un mero simulacro. La política idiomática, igual que la urbanística o la industrial, están sometidas a la voluntad de la gente. ¿Acaso crispa Patxi López cuando reforma los criterios lingüísticos del PNV?

    Tampoco la discrepancia es un sinónimo aceptable de crispación. Disentir con el decreto que regulaba el gallego en la escuela no tiene nada de crispador; pensar lo contrario nos llevaría a la conclusión de que sólo la conformidad o la resignación son posturas aceptables en determinados asuntos, como ocurre en Irán.

    Como el presidente de la Real Academia Galega no tiene entre sus escasos defectos el de ser poco democrático, sus quejas sobre la crispación idiomática seguro que no están señalando a la Xunta, sino a ciertas plataformas que denuncian a ciudadanos que ejercen su libertad lingüística, o a portavoces que hablan de genocidios, exterminios, franquismos y fascismos, para referirse a decisiones de gobiernos democráticos. He ahí crispación en vena.

    Si lo que quería el señor Barreiro era poner en solfa tales excesos, merece un estruendoso aplauso. Porque son esas actitudes las que están alejando a muchos gallegos de un idioma que les pertenece. Es esa asociación entre la reivindicación de la lengua y la agresividad antipática la que está provocando la deserción silenciosa.

    El gran peligro que sigue teniendo la lengua cuyo futuro se vela en la Real Academia se refleja muy bien en unas declaraciones que el líder del BNG hacía también este fin de semana. En ellas presentaba al nacionalismo como gran valedor del idioma. Falto de otras causas que ayuden a superar su mala situación, el dirigente se abraza al tema lingüístico, con la misma fuerza que un bañista en peligro al socorrista.

    Para algunos, el matrimonio ideal sería el de BNG y RAG. El nacionalismo tendría en la lengua y la cultura su búnker, y algún académico podría combinar a sus anchas política e idioma. El perdedor de esta coyunda sería el gallego. La normalización se alejaría definitivamente del horizonte, y el socorrista también se ahogaría. Ojalá que Barreiro y Feijóo lo impidan.

    CLRODRIGUEZ@ELCORREOGALLEGO.ES

    07 sep 2009 / 22:29
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