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tribuna libre

¿Realmente hay que ahorrar agua?

    Sea por la escasez de lluvia padecida recientemente en algunas zonas de España (recuérdese el "no-trasvase" del Ebro), sea por las campañas de sensibilización o, incluso, por la celebración de la Expo en Zaragoza, poca gente dudaría a la hora de contestar a la pregunta que titula este artículo. La idea de que debemos hacer un "uso sostenible" o un "uso racional" del agua, porque es un bien escaso que podría llegar a desaparecer, parece estar ampliamente asentada.

    Sin embargo, quizá no esté de más que nos cuestionemos los fundamentos de esa idea, que no por extendida tiene que ser necesariamente cierta. De hecho, en los tiempos que corren, resulta muy aconsejable el cuestionarse los términos que se emplean en el discurso diario, siquiera sea para evitar caer en la trampa de ese lenguaje eufemístico tan de moda, que lo único que persigue es difuminar la realidad que debería describir.

    Por lo tanto, si reformulamos la pregunta y nos cuestionamos si es la supuesta escasez del agua la razón fundamental para que debamos ahorrar en su consumo, a lo mejor estaremos dando los primeros pasos para sentar las bases de unas ideas claras que nos permitan apoyar con algún fundamento algunas posiciones que, sin duda alguna, se formularán en el debate sobre el agua en España del que no creo que podamos librarnos en un futuro próximo.

    Afirmar que el agua es un recurso escaso es, cuando menos, inexacto. De hecho, el agua, si no es el compuesto más abundante en el planeta, está entre los más abundantes. Y sin duda lo es en los seres vivos. Pero como el término "escaso" o "abundante" es relativo, conozcamos algunas cifras de referencia. Los expertos estiman que la cantidad de agua existente en nuestro planeta está en el entorno de los 1.400 millones de km3.

    Esta cantidad, imposible de imaginar, podrá ser calificada de cualquier cosa menos de pequeña. Por consiguiente, si nos quedamos sólo con este dato, la afirmación de que el agua escasea no se sostiene.

    Se puede argumentar que la inmensa mayoría, el 97,5%, es agua salada. Cierto. Por tanto, es posible que lo de escasez del agua se refiera al agua dulce. Pues bien, quedémonos sólo con el 2,5% restante, el agua dulce, unos 35 millones de km3. Es innegable que se trata de una cantidad sustancialmente más pequeña, pero también es cierto que es lo suficientemente grande como para que sea dudoso que podamos afirmar que escasea.

    Pero se podría decir que esos 35 millones de km3 no los tenemos todos a nuestra disposición, lo cual sería cierto también. Así pues, si descontamos los hielos polares y los perennes, el agua de zonas pantanosas, etc., se hará evidente que la cifra sufre una notabilísima reducción hasta alcanzar una cantidad casi insignificante, en torno a un 0,01% de la inicial, quizá algo más si se cuenta la porción de agua subterránea ya en uso.

    Claro que, llegados a este punto, lo importante no es la cantidad que nos queda, que sea la que sea siempre habrá quien la considere grande y quien la considere pequeña. Lo realmente sustantivo es que paulatinamente hemos ido quedándonos con el agua que nos interesa, bien sea porque no puede ser consumida directamente, caso de las aguas salobres, o porque no podemos acceder a ella con facilidad, caso, por ejemplo, de los hielos de los casquetes polares.

    Pero eso no significa que el agua sea escasa; de hecho, ha quedado claro justo lo contrario, que hay cantidades ingentes de ella. Lo que no sobra es el agua a la que podemos acceder y usar con las tecnologías disponibles a un coste asumible, lo cual es muy distinto. Esa es la realidad, y no otra.

    Sin duda tendría razón quien dijese que los simples cálculos realizados sobresimplifican el problema, porque el análisis habría que hacerlo a partir de lo que se conoce como "agua renovable". Y que es a ese tipo de agua renovable a la que se refiere la idea de escasez. No habría problema en hacer los cálculos apropiados usando esos números, pero la conclusión a la que llegaríamos sería la misma: que el agua, como tal, abunda y lo que nos falta es la tecnología o los recursos para poder utilizar la que hoy nos resulta o inaccesible o muy cara.

    Pero eso equivale a decir que la capacidad de poder acceder al uso ilimitado del agua, sea cual fuere la forma bajo la que se encuentre y su grado de accesibilidad, es una mera cuestión tecnológica y monetaria. A la vista de esto, puede que la respuesta a la pregunta formulada en el título sea algo distinta de la dada originalmente. El problema es que ahora podemos formularnos otra pregunta peor: si lo dicho es cierto, ¿por cuánto tiempo vamos a seguir instalados en el buenismo de decir que el agua es de todos? Y, sobre todo, ¿estamos seguros de que quienes nos superan tecnológica o económicamente que, cuando resulte imprescindible, serán los primeros que accedan a las vastas cantidades de agua existentes, piensan lo mismo?

    21 jul 2008 / 00:41
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