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El reparto de la felicidad

    DICE EL FILOSOFO José Antonio Marina que el bienestar, la vinculación social y el sentimiento del progreso constituyen el trípode sobre el que se asienta nuestro estado de felicidad.

    No es que lo que sostiene Marina sorprenda porque el auditorio que le escuchaba estaba compuesto mayoritariamente por médicos, asistentes al VIII Simposio Nacional de Úlceras por Presión y Heridas Crónicas.

    Tampoco constituye ninguna sorpresa relacionar la felicidad con el bienestar, la solidaridad y la necesidad de mejorar. Pero sí llama la atención el contraste entre lo que exponía el filósofo y lo que en ese mismo día, quizá a la misma hora, y en la misma ciudad (Santiago de Compostela) pontificaban algunos economistas, cuyos fundamentos están penetrados de ideología neoliberal, obsesionados con reducir el Estado a la mínima expresión posible, y dejar que el mercado manifieste su eficiencia mediante la conducta racional de actores que toman decisiones guiados por principios racionales. Tan racionales que mediante la aplicación de modelos matemáticos y mucha desregulación, para que la codicia no tuviese límites, volatilizaron el sistema financiero hasta provocar la mayor crisis en los últimos cien años, después de la de 1929.

    Por supuesto, hay que conseguir hacer más con menos. Pero de qué trata la ciencia económica, sino precisamente de habérselas con recursos escasos para cubrir necesidades crecientes. A cuento de qué viene el principio de eficiencia, si no es para evitar despilfarros y mejorar los usos de los recursos disponibles. Cuáles son las razones porque las que la innovación tecnológica y la investigación han ido tomando una importancia cada vez mayor, más que para impulsar el progreso y el desarrollo económico. Y qué sentido histórico, desde que hace tres siglos empezó a introducir el término, cabe asignarle al capital humano que no sea el de reconocer y asumir la formación y la inteligencia de las personas como el mayor y mejor recurso económico existente.

    Claro que hay que hacer más con menos. Pero no para que unos pocos, que a cada paso son más pocos, posean cada vez muchísimo más, mientras que muchos, a cada vuelta de ciclo aún más muchos, tengan cada vez menos. A eso se llama aumento casi exponencial de las desigualdes, y resulta altamente improbable que esa sea la vía para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. No echar mano de mecanismos fiscales de redistribución de la riqueza y no disponer de servicios públicos básicos -educación, sanidad y prestaciones sociales- que reduzcan las desigualdades es éticamente reprobable y económicamente, un despilfarro injustificable.

    Hacer más con menos es la máxima que todo ecologista exige aplicar en la gestion económica, consciente de lo que provoca la ley de la entropía. De ahí la necesidad de ir a modelos de desarrollo sostenible.

    Al igual que Marina, también Stuart Mill concedía una enorme importancia a la felicidad. A producir la mayor felicidad para el mayor número de personas.

    12 nov 2010 / 05:29
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