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Segundo batacazo

    DESDE la Transición, nadie en España ha tenido tanto poder político como Mariano Rajoy, hasta el punto de que, en el siglo en que estamos, sólo él podría decir, como Luis XIV de Francia, "L’Estat c’est moi". Ni González ni Aznar tuvieron en sus manos -de hecho- los tres poderes del Estado, aunque cuidando las formas de una aparente división de poderes. En 2011 el pueblo español depositó en Rajoy toda su confianza, con una mayoría absoluta de amplio espectro, tanto en el ámbito central como en el territorial, y su influencia de longa manu pudo invadir sin resistencia espacios competenciales que no le eran propios.

    Pero nadie como Rajoy ha despilfarrado tanto poder, haciendo o dejando de hacer. Embebido en un exceso de autoestima, abandonó –displicente– el cuidado de la comunicación con la ciudadanía; ni tan siquiera lo que hizo muy bien, como fue el sacarnos de la crisis económica –un éxito que nos reconocen en los más dispares ámbitos internacionales–, supo hacérselo llegar y comprender al ciudadano de a pie, que fue el sacrificado y el pagano de tan cantado triunfo. Cuando Rajoy salió de las urnas –año 2011– investido de presidente del Gobierno, un amigo, empresario de medios de comunicación, me dijo, en un análisis crítico: "Lo mismo hubiera ganado cualquier otro en su puesto, hasta un lelo, dado el impresionante y notorio fracaso de Zapatero". Creí que tales palabras respondían al espíritu cáustico del que las pronunció, aunque no dejé de tomarlas en consideración. El tiempo –eso que mide tanto Rajoy– me confirmó el diagnóstico. Pero en aquel entonces yo creía en las virtudes políticas de Mariano. Luego se demostró que lo que parecía prudencia no era más que indecisión y que lo que se presentaba como discreta intimidad, en el fondo era fría suficiencia y distanciamiento para marcar el rango de cada cual.

    En otra ocasión, comentando la deriva que tomaba la política de Rajoy, un gallego de pro que le conoce muy bien me dijo: "Lo malo no es que Rajoy se hunda, lo malo es que hunda al PP con él". Por ello, esperábamos que Rajoy cambiara de rumbo y se entregara al cumplimiento de las promesas electorales y volviera a los principios y valores que han inspirado al PP desde su fundación. Porque ha llegado el momento en que tenemos que preguntarnos: ¿cuál es el credo político de Mariano? ¿O es que todo es relativo? Lo que sí se puso de manifiesto es que la política marianista, de artes arriolistas, se reduce a un eficaz manejo del butafumeiro.

    Así hemos llegado al 24-M, en el que el PP se ha dado un segundo batacazo monumental, perdiendo su hegemonía territorial y municipal. Y lo que era un comentario soterrado y confidencial sobre las pocas cualidades de Rajoy como líder, han salido ahora desnudas a la luz pública. Así de cruda es la cosa y así tiene que digerirla. No es de recibo que el domingo por la noche no saliera a dar la cara ante los medios de comunicación, asumiendo sus responsabilidades por el batacazo electoral. Y mucho menos, que el lunes manifestase su intención de presentarse a las elecciones generales de fin de año, añadiendo, para más inri, que no pensaba hacer cambios "ni en el partido ni en el Gobierno". Esto tiene un nombre: soberbia. Por algo los participantes en el Consejo Ejecutivo no le aplaudieron al terminar su intervención. ¿Sera necesario esperar al tercer batacazo para que se retire por el foro? Creo que hay mimbres en el partido para una reacción urgente y decisoria.

    Abogado

    26 may 2015 / 20:30
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