¡Qué solos se quedan los pobres!

Parafraseamos los versos de Gustavo Adolfo Bécquer, como denuncia del desamparo de esta persona abandonada a su suerte de manera inhumana, paradójicamente sola y mendicante a la entrada de la Praza do Obradoiro, una de las más universales del planeta. La tristeza se detiene en la nítida expresión de derrota que dibuja su silueta, que ante la gélida indiferencia de una sociedad acomodada, solo la lluvia se le acerca y la acaricia. Las gotas de agua helada no borran los signos del tormento que padece, pero sí realzan el rostro amargo de la injusticia. Parafraseamos al poeta romántico, con la esperanza de que alguien evite que esta imagen se repita en Santiago y en el mundo entero, para que no acabemos recitando de memoria la rima verdadera: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!