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mujeres en la ruta jacobea (XVI)

El viaje peregrinación de la condesa Juliette de Robersart

“Santiago est resté une des meilleures villes de l’Espagne”

    La identificación del peregrino decimonónico suele ser compleja, pues en esta centuria los avances del transporte, sobre todo del ferrocarril, provocan que se disocie la masa antaño común de ricos y pobres compartiendo un mismo itinerario: las clases más pudientes, aristócratas y burgueses, no volverán a pisar los caminos, y recurrirán al tren siempre y cuando sea posible, y con resignación a la diligencia.

    ¿Cómo detectar a estos viajeros-peregrinos, que en raras ocasiones incorporan Santiago dentro del Tour hispánico, y que además ya son partícipes de las características del turista moderno, con su predilección por la historia, el arte y los monumentos? Para nosotros resulta evidente si a través de sus escritos se reconocen de algún modo como herederos de aquella gran tradición, o si como católicos muestran una especial devoción al apóstol, practicando en la catedral los ritos y recibiendo los sacramentos.

    El viaje de Juliette de Robersart

    Miembro de la alta nobleza belga francófona, Juliette de Robersart (1824-1900) había nacido en Mons, donde la familia poseía el palacio de Nouvelles, su principal residencia junto al château de Wambrechies, cercano a Lille. Por su condición la condesa era monárquica, conservadora y una ferviente católica, íntima amiga del propagandista católico Louis Veuillot, elemento clave para que fueran publicadas sus obras. Mujer cultivada, poseía un carácter independiente, como una feminista adelantada a su época que a partir del fallecimiento de su madre (1859), y de su padre y hermano al año siguiente, emprende largos viajes por Europa al que seguirían otros a Egipto y Siria, de los cuales serían publicadas su correspondencia o relaciones.

    A España realiza dos viajes, el primero en 1863, tras los pasos de su hermano Raymond, que había fallecido en Porto, y el segundo, que es el que la trae a Santiago, entre 1876 y 1877. Del primer viaje se publicaron algunas de las cartas, correspondencia privada que remitió a su íntima amiga Charlotte de Grammont y a otras personas, pero la edición se perdió. Las Lettres d'Espagne se reeditaron en 1879 con nuevas cartas, en total 39 del primer viaje y 30 del segundo, previamente seleccionadas e incompletas; de este libro existe una edición crítica en castellano realizada en 2007 por Estrella de La Torre.

    El género epistolar es clásico entre los relatores de viajes, recordemos a la condesa d'Aulnoy, que recorrió España en 1679, o al inglés Alexander Jardine, en 1788, también bajo el título "Cartas de España". El estilo de Robersart es fresco y espontáneo, lleno de subjetividad, impresiones y sentimientos, ya que escribir constituía un desahogo para quebrar la soledad de la viajera, que de vivir en el presente sería una adicta de las redes sociales.

    En sus cartas elogia las grandezas del catolicismo, a través de sus reyes y santos, y sus logros plasmados en la arquitectura y el arte, con descripciones pormenorizadas. El pasado es idealizado al modo romántico, especialmente la Cristiandad medieval, con el contrapunto de un presente calamitoso, en que padecemos los devastadores efectos de la Revolución, las exclaustraciones y desamortizaciones liberales, que han desposeído de su alma a España. El pesimismo antropológico deviene en melancolía cuando frecuenta grandes santuarios, ahora en horas bajas, como los de Santiago, Loyola o Montserrat.

    Nuestra condesa se siente peregrina, y estando aún en Dos Hermanas (Sevilla) manifiesta su ardiente deseo de poder visitar Santiago, ello pese al difícil acceso: "Durante años he estado deseando ir allí, y poco me importan los precipicios, las sierras y las montañas que lo defienden". Desde Sevilla ya expresa, por vez primera, su fe en el emblema y talismán de los peregrinos ("¡qué las conchas de Santiago me protejan!"), aunque no hace referencia a que las porte en su indumentaria.

    Hija de su tiempo, a Juliette no le placen las diligencias, que considera un medio de transporte incómodo y periclitado. Al llegar de Lisboa a Porto concluye la línea férrea, "...allí muere el tren, y hay que ir a Santiago, ¡Dios sabe cómo! Mis conchas de peregrino me ayudarán, porque escucho con entera satisfacción una voz que grita: ¡Adelante, adelante!". Recordamos que este mismo año de 1877 se inauguraría, para el ferrocarril, el primer puente de hierro sobre el Douro, y al año siguiente el trayecto de Redondela a Guillarei, pero aún estaba en obras la línea hasta Valença, y el puente sobre el Miño no comenzaría a prestar servicio hasta 1886.

    La condesa en Compostela

    Cuatro cartas desde Compostela, y dos desde A Coruña, relatan su viaje a través de Galicia y la estancia en Santiago, que se prolonga desde el miércoles 11 al lunes 16 de abril de 1877. La llegada a la ciudad del apóstol resultó muy especial, entre exótica y circense, ya que desde Tui habían coincidido en la diligencia, y luego en el tren de Carril a Cornes, con un colorista grupo de beduinos, de la tribu de Beni Zouz-Zoug, acompañados de dos perros, palomas, un mono y un loro. Al paso de tan peculiar comitiva, en las calles "todo el mundo se asomaba a las puertas y ventanas para vernos".

    Alojada en el hotel Rey, frente a la Universidad, gracias a la carta que le habían proporcionado los jesuitas de Sevilla consigue la asistencia del Padre Rojas, que habla francés, al que se suman otros sabios como José Fernández Sánchez o Antonio López Ferreiro, "erudito canónigo".

    Nuestra protagonista con-templa la ciudad con los ojos de una católica, siempre condescendiente, pero pese a ello no puede renunciar a su formación, y certifica que todo es gris, por la piedra empleada, y monumental, aunque severo. En su encuentro con la catedral, que en un principio, dado el ambiente de penumbra, no le cautiva como las de San Pedro del Vaticano o Sevilla, refleja el gusto de la intelligentia burguesa de su tiempo: "Si los canónigos del siglo XVII no la hubiesen rodeado de construcciones disparatadas, si no hubieran cegado noventa y dos de sus ventanas y colocado en medio de la nave una sillería, la catedral de Santiago sería la obra maestra de los edificios románico-bizantinos". Pese a no gustar del recargamiento borrominesco del altar, valora que todo se hizo con fe y para mayor gloria de Dios, consiguiendo el fin de exaltar la piedad "sin preocuparse por la pureza de líneas".

    En cuanto al Pórtico de la Gloria, cita que lo han copiado los ingleses, y que "es un poema de piedra; las figuras bizantinas de tamaño natural que componen el pórtico viven, hablan, y parecen murmurar algunas cosas de las alegrías eternas".

    Su atención y devoción se focaliza en la imagen del altar mayor, de tez marrón, pero con "una dulce y misteriosa expresión oriental", provista de bordón y esclavina de plata, con gemas de tanto diámetro como el Regente, célebre diamante de la casa real francesa.

    Curiosamente, acaso por la compañía que tuvo en la ciudad, del nuevo prelado Payá y Rico, llegado en 1875, que poco después emprendería la búsqueda de las reliquias del apóstol, nada dice, y en cambio se deshace en elogios sobre su predecesor, Miguel García Cuesta.

    De los restantes monumentos de la ciudad, "una montaña de piedra, la mayor parte de una gran y noble arquitectura que recuerda a la de Luis XIV, pero con más ornamentos" se detiene especialmente en San Martiño Pinario, con sus claustros y fuentes, y en San Domingos de Bonaval, entonces hospicio, por la famosa escalinata, "tres escaleras de piedra hechas en espiral, montadas en el mismo espacio una encima de otra, sin apoyos aparentes, con una gracia de curvas, una ligereza y una nobleza admirables, inexplicable".

    Satisfecha "de haber podido realizar la tercera de las grandes peregrinaciones del mundo", se declara abrumada por la emoción y confiesa haber pasado muchas horas en la catedral. Al abrazar al apóstol, evocando en ese acto todas las fobias contra el falso progreso liberal, la libre prensa y los persecutores de la Iglesia, invoca no al maestro o peregrino, sino al caballero: "¡Oh, Santiago, vencedor de Logroño [Clavijo], tened compasión de España y Francia, expulsa de nuevo a los infieles!, lleva contigo nuestras penas". La ceremonia del abrazo, que le provoca el llanto, dejará una honda huella en su memoria al igual que la ciudad, porque "Santiago es una de mis grandes alegrías, una de las grandes felicidades, uno de mis entusiasmos españoles. Diez años, veinte años no serían suficientes para que un artista dibujase las maravillas que la Religión ha engendrado, ni al estudioso para conocerlas todas".

    La ceremonia del abrazo, que le provoca el llanto, dejará una honda huella en su memoria al igual que la ciudad, porque "Santiago es una de mis grandes alegrías una de las grandes felicidades, uno de mis entusiasmos españoles"

    12 sep 2019 / 21:57
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