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El vientre del arquitecto: Sobremesa cultural con Enrique Barreiro

Las musas tienen casa en Pontevedra en el hogar de los Barreiro Blanco, un precioso inmueble donde se dan cita todas las artes. Es una clásica vivienda palaciega urbana donde la vida privada y la profesión comparten suelo e historia

En el centro histórico de la Ciudad del Lérez, el paseante no deja de maravillarse por las magníficas arquitecturas de diversas épocas que engalanan la ciudad. Las iglesias, plazas públicas, edificios oficiales y casas privadas que en su gran mayoría han sido restauradas en fechas recientes, otorgan a la ciudad un aire de pétrea belleza atemporal.

En la plaza de la Herrería, llama la atención una esbelta casa modernista con una gran peineta arborescente que está flamantemente puesta al día. En el lateral, una fachada traslúcida deja ver la vida del interior, que se convierte en un gesto que añade belleza útil a la edificación antigua. Un hecho que me subraya Enrique Barreiro, autor junto a César Portela de la puesta al día del inmueble.

Cerca de este edificio belle époque se encuentra la llamada casa de las caras. Un sobrio edificio de granito con una fachada realizada en el siglo XVIII que aparece decorada por unos medallones de efigie de busto en la cornisa, motivo de donde toma el título la vivienda. En la trasera del inmueble, se esconde un encantador jardín plantado de camelias, calas y magnolias. Es la casa de mis anfitriones Enrique Barreiro y Alicia Blanco.

Hay en la forma de hacer arquitectura de Enrique Barreiro un sólido talento para combinar tradición y vanguardia. Realiza con personal estilo unas impecables actualizaciones técnicas sobre edificios antiguos que los mejora, y deja lucir los detalles y materiales más dilectos del pasado.

En la casa de las caras, su residencia estudio, conserva la piedra y alzados originales, y completa los interiores y accesos con todas las comodidades del siglo XXI. Consigue, además, una contemporánea reordenación de los espacios.

El acceso por un hall común a la zona de despacho y a la vivienda subraya el espíritu laborioso de la casa. En ella se reúne frecuentemente toda la familia, que sienta en torno a la mesa de Alicia y Enrique a cinco arquitectos, contando al paterfamilias. Entre los hijos arquitectos está Enrique y su pareja, Carolina, también de la profesión. Ana, la pequeña de la familia, es asimismo arquitecta. Y, además, Alicia, la hija historiadora del arte, está casada con Yago Simal, que es también arquitecto y viven en Madrid.

La decoración de la casa respeta elementos antiguos, como las lareiras, que las combina con elementos vanguardistas como luces indirectas que bañan paredes o puertas de cristal soplado hermosas como una araña veneciana.

El mobiliario selecciona preciosas piezas originales de los Thonet con muebles ingleses y escultóricas mesas cúbicas hechas en mármol travertino junto a consolas en vidrio.

Colecciones de loza inglesa, butacas de piel capitoné y alfombras de nudo español completan una encantadora ambientación llena de puntos de fuga estratégicamente colocados por el ojo palladiano del arquitecto.

En la biblioteca, hay –aparte de maravillosos ejemplares del Templo de Salomón o colecciones de los libros de Franco María Ricci– una poética colección de armas de fuego cortas que hace las delicias de cualquier aficionado a la ópera rusa o a las novelas históricas dieciochescas.

No es baladí que para dar unas pinceladas biográficas sobre un caballero dedicado a la profesión de arquitecto, se haga el perfil a partir de su casa. En el caso de Enrique Barreiro, al visitarlo en su casa estudio se está uno acercando a lo que en lenguaje cinematográfico puede llamarse el vientre del arquitecto, que evoca la película homónima de Peter Greenaway rodada en Roma, una ciudad dilecta de Enrique.

En la charla me explica cómo tras estudiar en la Escuela de Arquitectura de Madrid, sintió fascinación por la arquitectura de Alvar Aalto. El maestro escandinavo le sedujo al extremo de evocar algunos de los principios de maderas claras, austeridad de las formas y perdurabilidad de los materiales en sus edificios, como puede apreciarse en su recién inaugurado auditorio del Colegio Médico Provincial en Vigo.

Un destino en el que también recoge conocimiento de manera especial y al que siempre desea volver es Roma. De la ciudad le gusta el popolo, los jardines del Pincio y la mímesis de paisajes y edificaciones. Y entre las arquitecturas monumentales le atrae el Foro Itálico con las colosales esculturas de atletas art déco.

En Roma, como en Galicia, se encuentra el pasado y el futuro.

Entre sus primeras obras, recuerda con cariño un centro de educación especial en Ourense o el sanatorio de la Merced de Poio. Entre las más recientes le dejó satisfecho la rehabilitación de San Bartolomé y la escuela de Canteiros de Poio.

El vientre del arquitecto, su casa familiar sirve como archivo del gusto del creador. Una especie de Enciclopedia de Diderot y D’Alembert en la que la belleza de las artes aplicadas y la funcionalidad de los espacios bien resueltos se complementan en la busca del absoluto.


Enrique Barreiro, fotógrafo en el México de la paz porfiriana

El padre de Enrique Barreiro nació en Castronuño (Valladolid) y fue uno de esos artistas versados en el arte de retratar. El padre de éste –a su vez, abuelo de nuestro anfitrión– hizo fortuna al instalarse en América a fines del siglo XIX. El abuelo Ramón Barreiro nació en San Cristóbal de Remesal, cerca de A Estrada, emigró a Estados Unidos y de ahí se fue a Cuba. En la isla caribeña, desarrolló su talento como dibujante y fue contratado como ilustrador de las imágenes mitológicas que decoran las cajas de puros en varias importantes manufacturas tabaqueras de la isla. Luego se instaló en México y, junto a un socio, abrió un estudio de fotografía en la ciudad de Puebla, y conoció la época de la paz porfiriana. Allí desarrolló una solvente economía y realizó grandes inversiones, convirtiéndose en colono con grandes propiedades por las que transitaba en un ferrocarril privado de vía estrecha.
Visitaba Madrid con frecuencia para informarse de sus inversiones en el Banco de Londres y Sudamérica. En uno de esos viajes conoció a Feliciana Vázquez, una guapa vallisoletana que sería su mujer. Enrique, Ramón, y Laureano –los hijos del matrimonio– nacieron en España, pero para el alumbramiento de la hija, Carmen, no dio tiempo a hacer el viaje y nació en México.

Cuando estalló la revolución de Zapata, tuvieron que dejar el país y se instalaron de nuevo en España. La familia se asentó en Pontevedra, pues el fallecimiento de Francisco Zagala, el fotógrafo, dejó libre una plaza en la ciudad del Lérez y quedaba disponible también el arriendo de la casa de las caras, actual propiedad y residencia de la familia.

México no quedó olvidado para los Barreiro, pues cuenta Enrique con gracia que para la compra de la casa en la década de los años setenta del pasado siglo XX, debió contactar con un vendedor mexicano, quien le ofreció, además, como regalo por la compra, un rico traje de mariachi bordado en hilos finos.

Desde el inicio del siglo XX, Pontevedra cuenta entre su galería de personalidades de la cultura y las artes con los Barreiro.

El inventor, cineasta, fotógrafo y pintor Enrique Barreiro

El deseo del abuelo era que sus tres hijos varones fueran fotógrafos y se creara así una estructura mercantil del arte de Daguerre en varias ciudades gallegas. Enrique, el hijo mayor, fue el único que continuó la tradición, pues Ramón fue periodista y bon vivant en Madrid y Laureano fue arquitecto residente en Ourense.

Enrique, el hijo mayor y padre de nuestro anfitrión, fue un celebradísimo fotógrafo y pintor en Galicia y un lúcido investigador en técnicas de filmación. Entre sus actividades, no sólo destacan los retratos fotográficos burgueses que hizo de toda la sociedad de la época, también retrató con genialidad al óleo y al crayón. Además, sus ­films documentales por medio de la sociedad FolK –por ejemplo, la visita de Azaña a Vigo– forma parte de la memoria histórica del país.

En una segunda fase profesional, investigó el sistema llamado yuxtacolor, que era un procedimiento bicromo apoyado en tres bandas –a saber rojo, azul y amarillo–, por medio de las que se lograba hacer la filmación en color. Era un procedimiento de alta tecnología para competir con el ­technicolor. El proyecto fue en su época sufragado por el INI y tuvo gran acogida en clientela internacional, como en Francia, aunque no pudo ser resuelto en su totalidad por la intermitencia de la guerra civil y cuestiones varias de la biografía de miembros directos de la familia.

Diversas exposiciones sobre el trabajo de su padre, la cesión del material fotográfico legado por su padre al museo de Pontevedra y el proyecto del museo Cristóbal Colón en Poio ocupan, junto a ­diversas obras y proyectos de arquitectura, al infatigable hombre ilustrado del siglo XXI que es Enrique Barreiro. En su casa, se respira el futuro envuelto en el recuerdo imborrable de los colores de las camelias que arraigan en su recoleto jardín.


21 mar 2008 / 17:15
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