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La figura femenina en Cervantes

  • 30 oct 2022 / 01:00
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Miguel de Cervantes vivió gran parte de su vida en un entorno familiar femenino, al que siempre se sintió unido, punto de referencia imprescindible para entender los muchos y diferentes tipos de mujeres que supo plasmar en su obra, en especial, en El Quijote.

No se puede entender el tratamiento que da Cervantes a los personajes femeninos sin fijarnos en su biografía, una vida marcada por figuras femeninas, en especial, sus hermanas y su madre, Leonor de Cortinas, una mujer fuerte, madre coraje que se entregó en cuerpo y alma para reunir fondos para liberar a sus hijos, Miguel y Rodrigo, cuando ambos estuvieron presos en Argel, que educó a toda su prole por igual, permitiendo que sus hijas aprendieran a leer y a escribir, algo excepcional en la época.

Miguel de Cervantes (1547-1616) entendió bien pronto que la voluntad de la mujer debía ser respetada y lo hizo en una época en la que eran consideradas fuente de todo mal...

Lejos de todo prejuicio, las mujeres de su familia fueron para él ejemplo de entrega y generosidad. Es significativo cómo la admiración que Cervantes siente por sus hermanas -y sus hermanas por él- le llevan a defender al tipo de mujer y la vida que ellas llevaron: mujeres que renunciaron a casarse (si no era por amor), pero no a vivir relaciones con hombres de prestigio y hacienda, aventuras amorosas que además les reportaba independencia y una manera de ganarse la vida.

Desde la primera relación amorosa de su hermana mayor, Andrea, supuso el inicio de una larga vida en la que sus aventuras con los hombres se convierten en un negocio para la subsistencia. De una de estas relaciones, con un noble que le prometió matrimonio, pero luego no cumplió, nació Constanza, aunque consiguió sacarle una generosa suma. Esta actitud valiente y desenvuelta de Andrea frente a la adversidad calará también en la hermana menor, Magdalena, y después en Constanza que siguieron las mismas andanzas...

También las mujeres de su obra La entretenida rechazan el matrimonio por imposición rompiendo una de las convenciones de la época donde lo normal era entregarse al hombre que las designaban y convertirse en sus criadas, sin embargo, las mujeres de Cervantes, eran perfectas conocedoras de las debilidades de los hombres, las aprovechan para vivir sin ataduras.

Sin embargo, Cervantes si se casó, lo hizo el 12 de diciembre de 1584 con Catalina de Salazar y Palacios, una joven hidalga de apenas 19 años a la que había conocido solo tres meses antes en Esquivias (localidad toledana muy cercana a Madrid), a quien dejó en un discreto segundo plano en esa misma localidad tras vivir los tres primeros años de matrimonio -quizás demasiado apaciblemente para una personalidad como la suya- para enrolar su suerte en otros destinos.... También apuntan sus biógrafos el hecho que Catalina tuvo que asumir la tutela de sus dos hermanos menores, muy pequeños al morir su madre.

Pero según marcan sus biógrafos a partir de 1599, el matrimonio no volverá a separarse, salvo en ocasiones puntuales, siguiendo ya ella los destinos de él y fue tal el amor que Catalina le profesó que dispuso ser enterrada junto a él.

La pareja no tuvo hijos, pero ocho meses antes de casarse con Catalina, en abril de 1584 nació Isabel, fruto de los amores de Cervantes con una tal Ana Villafranca (esposa de un tabernero madrileño) una hija que acabó reconociendo al quedar huérfana y ponerla con quince años al servicio de su hermana Magdalena, sumándose así, Isabel de Saavedra al resuelto clan de “las Cervantas”.

LA MUJER EN SU OBRA. Pocos personajes hay en El Quijote que impresionen tanto como Dorotea, especial, decidida y valiente que destaca por su facilidad de palabra, por su fuerza y viveza, dotada de una gran inteligencia, con una capacidad para el análisis de la realidad que refleja en sus discursos, algo desconocido para una mujer hasta entonces. El personaje favorito de Don Quijote, así que suponemos que también de Cervantes.

LEANDRA, O MANCHADA comparte con el resto de los personajes femeninos que aparecen en las novelitas intercaladas en la novela principal el ser víctima de una sociedad que hace de la sexualidad de las mujeres un objeto para satisfacer necesidades ajenas. Leandra forma parte de una hermandad en la opresión con Dorotea, quien tras haber sido violada por Fernando, otro caballero de alto linaje, se ve obligada a emprender una arriesgada y desesperada huida del hogar para tratar de solucionar la merma de honra que para su tiempo representaba perder la virginidad sin que este contacto carnal fuera acompañado del matrimonio.

Pero dejemos ahí la historia de acosos sexuales y vayamos con los casos de sufrimiento de sus hermanas, recogidos por la pluma del Príncipe de los Ingenios:

Luscinda es obligada a contraer matrimonio con el mismo noble que había violado a Dorotea, a pesar de que ella ama a Cardenio, de condición algo más humilde. Así, a la fuerza ejercida contra su libertad por este otro bien nacido caballero se suma la que hacen sus propios padres. ¿Y qué decir de Camila, el personaje femenino de la novelita de El curioso Impertinente a quien su enamorado marido solicita que requiebre de manera insistente el mejor de sus amigos con el fin de poner a prueba su lealtad; o de Zoraida quien para poder seguir la religión que estima por buena se ve obligada a repudiar y ser repudiada por su propio padre?

Zoraida, como Camila, como Dorotea y como Leandra son todas retratadas como mujeres dignas de admiración por la pluma de Cervantes. Precisamente porque las cuatro son otras tatas ‘Manchadas’ que han abandonado la seguridad del aprisco, de los corsés con que su sociedad las acosa, maltrata y amenaza.

‘NUMANCIA’. Si una obra expresa con claridad la valentía femenina es la tragedia Numancia, inspirada en la derrota de esta ciudad celtíbera ante los romanos, donde las mujeres fueron las que arengaron a los hombres a luchar hasta la muerte, antes que ser ultrajadas por el enemigo. La Gitanilla, protagonista de la novela homónima, es, sin duda, otro de los personajes femeninos más simbólicos y revolucionarios del autor, toda una defensa de la libertad de la mujer. Es mujer y gitana, es decir, lo más bajo que se podía ser en ese momento y es vendida a un caballero. La mujer se enfrenta a su comprador y a sus vendedores y les dice: Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere. En la primera parte de El Quijote aparece Marcela, una mujer que huyendo del matrimonio y de sus pretendientes se hace pastora para vivir en libertad. Marcela, todo un ejemplo de razonamiento lógico contra los convencionalismos sociales que por su condición de mujer la condena, insiste en su condición de mujer libre, al igual que sus hermanas, Andrea y Magdalena. Por eso, el propio don Quijote -que actúa como juez y la absuelve-, no acepta su culpabilidad argumentando que es libre, y como tal, no está obligada a amar a quien dice amarla, ... mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. La excepción de este prototipo de mujer fuerte, con voz propia sería la más famosa de todas ellas, Dulcinea del Toboso. Dulcinea no pertenece a este canon de mujer cervantina dado que, como es sabido, el objetivo de Don Quijote no fue otro que ridiculizar por caducos y engañosos los libros de caballería y por tanto responde al ideal de mujer existente en este tipo de relatos.

LA BIZCOCHERA DE SEVILLA. Cervantes tuvo una relación personal especial con Magdalena Enríquez, bizcochera, vecina de Sevilla, casada y madre de dos hijos. Magdalena Enríquez figura en las biografías del autor del Quijote, pero su relación con Cervantes fue de tanta confianza que el autor le concedió poder notarial para que le cobrara su sueldo como recaudador de impuestos. Ante escribano público, Cervantes la facultaba para que en su nombre cobrara el salario que la Casa de la Contratación le debía -19.200 maravedís- por sus servicios como comisario real de abastos. La relación entre Magdalena y Miguel fue mucho más allá de la puramente comercial, formando parte de un privilegiado círculo de amistades que Cervantes cultivó en Sevilla. Cuando el escritor le otorga poder notarial para que cobre su salario, Magdalena era una mujer casada, y mantenía aún su estado civil en 1596 -su primer marido, con el que consta vínculo matrimonial desde al menos el año 1579, fue Cristóbal Bermúdez-. En 1589, dos años después de que Cervantes comenzara su andadura andaluza como comisario real, Magdalena ya era madre de dos hijos, nacidos del matrimonio con Bermúdez: Ana María Enríquez y Francisco Enríquez.

Magdalena aparece como una próspera comerciante, proveedora habitual de la Casa de Contratación de Sevilla, a la que suministraba importantes cantidades de bizcocho para las tripulaciones de los galeones de la Armada y Flota de las Indias, como lo acreditan numerosos asientos y contratos. Entre 1579 y 1591 Magdalena no firmaba los documentos porque manifestaba que no sabía escribir, pero que, en cambio, sí los firmará de su puño y letra desde al menos enero de 1593, meses antes de que Cervantes le otorgara su poder notarial, firmando esta carta de pago de 28 de marzo de 1594 en la que nuevamente figura el nombre de Cervantes.

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