Australia

“Kathleen Folbigg está feliz y agradecida a los científicos que hemos trabajado en el caso”

La genetista española Carola García de Vinuesa afirma, en una entrevista para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, que “la ciencia ha corregido una injusticia que puede haber sido la más grande de la historia de Australia”

Carola García de Vinuesa.

Carola García de Vinuesa.

Armando Huerta

En primer lugar, enhorabuena. La liberación de Kathleen es fruto, en una parte sustancial, de su esfuerzo durante años, ¿cómo ha recibido la noticia? ¿cómo se siente?

Siento una alegría enorme por Kathleen Folbigg. Estoy muy contenta de saber que está, por fin, fuera de la cárcel. La revisión de su caso representa el triunfo de la ciencia, que ha corregido una injusticia que puede haber sido la más grande en la historia de Australia.

¿Ha podido hablar con ella? ¿sabe cómo se encuentra? ¿cómo ha vivido la noticia?

Kathleen me ha llamado, junto a su amiga de toda la vida, Tracy Chapman, esta madrugada, a las tres de la mañana. Me he despertado con la grata noticia y con una conversación muy emocionante, muy bonita. Ha sido una llamada preciosa que me ha cogido por sorpresa. Está feliz y está agradecida a los científicos que hemos trabajado en este caso.

La ciencia ha sido decisiva para lograr la revisión del caso.

La liberación de Kathleen es motivo de celebración para la comunidad científica. Personalmente, reconforta haber podido ayudar a Kathleen y haber contribuido a que, poco a poco, se hagan las reformas necesarias para que la ciencia sea mucho más tenida en cuenta en los tribunales. La ciencia cada vez es más compleja, la tecnología que utilizamos es cada vez más sofisticada, y es importante que podamos asesorar a jueces y abogados sobre descubrimientos científicos que pueden ser claves.

El desenlace del caso Folbigg es un hito que va a marcar la historia de la justicia…

Es crucial que haya mecanismos independientes que permitan asesorar en los procesos judiciales. Existe la voluntad por parte de la justicia, pero es una cuestión compleja y hay que descubrir nuevas vías que hagan posible tener más en consideración las evidencias científicas. En el caso de Kathleen Folbigg es llamativo que la propia Academia Australiana de Ciencias haya solicitado tener representación legal en caso y haya ejercido un papel determinante en la supervisión del proceso, ayudando a elegir a los expertos.

¿Cómo se resarce a una mujer que pierde a sus cuatro hijos y que pasa 20 años en prisión acusada de haberlo matado?

No hay manera humana de compensarla. Pero ella dice que lo que siempre ha querido es cambiar el epitafio de sus hijos, que se sepa que han muerto de manera natural, no asesinados, y que ella les quería muchísimo. Eso era para ella lo más importante, y lo demás irá viniendo. Ha perdido 20 años de su vida y es muy difícil recuperarse de eso. Tiene un trauma muy fuerte que habrá de ir superando poco a poco.

Usted siempre defendió que Kathleen podía ser inocente y que no existían pruebas concluyentes para llevarla a la cárcel.

Sí. Incluso antes de llevar a cabo nuestra investigación y encontrar la mutación genética, sabíamos que los niños habían estado enfermos. Era creíble que sus muertes podían responder a causas naturales. Pero, efectivamente, el descubrimiento genético de la causa de la enfermedad me reafirmó de forma muy definitiva en la inocencia de Kathleen.

Usted entra en escena en 2018 con esa investigación genética, ¿cómo llega el caso a su mesa de trabajo?

En 2018, David Wallace, un joven abogado que había hecho un curso de inmunología de posgrado en mi departamento, ve en televisión un reportaje sobre este caso, me llama y me pregunta si existe ya la tecnología para realizar una investigación genética. Le dije que sí, que la tecnología había avanzado mucho en quince años y que en mi laboratorio ya estábamos secuenciando genomas humanos enteros.

¿En qué consistió el estudio genético que desarrollaron? ¿a qué conclusión llegó?

Encontramos una mutación tanto en Kathleen como en sus dos hijas que explica la muerte de las niñas. Ocurre en una proteína que se llama calmodulina. Logramos demostrar, junto a un grupo de expertos de cuatro países, que esta mutación causa arritmia cardiaca severa comparable a otras mutaciones en calmodulina que han causado muerte súbita inesperada en niños. La calmodulina es una proteína que regula el ritmo del latido cardiaco, regula la entrada y la salida del calcio de las células, y la concentración de calcio es crítica para regular el latido cardiaco.

Gracias a estos estudios se ha clasificado como patogénica, lo que significa en términos genéticos que tiene un 90%-99% de probabilidad de ser la causa de la muerte súbita de las niñas. Es decir, no fueron asesinadas, sino que murieron por una arritmia cardiaca.

El estudio genético la reafirma en la inocencia de Kathleen y se vuelca, a partir de ese momento, en darlo a conocer en la comunidad científica para lograr su apoyo y conseguir que hubiese una segunda revisión del caso en los tribunales, ¿qué ayudas y obstáculos ha encontrado por el camino?

Casi todo han sido ayudas. Contacté con expertos internacionales en calmodulina, que son los que luego han analizado las investigaciones, y se volcaron. Se interesaron desde el primer momento poniendo muchas ganas y mucho rigor.

La Academia Australiana de Ciencias ha apoyado también de forma decisiva y, la verdad, es que la justicia se ha tomado muy en serio esta segunda revisión del caso. El juez, los asistentes del juez y los abogados se han empleado a fondo y dedicado horas, días y semanas para entender la aportación de la ciencia. Han desarrollado un análisis a fondo de las cuestiones genéticas vinculadas a la causa médica de la muerte de los cuatro niños. Su trabajo ha sido encomiable.

¿Y cómo han reaccionado los ciudadanos? En 2003 hubo un juicio rápido que llevó a Kathleen a la cárcel y se convirtió entonces en el gran demonio para la opinión pública australiana.

Tristemente los medios de comunicación la pintaron así y se creyó que era la peor asesina en serie en la historia de Australia. Todo el mundo la demonizó, salvo un grupo de amigas que siempre han defendido su inocencia. Pero gracias a esta segunda revisión, los medios han cambiado su percepción y, en los últimos meses, ha ido saliendo a la luz todo lo que sabemos. La opinión pública es hoy otra respecto al caso. La mayoría de los australianos se ha dado cuenta de que todo ha sido un gran error de la justicia.

Una científica española de prestigio internacional

 Nacida en Cádiz hace 53 años, pasó parte de su infancia en Estados Unidos y Bélgica. De vuelta a España, estudió medicina en la Universidad Autónoma de Madrid. Era una joven idealista que admiraba el trabajo que algunos de sus amigos realizaban en África para oenegés como Médicos Sin Fronteras.

La justicia social y la solidaridad han sido siempre una constante inquietud en la vida de Carola. Durante la carrera se marchó a Calcuta, en India, y estuvo trabajando con la Madre Teresa en los barrios más desfavorecidos y, más tarde, de la mano de un médico que tenía una clínica a orillas del Ganges, limpiaba las heridas a pacientes con lepra.

En África había entonces mucha muerte infantil por meningitis y malaria, infecciones para las que no había vacuna. Sensibilizada por esta necesidad, se marchó luego a la Universidad de Birmingham donde profundizó en la investigación de la inmunidad a la meningitis y se doctoró.

Después, en 2001, una beca la llevó a la Escuela de Investigación Médica John Curtin de la Universidad Nacional de Australia, cuyo departamento de Inmunología dirigió durante ocho años. En ese país, donde echó raíces y dio cauce a su pasión por la investigación, se la considera una eminencia.

En 2005 descubrió un gen nuevo en ratones que conducía a una enfermedad autoinmune. Para bautizarlos se inspiró en sus raíces andaluzas: “Al ratón que me ayudó a descubrirlo lo llame San Roque y al gen, Roquin”, asegura sonriente.

Cofundadora y directora del Centro de Inmunología Personalizada de Australia, Vinuesa fue una de las primeras personas en ese país en utilizar la secuenciación genómica para vincular enfermedades a variaciones genéticas.

En Australia es una autoridad. En 2015 entró en la Academia de Ciencias australiana y en 2020, en la de Salud y Medicina. Es también ganadora del Premio al Científico del Año del Ministro de Ciencia en Australia.

Tras más de 20 años en Australia, Carola García de Vinuesa ha regresado a Inglaterra donde actualmente trabaja para el Instituto Francis Crick, en Londres.