Exposición firmada por José Freixanes

En una tarde escindida por los relámpagos, José Freixanes cose en un costado de su taller. Esparcidas por el suelo, telas de azul cobalto o de rojo cadmio, como lo que John Berger le reclamaba desde Francia a un amigo en Dublín. En la mesa, hilos blancos o de color púrpura con los que zurce la imagen de un ave migratoria, el dibujo esquemático del laberinto de Mogor o una secuencia de vistazos infinitos que nos interrogan sobre este tiempo confuso. Remiendos con los que pinta el paisaje de la memoria.

Entonces, las metáforas brotan en una cascada incesante de relatos de la condición humana. Alegorías que concretan el conocimiento de la existencia y dibujan una cartografía del viaje primitivo. Aquella que nos aproxima a un mundo más allá de los límites establecidos, la que nos acerca a todo aquello que representa la unión de los opuestos.

Una constante en su trabajo, vinculado con su entorno biográfico, pues Freixanes vive anclado a dos culturas a lo mejor antagónicas: a la gallega, por sus orígenes, y a la oriental, con la que convive desde hace décadas. La obra como ese hilo conductor que nos permite seguir tejiendo y descifrando el tapiz del mundo. Formas y signos que hoy se extienden en el espacio de nuestra cultura. Ese es el viaje que el arte hace posible.