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Quiero un nieto que no sea hostelero ni comerciante... mejor que sea político

Hay pocas cosas tan tiernas como el diálogo con un nieto o una nieta, en donde la faceta de educador se ejerce sin malas caras, ni gritos, ni siquiera regañinas. No sé cuándo seré abuelo, ni siquiera si llegaré a serlo, pero esa conversación trascendental ya está dando vueltas en mi mente.

Cuando ese nieto o nieta sea aún pequeño tendré que ir preparándolo para lo que se va a encontrar en esta vida llena de obstáculos. Y habrá que darle buenos consejos.

Lo primero que le diré es que no estudie demasiado. El Bachillerato puede llegar. Porque con esa formación casi básica podrá optar a las dos mejores profesiones de este país y, sin embargo, si se licencia en una carrera universitaria es fácil que acabe en la cola del paro o haciendo las maletas para tener que emigrar.

Deseo lo mejor para ese futuro nieto o nieta, y por eso intentaré evitarle el sufrimiento. No quiero que sea hostelero ni comerciante para que no padezca en sus carnes lo que es sentirse abandonado en caso de necesidad. No quiero que trabaje en una agencia de viajes, de guía turístico o en un hotel para que no tenga ningún tipo de ansiedad cuando le lleguen los recibos durante una pandemia. No quiero que tenga un pub o una discoteca para que, dado el caso, no se vea en la obligación de bajar la persiana durante diez meses sin ningún ingreso. No quiero que se dedique a la venta de vinos, de cervezas o de refrescos para no tener que entristecerse cada vez que alguien no le puede pagar. No quiero que sea monitor de gimnasio para que no pierda la forma por inactividad si se ve obligado a cancelar sus clases. No quiero que sea músico de ninguna orquesta para que no tenga que usar su voz únicamente para desgañitarse en protestar por una situación injusta e inasumible.

No quiero que sea autónomo para no verse en la obligación de no enfermar nunca. Y sobre todo, no quiero que sea emprendedor, y, de serlo, que lo sea en Alemania, en Holanda, en Bélgica, en Luxemburgo, en Francia, en Italia, en Grecia, en Suecia, en Portugal, en Suiza, en Reino Unido o hasta en Rumanía, donde contará con ayudas de verdad si tropieza con algún contratiempo en forma de virus.

DESIGUALDADES. Usaré un tono de voz grave y un ritmo sosegado para que pueda intuir la seriedad de una conversación en la que le hablaré de las desigualdades para las que tiene que estar preparado.

Y será entonces cuando le anime a ser político. Sobran ejemplos de quienes viven toda la vida de tan dudosa profesión sin pisar una empresa privada. Es una de las mejores opciones. Cobrará todos los meses. Puntual. Y tomará decisiones que afectarán siempre a los demás. Que hay que dar una ayuda, se hace y punto, pero a costa de los presupuestos, que no de su bolsillo.

Eso sí: que no sea muy grande para no desestabilizar las cuentas de las que deben salir una infinidad de sueldos de compañeros y asesores.

Desde su tribuna podrá hablar de solidaridad sin ser solidario, de justicia sin ser justo, de tristezas sin estar triste, de permisividad sin ser permisivo y hasta de rescates sin rescatar a nadie. Por eso debe entrenar ese don con el que convencerá a los demás de algo en lo que no cree y además ser muy hábil a la hora de culpar al resto de todos los males y de adjudicarse para sí mismo los éxitos de todas las gestiones aunque no le pertenezcan. Es la base de ese instinto de supervivencia que lo mantendrá en el cargo si es hábil para que nunca le crezca la nariz.

Tendré que darle instrucciones para que le lleve siempre la contraria a sus rivales, aunque sepa que con ello perjudica a los vecinos. Como ahora con las ayudas a la hostelería, que las diputaciones gobernadas por los socialistas y la Fegamp, también en manos del PSOE, quieren repartir e imponer su idea del 1 % del presupuesto, mientras que la Xunta, en donde gobierna el PP, y que pone más del 70 % de los fondos, quiere ser quien distribuya el dinero. A eso dicen que le llaman hacer política. Y mientras ellos discuten, sin que el paso del tiempo les importe y sin que su sueldo se vea trastocado, los hosteleros lloran desesperados viendo la oscuridad al final de un larguísimo túnel a punto de derrumbarse.

Estaré obligado a hablarle de cuánto añoro a aquellos políticos de la Transición que no tenían vergüenza a la hora de votar lo que creían justo aunque eso significara apoyar al adversario. Eran de otra pasta. Se sentaban a dialogar pese a sus ideas contrapuestas sin necesidad de faltarse al respeto. Nada que ver con los de ahora, que piensan siempre en el voto y en desacreditar al oponente, y nunca en las personas.

OTRA OPCIÓN. Y si mi nieto ve que no sirve para ejercer de político, porque hay que tratar de no ponerse colorado en ningún momento y eso no está al alcance de todos, le animaré para que se presente a alguna oposición y pueda disponer así de un sueldo fijo, con subidas todos los años, y un puesto garantizado para toda la vida, ya que, si lo quisieran despedir, aparecerían los liberados sindicales ahora desaparecidos para defenderle.

Pero debe elegir bien su destino. Porque, como sanitario, puede correr peligro, como maestro pasará frío al dar clase con las ventanas abiertas, como policía o guardiacivil se verá obligado a multar aplicando a veces la injusticia de la ley para simplemente recaudar, como bombero pondrá su vida en riesgo...

Tendré que advertirle que no es fácil la vida de funcionario, ya que se encontrará con mucho trabajo, deberá atender al contribuyente con una sonrisa aunque no la merezca y se encontrará con jefes de todo tipo que posiblemente cambien cada cuatro años.

Pero los beneficios de tener un puesto fijo y un salario asegurado por encima de catástrofes, pandemias y cualquier otro inconveniente estarán siempre por encima de los posibles sacrificios.

¡Qué feliz me haría! Tendría una vida placentera en la que esperar el día 1 de cada mes será una delicia sabiendo que no fallará el ingreso. Y desde su pedestal de privilegio verá cómo durante una pandemia a su alrededor no dejan de aflorar los nervios y la desesperación, no se detienen la pobreza y la miseria y como el hambre se hace un hueco tanto en la casa de las familias de muchos trabajadores, cuyo único delito es precisamente querer trabajar, como en la de cientos de empresarios que comprueban cómo todos sus ahorros se esfuman sin que aquellos que les obligan a cerrar sus negocios hagan nada por remediarlo.

Intentaré que sea una conversación instructiva en la que espero que mi nieto o nieta tenga en cuenta la experiencia de un veterano con algo de mundo que simplemente se limita a sacar conclusiones de lo que está viendo. Y que, por cierto, no le gusta nada.

31 ene 2021 / 01:00
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