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Tampoco encontré la bomba, con Fraga, en Palomares

yo era un modesto periodista de redacción que, según decían mis amigos, hasta podía llegar a pintar algo en la parcela profesional cuando Franco entraba en la larga agonía de su mandato, refrendado absolutamente por un pueblo que salió noqueado por tres horrendos años de enfrentamiento cainita. Supongo que cualquier solución posbélica hubiera sido aceptada por un pueblo que necesitaba abrazarse y tomar aliento para volver a vivir. En 1964 se cumplían los 25 Años del parte final de la Guerra Civil, aquel que comenzaba con la glosa triunfal de “Vencido y desarmado...”, que Jesús Torbado, pasados los rigores de la feroz censura, ya en el tiempo de Fraga en vez de Arias Salgado, escribió la historia al revés, como si hubiera ganado la República y con ella Hemingway, y que le mereció un Premio Planeta del acomodaticio patrón, Lara, que, andaluz él y bien acogido en Barcelona, daba un serio empujón, con Nada, a la joven Carmen Laforet, al arte de ganar dinero con los libros y, de paso, impulsaba la creación literaria, oficio que España acogió con alivio y disfrutó cada quince de octubre, festividad de santa Teresa y, por tanto, onomástica de la esposa del editor.

Yo fui bastantes años invitado al fallo del Planeta, tras presentarme en 1958 al premio con Por qué está triste el pueblo, que algo tiene que ver con la empresa conservera de mi pueblo, que hace sólo unos días ha sufrido la devastación del fuego. Fue seleccionada para las votaciones avanzadas, pero no tenía el fuste necesario para premio tan suculento.

Mientras escribo, con cierta emoción por la ruina de parte del complejo conservero, netamentre boirense, creado por Jesús Alonso, -que cumplirá, Deo volente, 93 años el próximo diciembre-, y que da trabajo a cinco mil personas, me gustaría darle el fuerte abrazo que se da a los amigos y, además, amigos que uno admira...

Uno de mis hijos, que saben de informática mucho más que yo -cosa fácil, por otra parte- me ha hecho un favor que de poco vale, pero yo agradezco. En la segunda entrega de una serie sobre la bomba de Palomares se me ha visto fugazmente, con traje y corbata, descendiendo hacia el mar de Palomares. Los bañistas van en calzón apropiado para el evento, yo voy como notario del evento. En seguida me subiré a una especie de gamela y tomaré posición para inmortalizar con mi cámara el tremendo y absurdo chapuzón en las aguas que casi todos sabíamos que estaban contaminadas por el plutonio. Así que corto y cierro.

Invitado, unos años más tarde, a pronunciar el pregón de la Feria del Libro del Campo de Gibraltar, con el Gobernador Militar de la zona presidiendo el acto en el Salón Principal, en Algeciras, pernocté en el hotel María Cristina, pero me acerqué, antes de viajar, a la playa de Palomares, ya en Almería. Era temprano y la luz de la mañana llegaba nítida a la retina... Se me acercó alguien cuando estaba haciendo unas fotos...

-Usted es Paco, claro...

-Sí, soy Paco, el de la bomba...

-Ya, yo soy un periodista de Madrid que vino con Fraga...

-Y se metió con él al mar.

-¿Qué dice? No había ni peces, solo los que estaban flotando en la superficie... ¿qué iba a hacer yo con la bomba si la encuentro antes que usted?

Sonrió.

-No crea que a mí me sirve de mucho.

Esta vez tenía mi coche allí mismo. Paco me cerró cortésmente la puerta y saludó en voz alta y clara:

-Adiós, amigo.

27 may 2021 / 01:00
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