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La excitación electoral,en marcha

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

LAS ELECCIONES lo agitan todo y lo adormecen todo. Se diría que una campaña electoral no es el estado natural de las cosas, de los elementos, si no fuera porque todo el año es ya campaña, incluso toda la legislatura. Como el sexo, las elecciones agitan y adormecen, sacuden y calman, alegran y entristecen. Es el momento de máxima excitación de la política, el momento climático, pero algunos prefieren que no se note el rebumbio de las sábanas, el dulce fragor de las listas, los olímpicos embates de las candidaturas.

Tezanos viene a proponer una victoria para Sánchez, una vez más, con sus lindas encuestas, enseña esa gozosa holgura de los datos, maneja bien el ritual de las horquillas, pero la oposición juzga que son datos surrealistas, mayormente. Claro que, como dicen los entrenadores, esto es fútbol. Lo cual que todo puede pasar. Y mucho más en los minutos de descuento.

Las elecciones nublan un poco el sentido, es decir, trastornan la tranquilidad, agitan la víscera, rompen un poco las rutinas y las tertulias, pero la gente está ocupada en la cola del supermercado, donde ocurre el milagro de la multiplicación del precio de los alimentos, ese milagro inverso que nadie comprende y nadie explica, ese patético ascenso a los cielos del mercado. No sé si la gente está en clave electoral, por mucho que insistan los políticos en cambiar la sintonía. Comer hay que comer y el resto puede esperar.

Pero Sánchez, a pesar de las movidas en la coalición de gobierno, ve con agrado la calma de las calles, la paz sindical, mientras intenta sujetar el caballo desbocado de la inflación, ese animal en celo. Lo que sucede es que las pensiones están sobre la mesa. Escrivá propone sus cosas, sus cálculos, es materia ígnea, lo sabemos, lo sabe, justo cuando hay mucha peña a punto de jubilarse, y ese miedo a que se vacíen algunas profesiones: la gente pregunta por los médicos, pongamos por caso. Sánchez no permitirá incendios mayores en el bosque electoral, más allá de los roces con Podemos, mientras, no muy lejos, a Macron le están agitando de nuevo las calles de París y de la ‘banlieue’, precisamente con la reforma de las pensiones. Y no sólo le ponen una moción a su gobierno, sino dos, y dicen por ahí que la derecha moderada podría tener posibilidades. En Europa, con el ejemplo del Silicon Valley Bank a un lado y el Credit Suisse al otro, sólo esperan que el virus no se contagie. Meloni ya acude a los congresos de sindicatos de izquierdas, lo que significa que volvemos al sueño húmedo de las mayorías.

Allí también estaba Yolanda Díaz. Era más su territorio, claro, pero quién sabe si incluso se sintió más confortable que en casa. Yolanda ha creado una especie de ‘yolandismo’ que mola a muchos, un ‘yolandismo’ amamantado en Ferrolterra, pero, en tiempos de vértigo, su gusto por la maduración política pone de los nervios a propios y a extraños.

Si Tamames ha venido a darle un toque surreal (aún más) a nuestra política, con una moción que Sánchez no teme, pero que quedará para los anales de la política raruna, un golpe de efecto con el que Tamames sueña como los androides sueñan con ovejas eléctricas, porque no es moco de pavo hacerse un discurso de estado a estas alturas de la biografía, Yolanda ofrece esa otra rareza de la lentitud, abominando, dice, de tensiones y presiones, justo en un tiempo en el que todo son tensiones y presiones.

Podemos habla de unión e integración, de cara a lo que se avecina. En teoría no hay mucho lugar para más discrepancias. Podemos y Sánchez preferirán que, en días electorales, los desencuentros se disipen como lágrimas en la lluvia. Pero Yolanda tiene su ‘tempo’, de eso no hay duda, y de momento muestra una complicidad doméstica con Errejón. La gran decisión aún no ha llegado, Yolanda no mira el reloj, y no quiere hacer nada que pueda convertir a Sumar en Restar, en tiempos tan líquidos y tan imprevisibles. La campaña electoral es como el sexo: pasión y somnolencia, clímax y modorra, realidad y deseo. Disfruten.