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Tamames:dos días después

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

DOS DÍAS DESPUÉS de lo de Tamames, quizás la gente se pregunte si pasó lo que pasó. Quizás la gente se pregunte si, encerrado en una especie de paréntesis, aconteció el evento, el salto de guion, la representación inesperada, pues, de pronto, al pasar frente al televisor, vieron fugazmente al viejo profesor, y también todo lo demás, y quizás creyeron que algo se había trastocado en los ajustes, como si la realidad hubiera sufrido un terremoto espacio-temporal, como si alguien no hubiera encajado bien el puzle.

Todo había empezado semanas atrás, cuando Vox dijo que el candidato sería Ramón Tamames. Como impacto publicitario, nadie puede negar su fuerza. La publicidad engancha cuando sucede en ella algo poco previsto, algo que nos rompe los esquemas. ¡Tamames!, dijo alguien. Y se dio una palmada en la frente. Y en Vox, más de uno habrá dicho: ¡Tamames! Y habrá añadido: “Pero, ¿Tamames, Tamames?”. Y alguien habrá respondido: “¡El mismo!”.

Así que la política, en ocasiones, juega a ser el arte de lo imposible, no de lo posible. Feijóo se tomó la moción, en efecto, como un paréntesis. Demostró que tenía la agenda ocupada (Embajada de Suecia, y así), y se hizo invisible. A Ferreras le pareció una genialidad, quizás un guiño. No era fácil para la derecha digerir el asunto, tan surreal, y Feijóo no le vio ventajas por encima de los suecos. Vox buscaba una complicidad que sabía imposible, y Gamarra prefirió decir que ni para ti ni para mí, que si se abstenía era también “por respeto al profesor”. Llamar a Tamames todo el rato profesor, como en otros tiempos, era una curiosa forma de no estar con él, pero mostrando esa consideración que nace del currículum. Hasta Yolanda estuvo en eso.

Puede que Feijóo regrese preguntando: “¿Qué ha pasado? Oí algo de una moción…”. Y así el resto del personal. Los diputados también habrán sentido ese extrañamiento, aunque sólo fuera por la leve alteración del decorado. Incluso Vox, atento al profesor, emanaba cierto aire de rareza. Alguien dijo en una televisión que Tamames perdió en el Parlamento la frescura que había demostrado en los platós. Vi alguna de sus entrevistas previas a la moción (hizo unas cuantas) y en todas parecía encantado. Incluso ante las preguntas incómodas. Tamames ama los focos, eso parece claro. También eso forma parte de su trayectoria, y no lo ha olvidado: alguien rescató unas imágenes con Umbral, con Maruja Torres, y así. Tamames simplemente volvía a su zona de confort, y quizás eso es lo que pensó cuando Vox lo llamó para ser candidato. Él mismo dijo que organizaba cenas en casa en las que se hablaba mucho de política, con invitados principales. O sea, lo que se conoce como arreglar el mundo.

¿Cómo renunciar, entonces, a algo así? Difícil, si consideras que no habrá más oportunidades, si alguna vez soñaste con ello, si has estado a menudo en la pomada. Demasiada tentación. Y lo mejor de la tentación es caer en ella. No diré que a Tamames se le vino encima el Parlamento, pero, refugiado en el escaño, escuchando cómo los intervinientes iban soltándose para hablar de lo suyo (o sea, de lo de ellos) más que de la improbable propuesta, el profesor pareció empequeñecerse en medio del oleaje. Quizás comprendió que su presencia acabó siendo más bien el catalizador de discursos electorales, el pretexto perfecto para la precampaña. Sólo acertó a protestar, ante la perplejidad de muchos, por la longitud de los discursos ajenos. Umbral también protestó aquella vez porque él había ido a la televisión a hablar de su libro. Tamames había ido allí a hablar de su moción. La mañana se llenó de palabras y su protagonismo se diluyó sin remedio.

Y, dos días después se puede decir que Tamames, que sí estuvo allí, fuese y no hubo nada. Lo que a él le pareció engorrosamente largo y prolijo habrá sido para algunos apenas un chubasco de primavera. Una tormenta breve y extraña. Un paréntesis, eso sí, que vino bien, sobre todo, a aquellos que la moción pretendía censurar. Tamames sale de escena con la misma rapidez que entró: su número efímero y confuso da paso a la gran batalla electoral.