{ BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE }

Yolanda, princesa roja

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

PARECE que al fin Yolanda Díaz va a presentar lo suyo, después de varios amagos. Yolanda siempre aparece fresca en la mañana, sobrevolando con estilo y alegría las alfombras parlamentarias, y ahí va, dicen que vestida de novia. Yolanda es la alternativa de la alternativa, según algunos medios y los amigos, pero ha estado demorando la salida del cascarón, como decían en mi pueblo, porque mejor hacer las cosas bien, sin romperlas ni mancharlas.

Difícil, en este mundo vigilante y cainita, en el que todo se escruta, esta política cruda y algo vecinal, que va alegremente del improperio a la peineta. Yolanda, en su vicepresidencia, ejerce una política con sonrisa y pelazo, pretende ahorrarnos el mal gesto, esa especie de disgusto permanente que se ha instalado en los liderazgos, el tono eternamente derogatorio y hosco, y ella, quizás, quiere ser la novia de todos, vestida para la fiesta, la nueva versión de la princesa del pueblo, dejar de lado el férreo marcaje de las coaliciones, que son como las cenas de Navidad, donde el rencor aflora mucho antes de que llegue la hora de brindar con veneno.

Yolanda querría ser aceptada libremente, la nueva izquierda que Sánchez va a necesitar según todos los pronósticos, la sonrisa en la mañana, pero no todo es tan fácil, corazones. Yolanda quiere traer al discurso cotidiano la izquierda del trabajo, que es su campo, el lugar en el que nació a la vida política, su líquido amniótico, pero ella sabe que hay a pocos pasos un campo minado, demasiados conflictos, dificultades y cosas, ya sean celos o recelos. Quisiera limpiarse de tanta batalla, apear armas y bagajes, aún calientes por las refriegas en el poliédrico campo de las ideologías de ultimísima hora.

Hay una tensión expectante, un aire denso, a la espera de que Yolanda y Podemos confluyan (o no) en esa alternativa electoral que está a punto de nacer oficialmente, esta vez sí, nos dicen. Hay un momento en el que la flecha en el arco (parlamentario) tiene que partir. Y ahí está Yolanda tirando de carcaj, ataviada para la boda futurible, mientras en los jardines se consagra la primavera. La candidata que quiere evitar un mal encantamiento de última hora, esa cosa que tanto sucede en los cuentos que parecen felices.

Dicen que Sánchez le dio primacía en lo de Tamames, como quien señala al fin a la favorita: he aquí a la princesa roja que puede salvar los muebles, en ella tengo mi complacencia. Dicen que la moción le sirvió al presidente para colocar a Yolanda en la parrilla de salida, perdón por la metáfora, para bendecirla con un discurso ante la mirada de Podemos. Los observadores lo llamaron ticket, a la americana. Sánchez se une a Yolanda en ticket electoral, como en los USA, no hay marcha atrás, esa es la propuesta, por si había dudas. Sánchez vio una ocasión en lo de Tamames, como los demás, mientras el candidato decía “viva a la moción” y se hacía un selfi.

Esa moción que Vox externalizó en el catedrático, ese outsourcing parlamentario, sirvió en realidad para otras muchas cosas. Tuvo su utilidad, hay que reconocerlo, aunque una utilidad distinta a la que se pretendía. Como sucede entre Sánchez y Podemos, parece que Vox carga ahora contra Feijóo, al calor de la ruptura escenificada por Ayuso en las últimas horas, ese momentazo dramático televisado, porque Ayuso no tiene intención de perder cuota, ni electoral ni de pantalla: ella siempre quiso ser princesa de los madriles, domina el rito y la ceremonia, que le funciona fetén, y habrá pensado que, en Castilla y León, si eso, que se vayan arreglando.

Las elecciones lo distorsionan todo, levantan polvaredas, son el sexo de la política. Están en marcha los rituales del apareamiento preelectoral, y eso siempre conlleva despliegue de plumaje, gorjeos y arrumacos verbales. También se marca el territorio. Yolanda afronta el tranco final, el camino embarrado, el momento cumbre, mientras Sánchez se dirige a su lugar favorito, el contexto internacional, lejos del ruido y de la furia doméstica, y pronto se irá a China, como decía Blas de Otero, para orientarse un poco.