{ cifras y letras }

Como un libro abierto 

Senén Barro Ameneiro

Senén Barro Ameneiro

En un artículo reciente recomendé, pensando sobre todo en los más jóvenes, tener cierto tiento con las cosas que vamos contando de nosotros en el mundo digital. Al hilo de dicho artículo alguien comentó en una red social que, aunque estaba de acuerdo con lo que el artículo decía, consideraba que su privacidad no le parecía algo muy valioso, ya que no tiene nada que ocultar. Puede sonar a matices semánticos, pero para mí no se trata de ocultar sino de preservar. Preservar mí privacidad y, por supuesto, también la suya.

El diccionario de la RAE define ocultar como callar advertidamente lo que se pudiera o debiera decir, o disfrazar la verdad. Por otra parte, proteger, en su segunda acepción, es resguardar anticipadamente a alguien o algo, de algún daño o peligro. También en esto pienso que es mejor prevenir que lamentar, y que la defensa de nuestra privacidad supone anticiparnos a no pocos males.

Déjenme que les ponga un ejemplo, fuera ya de cuestiones semánticas. Yo no quiero ocultarle a Hacienda lo que gano, lo que ahorro, lo que invierto… Ni quiero, ni debo, a riesgo de atenerme a las consecuencias, que me parecen ponderadas, además. Pero no quiero que Hacienda haga pública esta información, ni yo la voy contando en los cafés. Forma parte de mi vida personal y no veo ningún beneficio en que esa información se sepa de oriente a occidente. Que otros lo sepan no supone un beneficio para mí ni para nadie, salvo que satisfacer el morbo ajeno lo sea, claro. Por tanto, me guardo esa información, y quiero que se respete mi privacidad y que la ley, además, me ampare en ello. 

Es más, el respeto a mi privacidad no es incompatible con que otros cacareen sus vidas. Hay personas que son como un libro abierto, que reflejan todo lo que sienten, y hay quien además de abrirse como un libro, lo lee en voz alta, contándolo todo. Contando lo de los demás, fundamentalmente, pero también lo suyo. Todos conocemos a alguien así, aunque por fortuna no son mayoría. Lo normal es que las personas, aun siendo buenas personas, no sé si también personas de bien, algo que quizás nos pueda aclarar Feijóo, tengan cierto celo en guardarse para sí aquello que consideran más personal.

De todos modos, veremos lo que nos depara el futuro con las neurotecnologías que ya empiezan a hurgar en nuestros cerebros. Puede parecerle una utopía, pero estas tecnologías están comenzando a desarrollarse y avanzan rápidamente. Es cierto que comparar lo que permiten hoy las neurotecnologías frente a leer nuestros pensamientos, es como comparar las primeras formas de vida multicelular con lo que nosotros somos ahora. Pero ese camino se recorrió, aunque a lo largo de casi 600 millones de años, y los tiempos de los avances científicos y tecnológicos no se miden en millones de años, sino en décadas o siglos. Así que, si queremos que no nos abran digitalmente la tapa de los sesos, protejamos nuestros neuroderechos. Pero de esto hablaremos otro día.