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Por el camino verde (si hay suerte)

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

NO, NO SE HABLÓ MUCHO DE LA CRISIS CLIMÁTICA EN LA CAMPAÑA electoral. ¡Eso es a largo plazo!, dirán algunos. Pero ya no. En realidad, es para ayer. Uno puede entender la atracción fatal que la política siente por el cortoplacismo, más, quizás, en unas elecciones como estas. Todo el mundo tiene su afán inmediato, su contexto, sus problemas vecinales. De acuerdo, de acuerdo.

La política presenta dificultades para hacer proyecciones, aunque sea sobre hechos tangibles. Nos cuesta pensar en lo que vendrá, aunque tenga que ver con el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos, qué, en términos geológicos, será una décima de segundo, o dos, después de nuestra efímera existencia. Incluso así. Incluso cuando exista certificación científica, cuando haya datos alarmantes sobre la mesa. ¡Todo se andará! Nos puede lo inmediato, porque vivimos además en el mundo de las recompensas inmediatas. Y si la vida es limitada, ¡qué decir de una legislatura!

Entre las muchas urgencias que asaltan a Europa, está, precisamente, la agenda verde, más allá de su entrada en el territorio del combate político maniqueo, y lastrada, sí, por el miedo al desgaste electoral. La alternativa no puede ser el inmovilismo. Hace mucho que las políticas medioambientales no pueden ser un asunto exclusivo de los que se etiquetan como ecologistas, porque, a estas alturas, la crisis climática sólo puede ser negada desde un extremismo acientífico, pero no desde el sentido común. Es decir, prácticamente todos los partidos del espectro político deberían aceptar la necesidad de abordar cuanto antes este grave asunto: y, sin embargo, sigue siendo marginal en los debates electorales. Se posterga lo impostergable.

Hay un asunto que, de forma especial, incomoda a algunos gobiernos reticentes. Comprueban que los desastres naturales prolongados inciden en las corrientes migratorias, como también las guerras, y, una vez más, se aprestan a poner diques que contengan la marea humana de los desesperados, sin abordar sus verdaderas causas en origen (como se ha demandado en reiteradas ocasiones). Sunak se enfrenta en el Reino Unido a un problema de estas características, un problema que, desde luego, el brexit no va a mejorar (como ya se sabe, difícil será que el brexit mejore algún problema).

La solución, sea legal o no lo sea, no puede estar en los vuelos de deportación a Ruanda. Las tiranías y las hambrunas obligan a la población a desplazarse, y eso ha ocurrido desde que el mundo es mundo. Y la mezcla del conflicto y del hambre, a menudo provocado por larguísimas sequías, como sucede desde hace años en el Cuerno de África (decíamos anteayer), componen el paisaje perfecto de la derrota. La emergencia climática global repercute en las políticas de los países desarrollados y no puede detenerse por decreto. Pero Europa, sobre todo el sur, también se enfrenta al grave deterioro que produce el avance imparable de las sequías y los fenómenos climáticos destructivos.

Es una tarea imposible poner puertas al campo, como se sabe, y sólo la cooperación y la proyección razonable, alejada del cortoplacismo electoral, podrá aportar alguna solución, si aún estamos a tiempo. A estas alturas, en efecto, no se puede negar que, en algunos países, como el nuestro, el estrés hídrico comienza a ser más que insostenible. Lo estamos experimentando precisamente en estas semanas previas al verano.

Los modelos señalan que el agua va camino de ser un bien muy escaso, y esa escasez, que ya es un hecho, podría provocar graves alteraciones económicas y sociales. Y no sólo en lugares lejanos, donde la emergencia climática obliga ya al desplazamiento, a causa de grandes hambrunas que se ceban siempre con los más pobres. En Europa, los alimentos sufren también ahora mismo un aumento exponencial de precio, lo que está agravando la desigualdad. El reto es considerable e inaplazable. La ley de Restauración de la Naturaleza es uno de los objetivos inmediatos, a pesar de las resistencias. Pero, de seguir así, quizás todas las medidas empiecen a ser insuficientes.