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Sánchez juega al ataque

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

LOS BALCONES han sido siempre muy de los alcaldes, el balcón es lugar de pregones y fiestas patronales, tribuna vecinal, pero también escenario de amores shakespearanos, el balcón, cumbre perfecta con voladizo sobre la multitud expectante, es desde donde mejor se observa la marcha del mundo.

Mi reino por un balcón, o sea, habrá pensado más de un candidato. O aquello de “sal al balcón, tira un jamón…”, que es quizás cosa del gracejo popular, pero que tiene que ver con el lugar de las promesas. En el balcón se dicen los deseos, se gritan las voluntades, pero eso sí, siempre desde una cierta altura, porque un balcón es también un pódium, como el de la Fórmula 1. La noche del domingo fue la noche de los balcones de España, y a Feijóo los votantes, después de haber votado con v, le pidieron que botara, pero con b, que es una cosa que se pide mucho, una cosa un poco surrealista. Hay que fijarse siempre en la resistencia y en la velocidad de los balcones. Feijóo no sabía el domingo que Sánchez estaba escribiendo una invocación a la tormenta.

Las elecciones han dibujado una oleada desde la derecha, una oleada contundente, todo hay que decirlo, lo que en principio trajo un silencio angustioso del Gobierno, como quien siente el impacto limpio en la mandíbula. Pero Sánchez suele ser rápido en estos menesteres, y a la hora del recuento, mientras veía humeantes los restos del naufragio, ya estaba preparando la venganza del calendario. Sánchez siempre fue bueno en esto. Experto en moverse mientras el fuego quema sus pies, tiene más callo de lo que parece. Y ahí estaba, a buen seguro, rumiando la derrota, y pensando que no puede estar uno tambaleándose en la cuerda floja durante todo un verano y todo un otoño, que no puede estar uno esperando que la derrota llegue en lo más crudo del invierno. Y ahí sajó limpiamente por donde el corte supuraba, ahí acabó de un tajo con la noche herida y la noche triste, en previsión de una gangrena. Ni un paso más con la armadura descompuesta: batalla y a la grande, a finales de julio, plebiscito entre lo suyo con la izquierda más izquierda por un lado y los populares y Vox por el otro. Es lo que hay: el calendario puesto al tablero, todo en el filo de la navaja. Sánchez juega al ataque. Esto es lo que ha imaginado en la febril tarde del domingo, en el retiro monclovita, mientras caían los datos como un granizo de fuego.

Sánchez vio la victoria de la derecha, vio la caída en las televisiones, y tiró de agenda de inmediato. Puede que ni haya llamado a los asesores, porque esto lleva su impronta personal. La última oportunidad, habrá pensado, el último giro de guion de la legislatura, aunque no pocos lo ven suicida, con tan escaso tiempo por delante. Yolanda aún está comprobando cómo es que Sánchez ha pasado tan rápido que le ha arrancado todas las pegatinas. Ni una lágrima, o sea, sino todo al 23 de julio. Sánchez devuelve el plebiscito.

La otra noche, Feijóo sentía quizás la rareza de la nueva balconada, mostraba la timidez de una victoria que sabe bien que aún no es la suya, como dejó dicho, y, salvo un amago leve y moderado, casi simbólico, evitó los botes solicitados por la enfervorizada multitud y los dejó para una próxima ocasión, o eso habrá pensado. Sólo Almeida y Ayuso parecían gozar de lo lindo con las estrenadas mayorías. Y, bien mirado, balcones tampoco les van a faltar, incluso más estilizados. Será por balcones.

Feijóo sabe que han ganado, pero quiere ganar él. Dice que no le importa el adelanto electoral, que él mismo lo había propuesto, que nadie va a ocultar lo del domingo. Pero Sánchez, a pesar de errar en otras cosas, quizás demasiadas, tiene guionistas arriesgados, y empieza como Cecil B. de Mille, con un terremoto. En plena fatiga de materiales con la coalición y sus asuntos, Sánchez tensa la cuerda, avanza sobre el desfiladero, y todos se han mirado, cuando a las once se puso a caminar, esta vez sin arnés y sin Tezanos.