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Las tentaciones del 23 de julio

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

DE TODAS las cosas posibles, la felicidad es lo más difícil de ofrecer en una campaña electoral. Y, sin embargo, ese ha de ser el objetivo de la buena política: la felicidad de los ciudadanos. ¡Ah, esos eslóganes poéticos! Nadie se atrevería a decirlo, y mucho menos a escribirlo en un cartel que colgase de las farolas del mes de julio: ‘Inspiraremos tu felicidad’, vota tal y cual. No, no: son malos tiempos para las utopías… y buenos, parece ser, para las distopías. Ya pocos creen en las buenas palabras. ¡Somos adultos!, claman.

La aceleración de la política, tras la urgente convocatoria electoral de Sánchez, es seguramente el resultado de una campaña errada. Es tanto como decir: empecemos de nuevo, volvamos a la casilla anterior, déjenme explicarles, o sea. Perdido mayo, julio es el contraataque. Así lo hemos contado aquí el día de la gran resaca electoral. Sánchez es muy de contraataques, pero, como alguien le sugirió, mejor que entrar en la lucha en el barro, donde todo se confunde y se pierde con facilidad, mejor que todo eso, quizás le convenga hacer inventario de lo bueno: ¿los datos económicos?

Muchos analistas coinciden en una observación: Sánchez no ha logrado que el electorado visualice el esfuerzo en muchos campos en estos duros años acorralados por la incertidumbre, la guerra en Ucrania y la pandemia, sino más bien todo lo contrario. Sus problemas con la coalición, que han sucedido de manera recurrente y expuestos al debate público, han sido aprovechados perfectamente por la oposición, nadie podrá negarlo, y los han sintetizado en una frase que, por supuesto, no se refiere a nadie más que a Sánchez, que es el objetivo verdadero.

“Deroguemos a Sánchez” es un eslogan (o un mantra) ‘ad hóminem’, tan crudo como inteligente. En él se resume, con aire de metáfora, claro está, el deseo de un final político, el deseo de una enmienda a la totalidad, el salto sobre una época que para algunos merecería poco menos que tábula rasa. La negación, en fin, de una legislatura. Algunos se asombran de que Sánchez haya cogido ese guante en medio del campo de batalla, aún humeantes los rescoldos de mayo.

Ya que de elecciones hablamos, es obvio que Sánchez tiene una ardua papeleta. Cambiar la percepción ciudadana en tiempo récord, el tiempo que él mismo se ha marcado. Es un reto que puede hasta gustarle, de acuerdo, pero la preocupación, como también en el caso de Feijóo, se instala en los socios futuribles, los que sean, los que terminen siendo. Convivir con la izquierda de la izquierda y con la derecha de la derecha tiene, ya lo vemos, sus limitaciones y sus inconvenientes para estos grandes trasatlánticos de la política. Nada es gratis total. Vox ya lo advertido… y Feijóo nunca miró con arrobo el asunto de Castilla y León. Pero, ¿ahora?

Es una baza que Sánchez maneja, por más que estén por ver sus efectos. ¿Qué decir de su relación con Podemos? No extraña que el desembarco de Yolanda, aún difuso, a pocas semanas vista, pueda suponer un alivio para los socialistas, más que una incertidumbre. Frente a la diseminación de las marcas y las dudas y los ruidos de la coalición, se busca ahora una etiqueta que reúna la mayoría de esas sensibilidades, una marca nueva, que presente un atractivo integrador, con la que se pueda pactar, imaginan, sin temores.

Feijóo tiene su baza también, que es la práctica desaparición de Ciudadanos, ahora ya sin Arrimadas. Hay mucho centro dispuesto a votar, es un territorio que ha estado poco atendido (por eso nació Ciudadanos), y quizás ese centro es ahora esquivo al socialismo: no siempre fue así. Feijóo tendrá que conjugar dos almas opuestas: Vox y los votos del centrismo. Difícil tarea, pero inevitable. También Sánchez sabe que tiene el corazón ‘partío’, y a saber en cuántos pedazos. Hay quien apoya un radicalismo transformador, aunque sin crisis internas, a poder ser, y hay quien preferiría morder en la manzana centrista, esa dulce tentación de la que algunos barones opinan lo mismo que opinaba Oscar Wilde: que lo mejor de la tentación es caer en ella.