{ buenos días y buena suerte }

¿Un retorno al bipartidismo?

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

LA CONVOCATORIA electoral ha activado todos los resortes, pero todavía persiste la resaca del 28 de mayo, el impacto duro en la mandíbula de la izquierda (ha perdido, dicen, más poder que votos), y también los populares viven esa nueva sensación de victoria contenida: contenida porque lo local no es nunca definitivamente estatal, porque Feijóo aún espera confirmación, más allá de la velocidad de los balcones, y esa sólo puede ocurrir ante Sánchez, nada más, no hay atajos en la victorias particulares, ni en las glorias domésticas, ni refugio del todo en el halo dorado de Ayuso, flotando olímpicamente sobre las calles de Madrid.

Sí, la convocatoria lo ha trastornado todo. Pero también era el propósito: sorprender al contrario mientras festejaba, agitar el aire que parecía arder, colocar al votante ante la disyuntiva. Un momento muy Sánchez, ese instante del todo o nada, en lugar de merodear sobre las posibilidades, en lugar de sobrevolar el campo de batalla. No: Sánchez toma el camino corto, porque la angustia de la espera es muy grande en el planeta del poder. Y no se puede vivir en la incertidumbre, aunque esa es la forma más habitual de vivir en estos tiempos. Ni tampoco se puede vivir con las heridas abiertas durante meses. No, no hay espera, no la hay si quieres saber si aún te aman, si queda un resquicio para el amor, si existe la más mínima posibilidad de arreglar lo nuestro. Sánchez cree que sí, o eso escucho, y por eso la urgencia. Sánchez no invita a la victoria: invita a la resurrección. Tiene experiencia en eso.

Pero ya sabemos que hay mucha más batalla en los extremos, en las prolongaciones, en las extremidades que fueron apoyo y báculo, aunque a la postre proporcionaran cierta confusión en el camino, cierta discrepancia direccional, no pocos dolores de cabeza… y eso pasa a la izquierda de la izquierda y a la derecha de la derecha, pero de muy diferente manera. Vox quiere dibujarse duro como el pedernal, poco propenso a los afectos y a las carantoñas, si las hubiere, pero Feijóo no va a exteriorizar ninguna necesidad, aunque pueda tenerla, claro está, e ignora, como quien silba para arriba, al inevitable partner, como quien se hace una fotografía a disgusto, a regañadientes. Sánchez no tiene a su izquierda algo tan monolítico, tan corpóreamente identificable, tan rocoso, sino más bien un work in progress, una arquitectura dinámica, una obra en construcción, que es la de Yolanda.

De Podemos no se ha sabido mucho, y se diría que todos están a la espera de todos. Nadie sabe si Godot va a llegar. En tiempos de tribulación no hacer mudanza, ya saben. Pero la mudanza es necesaria cuando algo ha dejado de funcionar. Sánchez, en su urgencia, obliga a Yolanda a tomar ya una decisión, a poner pie a tierra tras las dulces acrobacias, y ese momento crítico de tomar tierra está a punto de llegar, con la tripulación no del todo decidida. Garzón se ha descartado, Colau también... y Sumar suma y sigue… ya sin tiempo para demorar el aterrizaje. Sánchez necesita evitar más turbulencias.

El combate que se prepara augura una campaña feroz, destinada a revelar las debilidades del contrario. Sánchez propone varios debates televisados, porque considera que es un territorio muy incómodo para Feijóo. Su idea es sacarlo de la zona de confort, que compruebe la dureza mesetaria, que tenga que hablar. Y también Sánchez ha aprendido que necesita visualización, que no se imponga el discurso genérico de la derogación, porque hoy es más fácil quitar que poner. Y más fácil odiar que amar. Y Sánchez quiere hablar de a quién poner en Moncloa, no de a quién quitar. Yolanda Díaz se enfrenta en pocos días a la ingente tarea de tejer una alfombra voladora para la otra izquierda, pero ha dicho, al escuchar a Sánchez: “España es algo más que un debate entre dos hombres”. Lo cierto es que hay un pálpito de que regresa una atmósfera bipartidista, de que nos dirigimos a dos bloques enfrentados, cuerpo a cuerpo, voto a voto, aunque una cosa es la realidad y otra el deseo.