DE NUEVO hemos entrado (quizás nunca habíamos salido) en el habitual juego de las acusaciones, del ‘y tú más’, y en este plan. Parece que no hay solución para ese laberinto español que consiste en poner el grito en el cielo todo el rato, en oponerse radicalmente a las ideas de los otros, en agitar todo tipo de espantajos, de tal forma que Feijóo ya hace oposición antes de su propia e improbable investidura, y Sánchez ya mueve los hilos de la nueva gobernabilidad sin haberla alcanzado. De pronto toda la deriva confluye en un punto denso, en este momento de la historia, los viejos y los nuevos líderes se atropellan en el túnel, como si se hubieran dado contra un muro.

Porque hay que hablar de nuevo de la resurrección de los jarrones chinos. Ante la emergencia nacional, que algunos proclaman, se ha producido una especie de operación de salvamento, en la que Aznar, por ejemplo, ha hablado con aire épico y solemne, cabalgando de nuevo, mientras Feijóo asegura que los de la amnistía no pasarán, digámoslo así, no tanto porque eso haría a Sánchez presidente, sino porque impediría unas segundas elecciones, en donde tienen puestas todas las esperanzas. Hay un revival de los viejos dirigentes que vienen, en teoría, a arrojar luz sobre la oscuridad presente, con la justificación de que ellos estuvieron ahí y el árbol de la Transición lo resistió todo. Aznar, Rajoy más en segundo plano, González, Guerra, y también Redondo, que ha sido el último sacrificado.

No son buenas las expulsiones ni los olvidos, la política debe aceptar el pensamiento crítico, naturalmente, pero esta es una época de altas erosiones, la gota que cae en la piedra puede desmoronar la casa. La fidelidad no es exactamente la adhesión inquebrantable, es cierto, lo que pasa es que Sánchez, en plena batalla, a la espera de lo más crudo del invierno, no quiere multiplicar los enemigos, los disidentes o los críticos, bastante tiene con los frentes abiertos y con los vientos poco favorables de Waterloo, hasta donde ha ido el PNV, no se sabe si como apoyo a Puigdemont o como puente para la investidura.

El retorno de los jarrones chinos, que dijo un día Felipe González, demuestra que no son tan jarrones, ni tan chinos. Puede que estorben, pero buscan su sitio. Algunos creen que vienen con las hechuras de un tiempo que ya no es este, y otros les recuerdan que ellos también pactaron con extraños, y tal y cual, y que menos lobos. Es verdad, eso sí, que Sánchez ha de lidiar con un resultado endiablado. Endiablado porque se parece a una estampa de la tentación.

Sánchez no se va a bajar del caballo, o del burro, como no se bajó del Peugeot. Una vez en la montura, va a defender la diferencia mínima, aunque le corroa el miedo del portero ante el penalti. Le dirá a Feijóo que él mismo tanteó, o tonteó, con la posibilidad de escuchar a Junts, aunque luego reculara en grácil escorzo, y dirá que, después de todo, puestos a hablar de incómodos compañeros de cama, ahí está Vox, hábil ahora, por cierto, en el silencio de las retaguardias.

Aznar sacude el aire en torno a Feijóo, le marca el territorio, por si le entraba otro arrebato de moderación, en lo que juzga coyuntura vital de las Españas. Sánchez no puede investirse desvistiéndose de la Constitución, y eso parece una tarea digna de Houdini en el tanque de agua. Pero mientras la derecha sabe que este es momento de la erosión y la ventisca, con Sánchez entre ‘la espalda’ y la pared, que decía el otro, entre Waterloo y Génova, eso por lo menos, el presidente en funciones habla ya de “la investidura auténtica”, la suya, o sea, revistando el juego entre lo ‘real’ y lo ‘fake’ que tanto le gusta.

En este gran revival de los jarrones chinos, sólo me pregunto por qué razón Zapatero permanece en un segundo plano. Fue uno de los grandes activos de la campaña, pero ahora, en plena vorágine de opiniones broncas y cruzadas, parece guardar un silencio estratégico. ¿Entrará, como sugirió Sumar, en la negociación final? ¿O esperará a que se clarifique el horizonte, si es que se clarifica?